Autor: Isidro Juan Palacios
ISIDRO JUAN PALACIOS - Madrid, España
¿En qué instante el científico se desliga de la religión y por qué está volviendo a ella? Frank J. Tipler, un físico norteamericano, que hace unos años publicara un sonado libro (The Physics of Inmortality. Moden Cosmology. God and Resurrection of the Dead) aparecido entre nosotros como: La física de la inmortalidad (Alianza Editorial, Madrid, 1996), ha escrito:
"No es habitual encontrarse actualmente con un libro que abogue por la unificación de la ciencia y la religión.
Resulta fuera de lo común que una obra afirme (...) que la teología es una rama de la física; y que los investigadores de la física podrán deducir la existencia de Dios y la plausibilidad de la resurrección de los muertos a la vida eterna mediante los cálculos apropiados, de la misma forma que calculan las propiedades del electrón. Naturalmente el lector podrá preguntarse si estoy hablando en serio".
Este punto de partida de Tipler, aunque todavía no constituye la mayoría entre los científicos, sigue abriéndose paso hacia lo que ya se adivina como un profundo cambio de mentalidad.
Sin embargo, tratándose aquí de una "ojeada al futuro", ¿no estaría fuera del contexto lo que acabamos de leer?. Para todos esos colegas de Tipler, que son ateos o agnósticos y que consideran que tales ideas corresponden a un momento pasado "menos evolucionado" de la humanidad occidental, felizmente superado por el desarrollo de las ciencias y las tecnologías modernas, es indudable que sí.
Pero la verdad es que podemos hacerlo. Sin ir más lejos y manteniéndonos en el terreno científico, la nueva física cuántica aporta su propio argumento a la objeción (dando la razón de paso a los místicos y a la teología de las religiones, que sostienen la preeminencia del instante).
La vida -dice la doctora Kademova- es semejante a un libro que se pudiera hojear hacia atrás, hacia adelante o fijarse en una página, de modo que esas nociones convencionales que hemos heredado de un sentido lineal, irreversible, progresista y progresivo de la historia y de los hechos, en suma, de "pasado", "presente" y "futuro" son sólo apreciaciones subjetivas del lector que lee el volumen.
En la frase que del profesor Tipler terminamos de anotar se aprecian, por lo menos tres detalles fundamentales:
- El primero, que la ciencia vuelve a la cultura en la que aún no había roto con la religión;
- segundo, que el científico y el teólogo están emparentados intelectual y metodológicamente (en teoría del conocimiento o epistemología); y
- tercero -la cuestión a mi juicio más valiente de las formuladas para los tiempos que corren-, que la ciencia, la razón, la experiencia, la deducción lógica, se sitúan en el espacio sagrado al servicio de lo divino y de sus intangibilidades, pudiendo con ello "deducir" (esto es, argumentar) "la existencia de Dios" y la "resurrección de los muertos" o el cielo, después de haberlos "visto" o "intuido.
¿Avanza la ciencia mirando por su espejo retrovisor -por emplear una idea de McLuhan-?
Para el pensamiento imperante y ortodoxamente progresista esta matización aplicada a la ciencia moderna es una herejía, pues reactualiza "viejos recuerdos" que se creían ya vencidos. Sin embargo, hasta el propio Copérnico (con su "revolucionaria teoría helio-céntrica") fue consciente de que al lanzar su hipótesis en el siglo XVI rescataba un saber que había sido ya manejado, considerado y "rechazado" por la antigua astrología/astronomía de hacía dos mil años.
Con lo que, como bien dijera en 1539, su discípulo, Rheticus, Copérnico no hacía con su teoría más que "recuperar" un viejo conocimiento ya sabido por nuestros primitivos antepasados.
LA RELIGIÓN ABOLIDA POR UNA MÁQUINA
Reconsideremos antes que nada lo siguiente. Veamos. La llamada ciencia moderna es hija de la separación. Siendo más precisos: la "ciencia clásica", positivista, y su heredera la tecnología -conocimiento y aplicación- son el resultado del análisis y a seguir de la distinción, luego de la división, de la escisión o partición, más tarde del distanciamiento y de la exclusión, entre espíritu y materia, alma y cuerpo, cielo y tierra, misterio y transparencia, visible e invisible, vida y muerte, simbolo y realidad, sobrenatural y natural, macrocosmos y microcosmos, totalidad y parte, unidad y estados múltiples del ser, revelación y lógica, sujeto y objeto...
El proceso concluye, nombrando una primacía, que tiende a negar y olvidar a su contraria, erigiéndola finalmente como valor y fuente de todo poder. Huelga decir cuál de esta polaridad es la elegida de la ciencia y tecnología modernas.
A seguir -ya aislado el valor (materia, cuerpo, tierra, etcétera)- se repite el mismo tratamiento descrito, distin-guiendo, separando, partiendo, especializando, jerarquizando, en suma "racionalizando" el Sistema alumbrado, con lo que todo queda definitivamente quebrado, en fragmentos, y la unidad -el principal de los atributos divinos- vencida.
Hay que aclarar, por tanto, que la ciencia moderna no tiene sus raíces ni entre los magos o chamanes, ni entre los poetas, místicos o sabios de la antigüedad, para quienes, acceptando como experiencia vital lo unitario, estas dualidades no tienen sentido. Otro asunto es la diferencia esencial entre magia y religión, de lo que hablaremos en otra ocasión.
Por ahora -entre las coincidencias- digamos que para ellos la existencia es holística, que opera globalmente, como si la espiritualidad no fuera concebible sin corporeidad y la encarnación no fuera posible sin el espíritu.
Sí, en cambio, esta ciencia de la que hablamos aquí encuentra un remoto parentezco en esas incipientes filosofías del pensar occidental, que, aceptando y reconociendo el dualismo cuerpo-alma (Sócrates, Platón, Aristóteles), comenzaron a especular sobre él y a establecer categorías, diferencias y localizaciones...
Cuando Heisenberg, uno de los padres de la física cuántica, se refiere a aquí a la "superación" de la mentalidad platónica y aristotélica, la actitud de la nueva ciencia ante el mundo presente contiene algo más que una crítica liviana: nos está proponiendo su completa mudanza. Apuntado queda. Pero, sin irnos tan lejos, la pregunta ahora es ésta: ¿En qué momento el científico se desliga de la religión?
Durante la antigüedad y la Edad Media, el alquimista discriminaba y seccionaba las cosas, y el teólogo, de estas y otras épocas posteriores hasta los tiempos actuales, añadía a la menciada tarea la de explciar demasiado bien la distinticón entre lo natural y lo sobrenatural; no obstante, y aunque tales actividades podrían considerarse "entretenimientos peligrosos" o siquiera arriesgados, ni el alquimista ni el teólogo podrían ser tachados aún como científicamente modernos, ya que si bien "desmenuzaban" la creación y "clasificaban" sus elementos, accidentes y operaciones, tornaban luego a reunificar la dispersión al uno y al origen, a lo divino, inmediatamente.
Personajes todavía como Paracelso (1490-1541), para quien el movimiento de cometas eran "signos" celestes del espíritu, y para quien las estrellas, la naturaleza y sus habitantes invisibles (hadas, silfos, duendes, gnomos... en cuya presencia real creía), los ángeles y los hombres, todos, se interrelacionaban e imbricaban inquebrantablemente; o como el astrónomo alemán Kepler (1571-1630), en cuya concepción de la ciencia Dios interviene en el mundo con "signos", cometas ("seres espirituales del cosmos"), nuevas estrellas, a las cuales se les debía de dar el mismo significado que recibían entre los antiguos; o como, incluso, el mismo Isaac Newton (1642-1727), calificado por Keynes: "el último de los magos", que aún creía en la cercanía de los dragones (los buscó en las montañas suizas), que era alquimista, que estaba convencido como los griegos de Homero que el destino humano se encontraba controlado por lo invisible, que se veía a sí mismo como un magus interviniendo entre Dios y su creación, que, en definitiva, sostenía cómo los hechos físicos -y no sólo las personas- tenían una conexión con la Providencia, con los demonios u otros seres de la naturaleza sobrenatural...
Los tres, Paracelso, Kepler y Newton, se hallan en la justa frontera entre la ciencia tradicional y la ciencia que empieza a desligarse de lo sagrado. Paracelso y Kepler tienen sus dos pies al otro lado de la línea; Newton, en cambio, tiene uno "allí" y el otro "aquí".
De ahí su doble cara, su papel de Jano, en el orbe de las ciencias. Por su lado, Galileo (1562 - 1642) es ya un claro antecesor de la modernidad científica al sostener que el universo es un vitalismo que funciona por sí solo (precedente tibio del mecanicismo); y que "la caída de los cuerpos -llegó a decir- sería válida aunque no hubiera Dios".
Preparando el terreno se encontrará también toda la filosofía del matemático y soñador Descartes (1596 - 1650), que dominará toda la centuria del XVII, llegando hasta Kant. Para el dualista Descartes ni el animal tiene ya alma ni el mundo, misterio: son, escuetamente, máquinas. Un paso nada más había hasta la publicación oficial y carta de naturaleza del nacimiento de la Física Mecanicista auspiciada por la Royal Society de Londres.
La Inglaterra de los siglos XVII y XVIII será así -en palabras de Francis Hutchinson- el primer país al que le cupo el honor de haber roto con la superstición mágico-religiosa. En 1703, Isaac Newton, ya ennoblecido, fue designado presidente de la Royal Society, cargo que ostentó hasta su muerte.
En el seno de la Sociedad, Newton dio a conocer sus estudios sobre la mecánica de los cuerpos y de la gravitación universal. Y fue allí, donde, antes de su comunicación oficial, intervino uno de los discípulos de Newtor -John Machine (¡Juan Máquina!)- convenciendo al maestro para que en la formulación oficial de su ley de la gravedad obviara "esas conexiones reales" con lo misterioso e invisible, con lo espiritual y divino tan inserparables hasta ahora del Newton científico, a fin de que -según Machine (!)- no cayeran sobre el descubridor el baldón, hazmereir y la injuria de brujo, mago y el intelectual "delito de superchería".