Autor: Álvaro Serrano Duarte
Es el onceavo de doce hermanos. Antes de venir al mundo, sus padres huyen de La Fuente hacia la ciudad de El Socorro donde Humberto nace, el 20 de febrero de 1950; a los ocho días de su nacimiento, la familia busca refugio en Zapatoca. Por eso, en forma jocosa, manifiesta que “tres pueblos se disputan su cuna... para echarle la culpa a otro”.
Humberto Rueda Vecino, de profesión abogado, casado con Mónica De La Hoz de Rueda (Soledeña). Sus hijos: Laura, Andrés Felipe, Ilyana, Ivy, Pedro Luis.
En Zapatoca, lugar donde transcurre su infancia y parte de su adolescencia, sus padres ejercen la profesión de comerciantes. Como zapatocas adquieren el apodo de Rueda Macarios, debido a que su abuela se llama Macaria.
A los 14 años es sacado abruptamente del seno de su familia para ser “exportado en avión” a Barranquilla para que ayude a un primo suyo en la Tienda “El Centavo Menos”, la misma en que ocurre un incidente relatado en la novela TODO POR ELLA. Apenas había cursado el 4º de Bachillerato en el Colegio Salesiano.
Para comprender la dimensión de ese traslado transcribimos a continuación un párrafo de su carta enviada a los autores de la novela:
“Cuando mi primo Eliseo Acevedo Vecino,propietario de la tienda “El Centavo Menos”, me envió el tiquete para que me viniera por avión, no era porque me considerara y no sufriera mucho en el largo viaje de Zapatoca a Barranquilla, sino porque me necesitó para trabajar un diciembre.
Llegar uno de Zapatoca a Barranquilla, a las seis de la tarde de un 7 de diciembre, “Noche de Velitas” es un cambio muy profundo. En Zapatoca, luego de la misa de siete de la noche, todo el mundo se encierra a rezar. En Barranquilla, se baila con “La Rueda del Cumbión” hasta el amanecer y ya el ocho de diciembre, seis de la mañana sin dormir yo creía que el mundo se iba a acabar como lo pregonaba el padre Isaías Ardila en Zapatoca, cuando en vez de desayuno con caldo y arepa me dieron bocachico frito, bollo limpio y guarapo de piña...”
Hasta los 17 años se desempeña como empleado de tienda y a los 18 regresa a Piedecuesta a terminar su bachillerato. Poco después de su grado se dispone a ser un trotamundos visitando a familiares en Bogotá, Buenaventura y otras ciudades. En su correría, vuelve a “aterrizar” en Barranquilla donde toma en arriendo, por períodos de tres y seis meses las tiendas “La Orquídea”, “El Volga” y “La Favorita”.
Y es precisamente en la tienda “La Favorita” donde es testigo presencial de las primeras reuniones, en el año 1972, que llevarían a la formación del gremio UNIÓN DE COMERCIANTES -UNDECO-.
En el año ‘74 toma la decisión de estudiar una carrera universitaria, y para ello ingresa en la Universidad Libre a estudiar Derecho y Ciencias Políticas en el horario nocturno. Su hermano Camilo lo emplea en la Panadería Apolo y así puede pagar sus estudios.
En las filas del movimiento político Por El Bien Común (Primer movimiento político de los Santandereanos en Barranquilla), fue nombrado Inspector de Policía del Carrizal y luego de la Estación Este o Inspección de la Cervecería Águila.
Obtiene el ascenso como Comisario General del Municipio de Barranquilla y posteriormente es nombrado como Asesor Jurídico del Alcalde Roberto Pacini Solano quien lo llama para el mismo cargo en su administración como Gobernador del Departamento del Atlántico.
Cuando le preguntamos sobre las razones que le empujaron a dejar de ser comerciante para convertirse en Abogado, nos comenta que el sentimiento de abandono y desperdicio de sus estudios que le embargaba al estar detrás de un mostrador y sentir, también, que disfrutaba sus estudios, fueron razones más que suficientes para tomar tal decisión.
Pero, igualmente, esta decisión no significaba tomar el camino más llano, porque su condición de “cachaco” era una verdadera afrenta a la costeñidad que ocupaba todos los cargos de la administración pública.
Entre sus anécdotas en el desempeño de su cargo como Inspector de Policía están las de aquella ocasión en que ordenó quemar todos los libros de entrada y salida de presos de la Inspección de Cervecería Águila, intentando acabar la macondiana corrupción que tenía tantas características de naturalidad, como para anotar en ellos los valores de multa cobrados a los infractores y su respectivo reparto:
—Fulanito de tal... ingresó en tal fecha, salió a tal hora... multa: 500 pesos, 250 para el teniente tal... 200 para el funcionario tal... 50 para el guardia tal...
Todos los libros parecían de contabilidad. Al ordenar quemarlos, tuvo que explicarles que de continuar haciendo tales registros, ellos estaban demostrando la comisión de una serie de conductas delictivas como concusión, cohecho y hasta prevaricato.
En su pensamiento estaba la esperanza de que si se le restaba naturalidad se podía conducir al temor de los funcionarios y por ese temor se disminuyera un poco esa aberrante aplicación de la justicia.
Siendo el primer cachaco que ejercía como Inspector de Policía, asumió una férrea defensa de los comerciantes que eran sometidos a injustas condenas por el ejercicio de su profesión. Según nos relata, para la policía y los demás funcionarios el traslado a la inspección de un costeño y un tendero, era más provechoso el segundo.
Para el costeño, era preferible permanecer 24 o 48 horas detenido que pagar una multa; para el comerciante, era preferible pagar la multa que dejar solo su negocio en manos de sus empleados.
Durante su turno, velaba porque el comerciante no fuera atropellado en sus derechos ni objeto de extorsión. Su espíritu magnánimo se alebrestaba cuando se trataba de sus paisanos. Pasado un tiempo se presentó un incidente en que terminaron detenidos dos santandereanos por negarse a pagar el consumo de licor, comida y juego en un establecimiento. Al interrogarlos e inquirirlos por tan absurdo comportamiento que dañaba la buena imagen santandereana, uno de ellos le respondió:
— Mi compañero me dijo que no pagáramos, porque aquí había un inspector cachaco que ayudaba a todos los cachacos.
Para Humberto, la época en que se desempeñó como funcionario público fue de gran valor al conocer muy de cerca el pensamiento de quienes ejercen el poder político y el autoritarismo en que se desenvuelve el servidor público. Personajes de ingrata recordación como el “Inspector Bossio” de quien se labró la frase: “Si lo dice Bossio, así es”.
Humberto, dedicado ahora a dirigir el Departamento Jurídico de la Empresa de Transportes Brasilia y atender algunos procesos judiciales propios de su oficina particular, vive la plenitud de un presente lleno de satisfacciones que encuentra en los libros y en los amigos costeños y cachacos.
Después de más de dos décadas ejerciendo la abogacía, no se preocupa si hay muchos abogados, porque “Mientras haya tercos, habrá abogados”. Y el consejo que quiere transmitirle al lector de este libro lleno de reminiscencias es: haga lo que le gusta, porque haciendo lo que le gusta, lo hará bien. Y haciendo bien las cosas, el éxito es el resultado obvio y natural de lo que se emprenda en la vida.