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EL FIADOR: SIMPATICA HISTORIA DEL SIGLO XIX

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Una simpática y emotiva historia sucedida en Santafé de Bogotá a mediados del siglo XIX.

Carlos Fontanarrosa, un español, prominente hombre de negocios, pero una situación no esperada acabó con todo lo que tenía, quedando prácticamente en ruinas; la esposa estaba postrada con una enfermedad, que en esa época no se diagnosticaba como el cáncer de hoy; el matrimonio tenía diez hijos, todos pequeños; como el hombre había demostrado honestidad y pulcritud, un paisano suyo le ofreció la posibilidad de volver a empezar, pero para eso necesitaba quinientos pesos, (para los jóvenes de hoy, 500 pesos a finales del siglo XIX, era un dineral); pues bien, el Señor Fontanarrosa, fue donde don PantaleónGutiérrez, un importante prestamista criollo, que igualmente conocía la respetabilidad e idiosincrasia del español, a que le prestara el dinero que necesitaba para volver a levantar su negocio. El Señor Gutiérrez le manifestó que, con gusto se los prestaba y sin intereses, porque lo conocía muy bien y para completar, eran amigos, pero, lo único que él necesitaba para darle el dinero, era un fiador, o un testigo.

El pobre español indagó entre amigos y conocidos quién le podría servir de fiador o codeudor y desafortunadamente no consiguió a nadie; cansado de esperar, y ante la angustia de su familia, resolvió una jugada misteriosa, pero que a la postre le salvó el hogar y por consiguiente, su estabilidad emocional y económica.

Se presentó donde el prestamista y entabló el siguiente diálogo:

- “Don Pantaleón, cansado de buscar la firma de un amigo, sin haber logrado que ninguno de los que me conocen, me fíe, porque ante la miseria muchos olvidan la honradez de otras épocas, no se me ha ocurrido sino presentarle uno que me conoce, que sabe lo que soy, pero no sé si tenga las condiciones que usted desea”.

- “Yo no exijo mucho, -respondió el prestamista-, quiero prestarle a ustedun servicio, pero deseo que haya responsable alguien de igual solvencia, por la circunstancia de que la vida no la tenemos comprada, hoy somos y mañana puede que no, y entonces necesito a alguien que me pueda responder en el supuesto caso de que usted no llegue a estar, por lo tanto necesito, no exactamente un fiador, sino un testigo traído por usted”.

Con gran seguridad, pero visiblemente emocionado, con la voz ahogada por las lágrimas, le respondió el Señor Fontanarrosa:

- “Aquí tiene usted el único que puedo presentarle”,- metió la mano debajo del abrigo y sacó un crucifijo de madera, y dándolo al Señor Gutiérrez agregó: -“como testigo es el mejor que puedo presentar; como fiador, es el único que puede responder por mí, porque es el único que ve mi corazón, no mi miseria”-. Ante esto, el Señor Gutiérrez, exaltado respondió:

- “Es mucho más de lo que pedía”; un momento después le entregó la suma que solicitaba y cuando quiso devolverle el Cristo, el deudor le respondió:

-“No, guarde usted el fiador, yo lo rescataré cumplidamente, lo mismo que Él me permite hoy rescatar mi honra y el pan de mis hijos”.

Algunos meses después, el Señor Fontanarrosa volvía a la casa del prestamista, no ya cabizbajo, ni meditabundo, sino con aire contento, dejando adivinar en su fisonomía la dicha que rebosaba en su espíritu. Al verlo, don Pantaleón quedó pagado de su buena obra, porque él encontraba en el bien que hacía su propia recompensa, e inmediatamente descolgó el Cristo del lugar donde lo había colocado la noche en que lo recibió como fiador y testigo, y devolviéndolo al dueño le dijo:

- “Estamos en paz, con fiadores como los que usted tiene, la suerte le será siempre propicia”.

- “Así lo espero, don Pantaleón, mi suerte cambió radicalmente, pero complete usted su servicio y mi alegría, no devolviéndome el único fiador que tuve el día de mi desdicha, consérvelo usted como muestra de gratitud de una familia, que después de estar hundida hasta el fondo, recuperó su voluntad y su alegría, téngalo como un talismán para sus hijos”.

Los nietos de don Pantaleón Gutiérrez, conservan con veneración y orgullo el Santocristo, que un día entró a la casa del abuelo como fiador y aceptado por el Patriarca, como símbolo de unión, de amor y de fraternidad.

(Tomado de una cartilla de lectura vieja)

 

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