El gobierno legítimo y soberano de cualquier país libre debe poseer el poder de crear leyes que regulen las relaciones entre los ciudadanos y los organismos establecidos, sin tener que pedir permiso a ninguna autoridad extranjera. Este es el ejercicio del Poder Legislativo.
De igual modo, el gobierno de un país soberano debe ser capaz de administrar la nación en conformidad con sus leyes y constitución, sin tener que someter sus acciones a ningún gobierno extranjero para su aprobación. Este es el ejercicio del Poder Ejecutivo.
Finalmente, el gobierno de un país soberano debe poseer el derecho de reforzar sus leyes, de proceder y condenar a quienes las trasgredan, de juzgar las litigaciones entre sus ciudadanos, sin tener que pedir la autorización a ningún otro gobierno extranjero. Este es el ejercicio del Poder Judicial.
Si estos tres poderes –Legislativo, Ejecutivo y Judicial- son los grandes esquemas constituidos de cualquier gobierno soberano, existe otro “poder”, que excede a estos tres y que domina a los mismos gobiernos. Este súper poder, que no reconoce autoridad de ninguna constitución, por fuerte que sea, y que ni siquiera se preocupa por ello más que lo haría un pícaro ladrón en el ejercicio de su función, es el diabólico Poder Monetario.
El “poder monetario” no es el dinero que usted pueda tener en el bolsillo; no son las acciones ni los bonos que pueda tener en su portafolio; no son los impuestos que los gobiernos de los tres niveles – nacional, departamental o local- tomen de usted sin saciarse nunca. El “poder monetario” no es lo que los gobiernos llaman inflación y lo que algunos empleados llaman incremento en el nivel de vida.
NO, todo esto es nada comparado con la estatura y el poder del súper poder que estamos denunciando; este “poder” puede hacer que nuestras vidas se tornen “duras, difíciles, crueles”, que pueden llevar a muchos hasta el suicidio, en palabras del Papa Pío XI en su carta encíclica Quadragésimo Anno: “Este poder se vuelve particularmente irresistible cuando es ejercitado por aquellos quienes, por controlar el dinero, son capaces también de gobernar el crédito y determinar su asignación y, por así decirlo, decidirlo, proveer la sangre al cuerpo entero de la economía, tomando en sus manos el alma misma de la producción, para que nadie se atreva a respirar, siquiera contra su voluntad”.
Estas fuertes palabras pueden parecer inmoderadas a quienes no están conscientes, por un lado, del rol del dinero y el crédito en la vida económica y, por el otro, del control a que el dinero y el crédito estén sujetos.
La sangre de la vida económica.- Cualesquiera que hayan sido las condiciones de la vida económica en los siglos pasados, es innegable que, actualmente, el dinero –o crédito- es indispensable para mantener la múltiple producción generada por las necesidades públicas o privadas, de la población. Sin dinero para pagar por los materiales o el trabajo, el mejor empresario debe parar la fábrica y el proveedor de materiales tendría de igual forma que reducir su propia producción; los empleados de uno o del otro sufrirían las consecuencias.., y la cadena continua.
Lo mismo aplica a los cuerpos públicos; las necesidades de la comunidad pueden presionar fuertemente, sentirse en demasía, ser bien expresadas y comprendidas por las administraciones públicas. Pero si estas administraciones no tienen dinero o no el suficiente, sus peticiones serán tiradas a un lado.
¿Qué está pasando para que se dé este estado de cosas?: ¿materiales?, ¿fuerza laboral?, ¿competencia?.- Nada de esto: lo único que hace falta es dinero, crédito financiero, o sea “sangre que da la vida al cuerpo económico”. Dejemos que la sangre fluya y el cuerpo económico funcionará de nuevo. Si se retrasa su venida, los hombres de negocios perderán sus intereses, los dueños sus propiedades, y las familias el pan diario para sus hijos y en consecuencia, la paz en los hogares.
La extracción y la inyección de sangre no son operaciones espontáneas; son los controladores del dinero y del crédito los que “pueden determinar su asignación.., proveyendo de este modo la sangre de vida al cuerpo entero de la economía”; necesitamos de su consentimiento para vivir; en consecuencia, el Papa Pio XI tenía razón.
En su carta encíclica el Papa no explica el mecanismo de extracción, ni de inyección de la sangre, ni define medios concretos para quitar el control del cuerpo económico de las manos de sus maliciosos cirujanos; éste no era su deber, pero sí lo fue el denunciar y condenar la dictadura del “súper poder”, la fuente incalculable de calamidades para la sociedad, las familias, no sólo en sentido material, sino creando dificultades que no garantizan para cada espíritu el seguimiento de un destino que debe ser el propio para toda la eternidad. Y el Papa habló y dijo lo que tenia qué decir. ¡Qué lástima!, sólo unos cuantos escucharon sus palabras y la denunciada dictadura ha seguido consolidándose desde entonces.
Por encima de los gobiernos.- El “súper poder” monetario es el único que puede emitir el dinero y el crédito de una nación, el poder que condiciona la puesta en circulación del dinero y del crédito, el poder de determinar la duración en que ese crédito financiero estará en circulación, el poder de exigir el regreso del dinero en un lapso predeterminado, bajo pena de confiscación de los bienes que son el fruto del trabajo de quienes están sujetos a dicha confiscación, el poder de someter a los gobiernos a cargar con impuestos a los ciudadanos.
Ahora, es este crédito financiero el permiso para hacer uso de la capacidad de producción, no de los controladores, sino de la misma comunidad; estos controladores del dinero y del crédito no ayudan, ni siquiera, para que tan sólo un tallo de trigo crezca en el país, ni pavimentan un metro cuadrado de carretera; son los ciudadanos los que llevan a cabo estos proyectos. Es, por tanto, su propio crédito real, que para poder utilizarlo, necesitan de la aprobación de los mismos controladores del dinero, del crédito financiero, de los bancos.
Es la pluma del financiero quien da su consentimiento o quien le niega a los individuos, corporaciones, gobiernos, el derecho de movilizar los talentos de sus profesionales o de los recursos naturales del país; la pluma gobierna, permite o rehúsa, endeuda a los individuos y a los gobiernos. La pluma del financiero tiene el poder de un cetro en las manos del “súper poder”: el poder monetario.
Una monstruosidad diabólica.- Sufrimos años de parálisis económica; ningún gobierno durante ese lapso tuvo el poder de ponerle un “alto”; llegó la declaración de guerra y con ella el permiso financiero para producir armas, regular, destruir y matar. Repentinamente, de la noche a la mañana, el dinero apareció.
Una llamada “sesión urgente” de seis días, del 6 al 13 de septiembre de 1939, fue suficiente para que tomaran la decisión de entrar rápidamente a un guerra absurda que les costaría billones de dólares. Un ministro del gabinete de Mackenzie King, J. H. Harris, habló con la mayor elocuencia posible al respecto: “El mundo tiene sus ojos puestos en esta Casa; por tanto, ¿no estamos obligados a ver lo que hay dentro de esta Casa como una unidad de acción y pensamientos? La razón es evidente: la cristiandad, la democracia y la libertad personal, están en riesgo”.
Y, ¿qué ganaron la cristiandad y la libertad personal de una guerra que dividió a Alemania, poniendo a una de sus partes, al igual que a otros diez países completamente bajo el yugo del comunismo al mando de un Stalin sediento de sangre? Harris y los demás sabían que el ir a la guerra era la condición para recuperar la “sangre del cuerpo económico” controlado por el “súper poder” el poder monetario.
No hay peor tiranía que la del “poder monetario”, una tiranía que se hace sentir a sí misma en todas las casas, en todas las instituciones, en todas las administraciones públicas, en todos los gobiernos. Y, ¿de dónde tomó este “súper poder” su autoridad?; los otros tres poderes gubernamentales –legislativo, ejecutivo y judicial-, obtienen su autoridad de la Constitución del país. Pero, ¿qué constitución fue capaz de darle a un “súper poder” el derecho de poner a los gobiernos de rodillas a sus pies?
El hecho de que este mismo estado de cosas exista en todos los países desarrollados, no justifica su monstruosidad. Sólo muestra que el “súperpoder” del dinero tiene a todo el mundo civilizado bajo sus tentáculos; esto lo hace aún más diabólico.
Efectivamente, es un poder diabólico, pero rodeado de matiz tan “sagrado”, que hace que todos se postren ante sus pies, en materia económica y social, especialmente en lo que concierne a los sistemas de operaciones de dinero y de crédito. Se le permite entrometerse en todo, pero especialmente en el sistema monetario, a pesar de la soberanía de los gobiernos.
Se requirió de la luz de la Democracia Económica proveniente de C.H.Douglas para romper esta aura sagrada y desenmascarar a las tiranías, que no tienen ninguna característica de sacralidad. Douglas notó que el “ingreso” total de los bienes producidos era mayor que los montos pagados, como sueldos y salarios, costos de material y dividendos o intereses”; esto parecía contradecir la teoría propuesta por Adam Smith, en el sentido de que tales ingresos son redistribuidos inmediatamente, constituyendo así la base del poder de compra. La situación descrita por Douglas presenta un problema mayor para esa visión: “Si todo lo que se vende es más que todo lo que se ha gastado, hay que preguntarse de dónde proviene ese dinero extra, y cuáles son las consecuencias de ese fenómeno”.
Cuántas almas que deberían ser más capaces de entender, de distinguir entre un sistema de dominación y un cuerpo de servicio, han elegido cerrar sus ojos y sus oídos por razones de orgullo o intereses privados.
Miles de cosas cambiarían con el solo establecimiento de un poder monetario de servicio y mediante el quitarnos de encima la insoportable regla que quiere ligar el ingreso con el empleo, cuando el primer efecto del progreso debería ser la libertad del hombre para permitírsele participar en actividades que son menos materialistas y tender así al florecimiento de su personalidad y libertad.
(Revista “San Miguel”, recopilación)