Autor: Guillermo Quijano Rueda
La vanidosa jirafa observó una vez más en el espejo su largo cuello de espía lunática y decidió acudir al cirujano estético.
Quería modificar su apariencia: su cuello era demasiado largo y en varias ocasiones había tenido que soportar la tortícolis producida por su mañosa inclinación a observar por encima de los tejados de las casas del barrio.
Para el prestigioso médico no fue difícil su trabajo. Con sabia habilidad, deshojó cada uno los recuadros musculosos y talló sobre el animal una copia similar a la de las estrellas de cine.
Pocos días después, al mirarse de nuevo al espejo, sonrió feliz al notar que sus diminutas orejas y su cara de niña traviesa jugaban armónicamente con su cuello angelical.
Pensaba vagamente en la admiración que despertaría de ahora en adelante entre los jóvenes especímenes de la selva.
En forma lenta y con aire sensual desnudó todo su cuerpo y uno a uno fueron apareciendo otros enigmáticos contrastes.
— Estas manos y estas piernas tan largas, podrían acortarse -pensó-.
Si mi cuello es ahora delicado, ¿Por qué no hacer los mismo con mis extremidades?
Y acudió de nuevo al cirujano. Éste no puso ninguna objeción; su lema era ‘Todo se debe hacer para lograr un cuerpo armónico”. Y la amiga jirafa, pudo tener las piernas que quería.
Pocos días duró su felicidad. Esta vez comenzaron a inquietarle esos lunares que nadaban por sobre su piel. Y otra vez el sanalotodo estético corrigió lo que para ella eran unos enormes defectos.
Quedó muy satisfecha. Se miraba mil veces al espejo y éste le decía que ahora tenía el cuerpo deseado. Pero como siempre ocurren imprevistos, ahora sus vecinas no le creen que sea una auténtica jirafa aunque ella lo asegure, les muestre su registro civil de nacimiento, fotografías de su vida pasada y hasta su árbol genealógico.
Unas afirman que es una hipopojirándula del Amazonas o una serpinjirágrida de la India.
Desde la semana pasada asiste al Psiquiatra porque les ha dado por decir que es una nueva especie venida de Marte y que sus pequeñas antenitas purifican el ambiente del planeta.
Aceptarnos como somos es la solución. Nuestros valores internos hacen que nuestra calidad sea vista con buenos ojos. Valórate. Acéptate como eres y el mundo te sonreirá, siempre y cuando luches con tesón por tus propios sueños e ideales. Nuestra riqueza interna es la que queda al final de los años.