Autor: Israel Díaz Rodríguez
Don Danilo hombre muy considerado en el pueblo, con solvencia económica y prestigioso político de aldea, y su esposa, una respetada matrona, constituyeron un hogar donde nacieron cinco hijos educados bajo la atenta vigilancia y amor de la madre y el ejemplo que daba el señor a quien todo el mundo consideraba un caballero. Los hijos fueron formalizando sus propios hogares que eran ejemplo donde reinaba el respeto mutuo, la comprensión y el amor.
La hija menor no corrió con la misma suerte de sus hermanas mayores, pues le tocó crecer en el instante en que su padre, poco a poco se fue alejando de la casa argumentando que debía dedicar buena parte del tiempo a incrementar el crecimiento de una fábrica de materiales de construcción que había creado en un sitio intermedio entre el pueblo y la cabecera municipal.
Como suele suceder frecuentemente, con el correr de los días, lo que al principio eran semanas de ausencia, se fue alargando hasta llegar el día en que ya era de meses y no de manera regular.
Su abnegada y confiada esposa, pacientemente soportó con resignación este cambio no sin antes sospechar que algo mas iba allá del cuidado de la incipiente fabrica, hasta que llegó el día en que todo se puso de manifiesto, no solo era el progreso de la fabrica lo que retenía a Don Danilo alejado de su hogar sino la formación de un sustituto con una damisela que supo brindarle los cuidados que un hombre solo requería.
Finalmente solo venía a su hogar esporádicamente, su esposa mujer criada en los principios de la época, nunca le riñó en nada, le recibía cuando él llegaba con el mismo cariño de siempre. Entre tanto la que sufría las consecuencias de aquellas prolongadas ausencias, era la hija menor que crecía sin la presencia de su padre y solo bajo el inmenso amor de su madre que supo rodearla de amor, afectos y cariño tratando siempre de llenar el vacío de un padre que al decir verdad, se desentendió de ella, como si no existiera.
Al morir su madre, completamente huérfana y sin saber qué hacer, se fue de aquella casa donde solo percibía diariamente los recuerdos de su madre y se refugió donde una humilde familia que vivía en un pueblo a pocos kilómetros de la cabecera municipal-
Esta familia compuesta por marido y mujer llevaban muchos años de convivir, él un calafate muy reconocido por su honradez cuyas entradas económicas solo alcanzaban para el sustento diario, ella, conocida como una mujer de carácter dominante, calculadora que mandaba al marido, se puso muy feliz con la llegada de la joven huérfana
Esta pareja, no había tenido hijos, ya eran mayores, él más que ella con toda las ganas de haberlos tenido, la mujer puso a funcionar toda su astucia y consideró que les había llegado la oportunidad de “tenerlos” fue así como instó al marido para que cortejara a la huérfana hasta convencerla de que aceptándolo como dueño de casa, pagaba en parte los gastos que proporcionaba su presencia, ella era muy joven, tenía diez y nueve años y él, un hombre de unos sesenta años.
La niña ante el dilema de que si no le aceptaba las pretensiones a quien le había dado albergue y le alimentaba diariamente, corría el peligro de ser puesta en la calle, lo aceptó y al poco tiempo les manifestó que estaba embarazada.
El problema sugirió cuando comenzaron a pensar que la hija de un señor con muchos pergaminos, con hermanos muy considerados en la región, no era de buen recibo que ahora el padre del niño por nacer, fuera un humilde carpintero, había que buscarle un padre con nombre para que así no trascendiera el escándalo.
La “madrasta” astuta encontró la solución, “tu, -le dijo a la muchacha - te vas donde el Doctor Ortega, viudo que vive solitario y te le insinúas hasta convencerlo de que un hombre como él no debía estar siempre solo, que tú siempre lo has admirado y desearías servirle de compañía.”. AL principio el prestigioso jurisconsulto, ex magistrado del Tribunal Superior de Cartagena, rehusó lo que le pareció un absurdo, pero la joven instruida por su astuta “madrastra”, insistió hasta que consiguió su objetivo, el prestigioso hombre de leyes, jamás pensó que se trataba de una trampa, nunca pasó por su imaginación que aquella niña, venida de una familia distinguida, le estuviera urdiendo semejante coartada.
La joven una vez logrado su objetivo, no volvió más a encontrarse con el jurisconsulto, hasta que un día se le presentó a su oficina con un niño en sus brazos diciéndole que el niño era el fruto de su fugaz encuentro, el abogado para evitar el escándalo ante una sociedad que le consideraba un hombre serio, a sabiendas de la tremenda murmuración a que se expondría en la ciudad dañando así su inmaculada imagen, dio por aceptado que era el padre de la criatura dándole además su apellido.
La madre del niño, no pudo disfrutar de la alegría que debió proporcionarle el nacimiento de aquella criatura venida al mundo en semejantes circunstancias, al fin madre, lo crió bajo todos los cuidados extremándole sus afectos, pero su conciencia le fustigaba cada día el haberse valido de aquella treta para engañar a un hombre serio, evitar la censura de sus familiares y, en una palabra, sufrir en silencio el remordimiento de todo cuanto había hecho.
Viviendo este tormento interior, cuando el niño cumplió los 13 años, bañada en un mar de lágrimas, entre sollozos en la soledad de su cuarto, arrodillada le dijo al niño: ¡Hijo perdóname por todo cuanto te voy a decir, ya no resisto más, tú no eres hijo del Doctor Ortega, tu verdadero padre es ese humilde hombre que has visto salir todas las mañanas a ganarse el pan calafateando canoas en el puerto!.