Autor: Juan Carlos Rueda Gómez
El Reverendo Padre Alcides Higuera realizó una estupenda y recordada labor a su paso por la Parroquia de La Fuente, Santander, Colombia. Se dio a la tarea de construir la Capilla de Nuestra Señora de Las Angustias dentro del templo, para lo cual contó con el apoyo generoso del señor Gerardo Suárez y sus amigos.
Publicó un hermoso calendario con fotografías del pueblo y escribió y editó un valioso libro que recoge la historia de esta Santa y da a conocer datos históricos del corregimiento de La Fuente.
Los siguientes son apartes de la obra del Padre Alcides Higuera:
«La historia de este pequeño y precioso retablo se remonta a los inicios del siglo XIX, por ser una historia transmitida oralmente, se han perdido muchos detalles que adornan la devoción de los pobladores de estas tierras a la Gran Señora de Cielo y Tierra.
Sin embargo, por rasgos escritos en los pocos datos históricos de la Parroquia, se sabe que una señora, de nombre Raimunda, que venía de San Vicente de Chucurí, hoy gran pueblo de pujante desarrollo, había salido de esas cálidas tierras por causa de la violencia, pues, le habían asesinado vilmente a su esposo y a sus hijos y ella se había librado milagrosamente de la muerte.
Al emigrar, trajo consigo una tablita de unos 30 x 40 centímetros que utilizaba como mesa de trabajo para cortar y enrollas los tabacos que vendía semanalmente para ayudar a su precaria economía. Hacía también sombreros de jipijapa y los ornaba sobre su apreciada tablilla.
Se cree que al concluir su trabajo artesanal, cruzaba sus brazos sobre la tablita y colocaba la cabeza para descansar un poco y es posible que la tabla haya sido testigo directo de sus lágrimas y de todas sus cuitas que allí con dolor expresaba.
Raimunda era una fiel devota de Nuestra Señora de los Dolores, y su madre, -ya muerta-, le había enseñado a amarla y pedirle la fortaleza que ella tuvo en los momentos de prueba que debió soportar.
Al llegar a La Fuente, Raimunda se radicó en el sector de "Palo Florido" y allí siguió haciendo lo que sus hábiles manos sabían hacer. Todos los días utilizaba su valiosa tablita sobre la que sus padres le habían enseñado a ganarse con honradez el pan de cada día, por eso cuando iba de un lugar a otro, era lo primero que alistaba entre sus corotos.
Un día, después de concluir su faena de rutina diaria, pasó un paño sobre la madera y, vaya sorpresa para un alma humilde y de corazón sensible: Raimunda notó en su tablita una lejana pero insinuante silueta de lo que parecía ser la imagen de Nuestra Señora del Cielo, la Virgen.
Ella tomó la decisión de no volver a cortar tabaco sobre la tabla ni a tejer sobre ella las hormas de sus sombreros porque el temor a faltarle el respeto a la Virgen no se lo permitían sus religiosos sentimientos.
Por algún tiempo coloco la tablilla en el altar de su cama y allí le rezaba con la más tierna devoción el Santo Rosario y le pedía que, si era ella la que estaba allí, por favor se le revelara completamente hasta poderla ver con sus propios ojos.
Un día, no aguantó más y les contó el suceso a sus vecinos y sus ojos se le aguaban cuando veía cómo ponían en duda lo que ella decía ver:
— 'No veo más que unas rayas que su cuchillo pudo dejar como rastro en ese pedazo de madera', le dijo uno de sus vecinos, que ella tenía por persona consciente y seria.
Sin embargo, este fue muy prudente y le aconsejó que esas cosas era mejor hablarlas con el sacerdote para que le diera su parecer y tal vez la mandara a colocar en un lugar donde se le pudiera rendir culto y/o aclarara, de una vez por todas, la verdad.
Raimunda prefirió esperar un poco pero se reunía todos los sábados con sus mejores amigos para rezar con fe en Santo Rosario en su casa. La devoción se fue divulgando tanto que la gente acudía a cualquier hora del día para pedirle a la Reina Celestial toda clase de bienes espirituales y otros iba a agradecerle algún favor que ya habían recibido.
Por aquellos días hubo una gran misión organizada por los Padres Dominicos, quienes, observando con curiosidad este fenómeno de religiosidad popular, le preguntaron a Raimunda y ella les contó todo y les hizo la observación de que la figura de la Virgen cada día parecía notarse más, y que con seguridad era la imagen bendita de Nuestra Señora de los Dolores.
El sacerdote que la entrevistó trató de explicarle para convencerla de que tal vez sí era un cuadro de la Virgen pero que por su antigüedad se había desteñido tanto que apenas se insinuaba allí algo más que una silueta.
— Siempre fue mi tabla de trabajo y nunca hubo sobre ella ninguna pintura.¡No entiendo qué pasó!, respondió la buena señora.
Una noche, después de haber y descansado un poco en su lecho, Raimunda observó que el cuadro se había iluminado y dejaba notar la imagen de la que hoy, los Pagüeños llaman cariñosamente NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS, que es la figura de Nuestra Madre Dolorosa que sostiene en su regazo el cuerpo inerte de Nuestro Señor Jesucristo y con su mirada de esperanza, la Madre contempla al hijo con el más sentido amor.
La mujer salió corriendo y llamando a gritos a sus vecinos para que vieran lo que le había ocurrido al cuadro y, aunque no había ninguna luminosidad sobre el retablo, todos concluyeron que realmente, la imagen se notaba ahora con más claridad que antes.
Con el respeto que inspira una reliquia, los feligreses convencieron a su pastor católico de llevar el cuadro al templo para rendirle allí la veneración y respeto que merece la santísima Virgen.
Los fieles devotos hicieron la petición expresa de que se le pusiera el nombre de NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS para no confundirla con Nuestra Señora de los Dolores, cuya devoción ya era notable.
El sacerdote accedió y propuso al pueblo realizar cada año una fiesta con la novena en la fecha que la iglesia consagra cada año a Nuestra Señora de los Dolores, el 15 de septiembre.
La señora Raimunda envejeció y al no poder trabajar más, se albergó en un cuarto que le brindó la Familia Plata Guarín y a la hora de la muerte, pidió que se le rindiera culto importante a NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS porque a ella le había concedido muchos favores.
Dijo que sólo hay que pedirle con mucha fe, que ella no abandonaba a sus hijos en la necesidad.
— "A mí me llegó la hora y voy a conocerla personalmente en el cielo", fue lo último que dijo y exhaló el último suspiro invocando su nombre con el Avemaría.
Desde la época en que fue párroco de La Fuente el Doctor y Presbítero Pioquinto Hurtado, fiel devoto de la virgen, se le ha venido rindiendo culto en el Templo Parroquial y se le ha llevado a varias peregrinaciones a Zapatoca, Guane, Barichara, El Socorro y Galán.»
Hasta aquí los datos tomados del libro escrito y editado por el Padre Alcides Higuera.