Autor: Teobaldo Coronado Hurtado
Cuando se trata el tema del suicidio o intento de suicidio lo más razonable es enfocar su etiología desde el punto de vista psiquiátrico, resultado de una patología depresiva.
Sin embargo, se alcanzan a observar comportamientos de individuos, en apariencia sin trastornos mentales, no psicopatológicos, que rayan con una actitud francamente suicida. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la conducta suicida “incluye no solo la muerte provocada, sino también cualquier acción perjudicial para el que la realiza.” ()
Viene a uno confuso pensamiento, al presenciar estas alocadas conductas. Sobre si el sujeto que la ejecuta le importa un bledo su vida. Pareciera como si adrede estuviera buscando un encuentro cercano con la muerte.
Tal los casos: del motociclista que serpentea atrevido entre el intenso tráfico automotor; el taxista que se vuela, muy tranquilo, el semáforo en rojo; el parsimonioso carro mulero o carretero, con su montón de cachivaches en contravía; el joven ciclista repartidor de la tienda que se manda de los andenes, despavorido, sin control alguno; los señores con porte distinguido, en lujosos carros, desafiantes, a velocidades de vértigo; y hasta el mismo transeúnte que con frialdad pasmosa atraviesa la calle sin tener en cuenta el semáforo en verde, mirando de reojo y como diciendo: mátenme.
No se logra, todavía, controlar como sería deseable el exceso en el consumo de drogas para referirme solo al cigarrillo y el alcohol; a sabiendas, para los que abusan de estos vicios, de sus letales consecuencias. “De cualquier cosa tiene que uno que morirse” contestan insolentes ante la crítica preocupante de familiares y amigos.
Y que tal osadía de los “manteros y banderilleros” que se lanzan a las arenas movedizas de las corralejas para celebrar las festividades del santo patrono del pueblo. El Heraldo del domingo 20 de septiembre, pagina 4A, publica reportaje en donde uno de estos banderilleros afirma: “que solo deja las corridas el día que un toro lo mate”
Es probable, si interrogamos cualquiera de los protagonistas, de los ejemplos señalados, sobre sus deseos de morir, lo más seguro responda en forma negativa.
Son situaciones cotidianas, para mencionar apenas algunas que en un contexto general podrían catalogarse como suicidas, “equivalentes suicidas” les denomina la psiquiatría.
Es evidente, muestran a las claras, franco desprecio por su propia vida tan alarmante como los casos psicopatológicos, que encajan en la clínica dentro del síndrome depresivo. Lo más grave, su simple miramiento, en medios especializados, como una problemática consecuencia de la incultura ciudadana. A mi modo de ver estamos ante un fenómeno con tremendo trasfondo ético de “irrespeto por la vida”.
Del individuo sin comedimiento por su propia vida tampoco se puede esperar reverencia por la vida de los demás. Implica que este individuo a la postre es un peligro latente para la comunidad, digno, por lo tanto, de mayor atención por los organismos de salud y las autoridades en general. Gente con este comportamiento es tal vez lógico englobarlas dentro de lo que el papa Juan Pablo II llamó “Cultura de la muerte”, () más allá de una mera falta de cultura ciudadana. Cultura de la muerte, que trasciende el enfoque del obispo de Roma para rechazar atentados contra la vida, que se dan, según la iglesia católica, con la práctica del aborto y la eutanasia, entre otros.
Considero que el desprecio por la vida en los “suicidas equivalentes” contiene un trasfondo político social. La insatisfacción de sus necesidades más sentidas conllevan a estos ciudadanos a la búsqueda de una subsistencia con altísimo riesgos para su integridad personal. De tal manera que el suicidio y la conducta suicida es un hecho social en donde el sociólogo francés Émile Durkheim considera que: “no son los individuos los que se suicidan, sino la ciudad que se suicida a través de ciertos miembros suyos”. ()
Es aquí, donde tiene cabida el punto de vista de la bioética, de la meso bioética en particular, en cuanto estaríamos enfrentados a un verdadero problema de salud pública, si en el pensamiento de uno de sus gestores, el cancerólogo norteamericano Van Ressaeler Potter, esta propende por una “ética de la supervivencia”.
A partir de los principios de: autonomía, justicia y beneficencia que fundamentan el compromiso con la bioética me permito formular los siguientes cuestionamientos:
¿Hasta dónde este tipo de comportamiento, a todas luces, amante de la muerte, sería tolerable en aceptación del principio de autonomía en razón del cual el sujeto es libre de hacer con su vida lo que a él venga en gana?
¿Expresa este comportamiento, el del suicida equivalente, resentimiento social, por la situación de desgracia en que vive ante la inequidad de unas políticas de Estado contrarias a lo que proclama el Principio de justicia?
¿Hasta dónde los que luchamos por la defensa de la vida, amantes de la vida, podemos colaborar enmarcados dentro del Principio de Beneficencia para evitar que estas personas se hagan daño, hasta el extremo de provocarles la muerte?
Desde una perspectiva médica se podría pensar en una patología social destructiva de la condición humana que Erich Fromm en su libro El Corazón del Hombre, denomina “Síndrome de la Decadencia… en donde se combinan formas extremas de necrofilia, narcisismo y simbiosis incestuosa… La persona que sufre este síndrome es mala, ciertamente, ya que traiciona a la vida y el crecimiento y es devota de la muerte y la invalidez” (), agrega el psicoanalista alemán.
A partir de una visión epidemiológica se me ocurre pensar que la situación de violencia crónica que a través de la historia ha vivido nuestro país que remata con una guerra en los últimos 50 años, que a todos nosotros nos ha tocado padecer, ha sido caldo de cultivo propicio para este síndrome; que esconde, además, en su brutal sintomatología un espíritu de venganza de cuantos de una u otra forma han sido afectados por una época signada de barbarie.
Con optimismo patriótico me atrevo a señalar que la consecución, ad portas, de la paz sería terapéutica primera para solucionarla. Como pueden ver la solución efectiva a este fenómeno no es en estricto médica o psiquiátrica, demanda en realidad una política generosa y oportuna del Estado para acabar con la inequidad y la corrupción, mayores desencadenantes de la mentalidad suicida de tantos colombianos.
REFERENCIAS
1 Real Academia Española. Diccionario Histórico de la Lengua Española, Madrid, 1992
2 Juan Pablo II. Evangelium Vitae. N.1
3 Emilio DURKHEIM. El Suicidio: Estudio de Sociología. Buenos Aires: Editorial Schapire, 1965, 315 p.
4 ERICH FROMM, El Corazón del Hombre, Fondo de Cultura Económica de España, 2007, P. 42