Autor: Álvaro Acevedo Tarazona
“Estudiar es la aventura más bella que una persona pueda realizar; es abrirnos a lo desconocido y ser capaces de construir nuestro propio destino”. Teresa Ardila
Quizá la anterior frase unida a las palabras pasión y coraje podrían definir, en su totalidad, el recorrido de vida de la profesora Blanca Inés Prada Márquez. Y tal vez la huella que dejó esta frase de la maestra de cuarto de primaria en el alma de la autora de Paisajes de mi Vida fue tan honda que siguió el mismo camino: ser docente.
Antes de presentar en esta breve exposición el libro Paisajes de mi Vida, quiero agradecerle a la profesora Blanca Inés por el inmerecido honor de invitarme a participar en la presentación de esta memoria de vida que a la vez se constituye en una memoria social y en la posibilidad de comprender aún más nuestra historia del tiempo presente.
El lector me disculpará pero no me es fácil desvincular mis afectos en estas páginas, máxime si se tiene en cuenta que la profesora Blanca Inés Prada Márquez educó con amor y pasión por el saber a muchas generaciones de estudiantes y a ella le debemos mucho de nuestra formación académica y de nuestra vocación por el conocimiento.
A la profesora Blanca Inés la conocí al inicio de mi juventud cuando tímidamente me acercaba a caminar por los sinuosos senderos de la Historia. Ella orientó y guió a muchas generaciones de estudiantes de la Universidad Industrial de Santander y fue faro en nuestra senda académica, profesional y científica.
Por tanto, leer sus memorias plasmadas en este libro testimonial ha sido, además de un placer, la posibilidad de seguir con fluidez narrativa una historia de vida como pretexto para reencontrarse con nuestra sociedad y nuestra cultura y redescubrir el mismo misterio que nos une a todos los que amamos el saber: nuestra ilimitada ignorancia y nuestra capacidad infinita de asombro.
Si se tratara de definir, esencialmente, a la profesora Blanca Inés Prada se podría decir que todo en ella es una actitud para el asombro.
Quizá la conciencia de esa pasión por el saber fue la que permitió a la profesora Blanca Inés desde muy niña, buscar el conocimiento de manera un tanto autodidacta y, posteriormente, con la tutela de profesores, pensadores y conocedores de la Historia, la Filosofía y la Ciencia.
Sus memorias se convierten en un testimonio de vida, no solo desde un punto de vista intelectual sino desde una trayectoria de vida marcada por el coraje, la valentía y la pasión que esta mujer santandereana ha impregnado en cada instante de su existencia y que legó a varias generaciones que contamos con la fortuna de tenerla como maestra, colega y amiga.
El coraje y la valentía se muestran en cada decisión, en cada paso que ha dado en su vida: dejar a su familia siendo muy niña para viajar a otras ciudades con el fin de continuar sus estudios de secundaria; abandonar los caminos anchos del mundo para seguir la senda que lleva a Dios y en la cual descubriría su vocación por los desamparados y en la que también sería feliz durante varios años como religiosa consagrada.
Y coraje fue lo que le sobró a la profesora Blanca Inés para reconocer que también quería hacer parte del mundo de la vida y del conocimiento. La búsqueda de la verdad, el incansable reconocimiento de su ignorancia científica y un profundo y venerado amor al estudio harían que sus elecciones trastocaran su vida religiosa para recorrer los caminos del mundo que la llevarían a pasar dificultades económicas, tristezas amorosas o desengaños en la amistad, pero siempre con el mismo objetivo: ¡aprender!
Y ya le he dado unas pistas al lector para que indague un poco más en este libro y descubra cómo una mujer nacida en la finca de un pueblito perdido de Santander en los años 40 del siglo XX, con limitaciones económicas pero con el anhelo de conocer, saber, experimentar, estudiar, leer, llega a ser una gran docente en la Universidad Industrial de Santander.
Invito al lector a recorrer de la mano de la profesora Blanca Inés sus trasiegos de Betulia a Zapatoca, a Ibagué, a Florencia (Caquetá), a Bogotá, a París, a Le Luart (Francia) y a Bucaramanga, y caminar por las bellas descripciones de países como España, Italia, Grecia y Egipto.
Y es que este libro, además de ser una memoria testimonial hilvanada por una lectura amena y enriquecedora, podría tomarse como guía de viaje, pues de la mano de su autora y a través de sus apuntaciones, curiosas y divertidas la mayoría, suspicaces y desgarradoras otras, se vivencia la cotidianidad, la historia y la literatura de los países mencionados y de la propia Colombia.
El libro también es un diálogo con la sociedad de esta nación desde 1940, y un poco antes, hasta la actualidad (2015), pues refiere los luctuosos acontecimientos que ha tenido que soportar nuestro país: la Violencia, el desplazamiento provocado por las injusticias sociales, los hechos del Palacio de Justicia en 1985, la desaparición de Armero tras la erupción del Volcán Nevado del Ruíz, el narcotráfico, la muerte de Luis Carlos Galán, las luchas y las propias tragedias de su vida familiar.
Escenas que a su vez entremezclan con los paisajes agradables de su generación y un optimismo a prueba de fuego: los encuentros familiares, la vida campesina entre la pobreza y la felicidad, las amistades que se forjan y que perduran con el paso del tiempo, sus pasos en la fe, las experiencias de vida en otras ciudades, los movimientos estudiantiles contestatarios, la vida universitaria que se entreteje con los sueños y anhelos que se harían realidad en Francia.
Su amada Francia donde ella misma se encargaría, como dueña de su destino, de salir, “abandonándolo todo cuando por fin lo tenía todo”, para hacer realidad su máxima ilusión, la que con cariño le había insinuado la profesora de cuarto de primaria: ser maestra.
Y es aquí cuando también invito al lector para que haga una lectura de los silencios escriturales en esta memorias, porque toda memoria está hecha de intenciones y silencios. Y es que este libro puede también ser considerado como un retrato personal de superación, pues es increíble el tesón de esta mujer por conseguir sus anhelos y por romper los esquemas familiares y religiosos que le impedían ser ella misma.
La maestra de cuarto de primaria tal vez pudo visualizar la facilidad que tenía su alumna para aprender y, probablemente, en un momento repentino le dijo: “estudiar es la aventura más bella que una persona pueda realizar, es abrirnos a lo desconocido y ser capaces de construir nuestro propio destino”.
Y la profesora Blanca Inés sí que supo interpretar esta sabia frase. Una frase que es parte de una memoria individual y de una memoria social, porque toda memoria en el reencuentro con la subjetividad es memoria cultural.
El camino de vida de la profesora Blanca Inés no ha sido fácil, y quienes nos hemos acercado a ella tal vez nunca dimensionamos la cantidad de dificultades que tuvo que sortear para llegar a ser Maestra en Filosofía e Historia de las Ciencias, egresada de la Universidad François Rabelais en Tours, Francia.
Solo conocíamos algunas pinceladas de su existencia expuestas en algún salón de clase o en alguna charla informal en las cafeterías de la Universidad Industrial de Santander. Pero acercarnos a su existencia en Paisajes de mi Vida es toda una odisea. Sus memorias recopilan la pasión que esta mujer ha puesto en cada decisión, en cada instante de su existencia hasta juntar su voz a la de Pablo Neruda para decir: confieso que he vivido. ¡Y de qué manera!
Para mí, que tuve el privilegio de ser su alumno en las clases de Historia Social de las Ciencias, y que tengo la fortuna de contarme entre sus cercanos admiradores, es muy difícil desprenderme de la carga sentimental que trasmite en sus memorias porque es un libro lleno de recuerdos, detalles, afectos que, además de narrar sus diálogos por el mundo intelectual, nos lleva a vibrar con cada una de sus historias contadas con dulzura y gracia, con humor y picardía, y que nos permiten descubrir a una mujer corajuda, con una impresionante sed de conocimiento pero con un gran corazón, quien acogió al mundo como su terruño propio y la llevó a convertirse en una verdadera ciudadana del mundo.
La narración de sus primeros años de vida en Betulia y Zapatoca permite dimensionar la trascendencia de la profesora Blanca Inés porque, como ella misma lo afirma: “si hubiese seguido en Zapatoca, seguramente me habría limitado al cuidado de un esposo y una familia”.
Sin embargo, su tranquila infancia en Betulia sería interrumpida para buscar una mejor vida familiar en Zapatoca. Sus padres, progenitores de 15 renuevos de los apellidos Prada y Márquez, con el anhelo de una vida más justa, migrarían en los años 40 hacia algunas veredas cercanas a Zapatoca hasta conseguir una modesta vivienda en este pueblo.
Allí en medio de las risas infantiles y jugando a contar estrellas, la mayor de la Familia Prada Márquez se daría cuenta que el deseo de conocimiento era tan fuerte como el amor a su familia. Su elección no fue fácil y sus decisiones posteriores tampoco, pero, sin duda alguna, el dolor de la separación de sus padres siendo muy niña le permitió asumir con templanza su elección y conocer poblaciones como Ibagué y Florencia (Caquetá), y a su vez conocer gente maravillosa en su periplo por diversas ciudades colombianas y europeas.
Y es un tanto curioso descubrir cómo siendo un poco mayor opta por seguir su vida seglar en una ciudad como Bogotá, y el desprevenido lector, sin darse cuenta, aparece conociendo sus experiencias en París, y Zapatoca se trasforma en Le Luart.
Francia sería el ámbito académico donde conocería las ideas de libertad, democracia y paz de autores como Karl Popper; también sería el oasis del saber y el conocimiento para descubrir a Galileo Galilei y tantos científicos y pensadores de la revolución de la ciencia natural moderna.
Esta ciudad con su cultura y casas de estudio se convertiría en el paraíso donde, de la mano de su inolvidable esposo Michel, vivenciaría que el mundo está por descubrir en cada libro y que las maletas repletas de sueños se pueden abrir para encontrar la felicidad.
Sin embargo, nuevamente y allí lejos de su natal Colombia, dejaría todo por ayudar a su familia e incrementar su amor por el saber y por buscar nuevos horizontes académicos y de aprendizaje, porque toda docencia es aprendizaje. Y sí, regresó a su patria con la ilusión de un nuevo trabajo en una universidad colombiana y su corazón roto por una despedida más en su vida.
Y es precisamente, en esta búsqueda de su ser, cuando desarrolla al máximo su potencial como docente en la Universidad Industrial de Santander. Su regreso a Colombia después de varios años de vivencias y aprendizajes en Francia, además de acercarle a su familia, le permitió concebir proyectos de vida intelectual como sus libros acerca de Galileo Galilei y Karl Popper, el Centro Halley de Aficionados a la Astronomía, la dirección de la Escuela de Ciencias Sociales de la UIS, la creación de la carrera de Filosofía de esta alma máter y su labor como docente de docentes en CEDEDUIS, para finalizar su periplo uniendo su voz a la de Violeta Parra y cantar al unísono: ¡gracias a la vida que me ha dado tanto!
Por eso considero que sus memorias plasmadas en este bello libro titulado Paisajes de mi Vida son un verdadero banquete al paladar de quien quiera conocer la existencia de esta mujer a quien probablemente ningún desafío le ha quedado grande, y quien a pesar de ciertos desánimos y tristezas ha sabido reponerse con fuerza en cada una de las batallas libradas en su acontecer.
El estudio, el deseo de aprender y un alma que siempre ha buscado la libertad permiten encontrar a la profesora Blanca Inés. Aún recuerdo cuando en sus clases nos instaba a no conformarnos con leer la bibliografía básica de sus asignaturas y nos invitaba a ir a la biblioteca a buscar el conocimiento expuesto en los libros de los filósofos y científicos jónicos, de Platón, Copérnico, Galileo, Newton, Darwin, Kuhn, Lakatos, Popper, Cappelletti y tantos otros autores.
Y nos invitaba también a salir de las aulas para buscar el conocimiento más allá, en el cosmos infinito e insondable a través de los telescopios del Grupo Halley de Astronomía y Ciencias Aeroespaciales, y a disfrutar de la vida académica en las diversas actividades organizadas por los grupos de teatro y cine de la UIS.
Y por qué no decirlo, nos enseñó también a ser prácticos, una cualidad que se expresa en casi todo “zapatoca” y que empieza por planear en todo detalle la economía doméstica. La profesora Blanca Inés siempre inculcó en sus hijos intelectuales ese anhelo de conocer pero también de vivir la universidad, no solo como recinto para educarse sino como centro de formación del carácter y la personalidad que es la esencia para conseguir el desarrollo profesional en un mundo tan necesitado de técnicos pero a la vez de seres humanos que se proyecten en el servicio a la comunidad y trasmitan el conocimiento a las nuevas generaciones.
Las páginas de este bello libro nos llevan a comprender que la vida está hecha de momentos inolvidables, de instantes que nos quitan el aliento y que en ellos está la verdadera esencia de la existencia, y nos permite concluir que la vejez empieza cuando se pierde la curiosidad, y la profesora Blanca Inés conservará por siempre la capacidad de asombrarse ante un descubrimiento, el anhelo de seguir aprendiendo y la vocación de servicio tan característica de los formados en Zapatoca, aunque ella sea hija adoptiva del mundo, como así se siente.
Y es que a pesar de la distancia, el tiempo, la temprana separación de su hogar y los embates de la vida, esta mujer contó con la fortuna de cuidar a sus padres en la vejez, ayudar a sus hermanos en tiempos de crisis, y como ella misma diría, “como un regalo de los dioses”, tuvo la dicha de desempeñarse como madre adoptiva de dos sobrinas: Sofía Rocío y Luz Stella. En ellas encontraría la trascendencia de su ser y descubriría que para ser madre es necesario algo más que la genética, se necesita un corazón lleno de amor y paciencia que desee reflejar la bondad en otra vida.
En este libro se descubre a Blanca Inés: la tímida niña, la adolescente juiciosa, la religiosa servicial, la universitaria responsable, la docente de docentes. Pero también se conoce a Blanca Inés, la inquieta que busca el conocimiento, la revolucionaria que abandonó a Dios, la que se equivocó de carrera y retomó una nueva formación académica, la que se dio cuenta en el último momento que su tesis podía enunciar una hipótesis en cuestión, pero aun así la defendió en París llevándola a razonar que la pregunta y la conjetura son el camino hacia el conocimiento.
En fin, la mujer que no se dejó abatir por los sinsabores de la vida y lo abandonó todo por ir tras la luz del conocimiento. Su vida es un ejemplo para quienes al primer embate abandonamos todo y nos damos por vencidos.
Finalmente, deseo cerrar esta presentación con unas palabras de la misma Blanca Inés Prada Márquez:
“...cada día que amanezco el solo hecho de volver a ver la luz del día, el comprender que todavía estoy viva, me llena de ilusiones y me impulsa a seguir adelante, a estudiar algo nuevo cada día, porque soy consciente de que mi ignorancia sigue siendo infinita, que hay demasiados libros interesantes para leer, tantos enigmas para investigar, tantas cosas para comprender y entender, tantos problemas en el mundo y en mi país para ayudar a resolver o al menos para tomar conciencia de ellos, tantos atardeceres y paisajes hermosos para contemplar, tantos lugares para visitar, tantas personas para ayudar y tantas ideas para comentar con mis amigos, que el tiempo me resulta demasiado corto y siempre tengo motivos para madrugar”.