Autor: Álvaro Serrano Duarte
Eran las cuatro de la tarde de un viernes. El escalofrío de una fuerte gripa invernal le invadía su cuerpo. Deseaba poder tener una mano amiga que le ayudara a atender la tienda “La Orquídea”, mientras se recostaba para recuperar sus fuerzas. Ese día sólo contaba con un empleado, el más lento de los tres que tenía. El trabajo era más agotador los fines de semana.
Tiritando por la fiebre, se puso a hacer un breve inventario de lo que hasta el momento había representado su vida. Nacido el 7 de Agosto de 1953 en la vereda La Aguada perteneciente al municipio de Galán (aunque geográfica y socialmente los habitantes de la vereda eran más cercanos a La Fuente) y siendo el sexto de trece hermanos, su posición entre ellos era de puente entre los mayores y los menores. Por eso se había acostumbrado desde niño a ayudarles a todos porque “no era el mayor, ni tampoco era el menor”.
Sus padres, Manuel y Alicia, tenían en él a su mejor asociado por su carácter bonachón y tranquilo y ser un excelente trabajador. Nunca había chistado por el trabajo, ni por la comida, ni por la ropa. Había sido un sujeto que no estorbaba a nadie y a todos servía con complacencia.
La industria tabacalera asomaba sus primeras crisis; a toda su familia, apoyados totalmente en el cultivo del tabaco, las cada vez menores compras de la Compañía Colombiana de Tabaco los estaba empujando a buscar otras fuentes de ingresos menos frágiles. Por esa razón Nelson no pudo aprovechar la beca para estudiar el bachillerato en Mogotes.
Su papá, Manuel Alquichire, cuando Nelson le hizo saber de sus deseos de viajar a Barranquilla a buscar mejores horizontes, se disgustó de tal manera que su hijo temió por un rompimiento definitivo con la familia.
Ahora que recuerda ese pasaje de su vida comprende que la actitud asumida por su padre fue tal vez la manifestación, a su manera, del temor por la pérdida definitiva de sus hijos. Si se iba quien más se había mostrado solidario ayudándolos en las labores del campo, era de suponer que los demás partirían detrás suyo.
Recién desempacado en 1970, en Barranquilla consigue que Alejandro Rueda Vecino le reciba como empleado de su tienda, pero sin sueldo; sólo por la comida y la dormida, ya que tenía suficientes empleados.
Un mes después Luis Ramírez le da trabajo en una cantina como administrador durante dos años. Al cabo de los cuales no se halla satisfecho y prefiere emplearse en la tienda de Manuel Acevedo Plata durante dos meses. Ensaya el trabajo como empleado de Gustavo Guarín en la refresquería La Deliciosa; sigue a la refresquería “Los Mojosos” de la Carrera 40 con calle 33 de Pedro Rueda.
Después de todos estos ires y venires en busca de mejores ingresos y dado que ninguno liquidaba las prestaciones sociales al tiempo del retiro, se animó a tomar en arriendo la tienda La Orquídea. Ahora, precisamente estaba allí sintiéndose huérfano del cariño de sus padres, sufriendo los rigores de una gripa.
Al dirigirse hacia su pequeña alcoba, vio en el pasillo y los otros cuartos las maletas y cajas de cartón llenas de ropas y enseres personales de un gran número de paisanos hospedados allí.
Nunca antes los había contado: en ese momento les estaba dando albergue a veinticinco personas entre amigos, conocidos, familiares y otros que recién habían llegado de Santander, y que con solo manifestar su procedencia se condolía y aceptaba que se quedara.
Llegaban con niños rosaditos, con esposas tímidas y con papás asustados. Les colaboraba con la dormida, pero también les obsequiaba el pasaje en bus a buscar trabajo, les daba desayuno y en la noche, cuando regresaban, les daba alguna gaseosa con fritos o pan.
Les preguntaba por la clase de trabajo que buscaban y les asesoraba e informaba de negocios donde los podían enganchar a trabajar. Les indicaba rutas de buses que los llevaran al sitio de la cita de trabajo, les instaba a no desanimarse en su búsqueda. En fin, representaba para ellos un excelente apoyo.
Pero cuando por su mente pasan cifras de gastos diarios que multiplicados por mes dan resultados astronómicos, mientras día a día ha estado viendo que la tienda está en franco deterioro y escases de productos, siente que algo muy grave está ocurriendo.
Intempestivamente salta de la colchoneta en que está acostado reposando su gripa. Los dolores de huesos y de cabeza y la fiebre han desparecido. Escucha que desde la tienda llega un gran griterío de gente que exige atención rápida. Al asomarse a la puerta que comunica la tienda con el interior de la casa, los clientes le gritan:
— ¡Hey, cachaco! Atienda el negocio. ¡No sea flojo!
Nelson, haciendo gala de una gran tranquilidad mira a todos los clientes y atiende primero a una anciana. Nadie revira. Fue la mejor manera de evitar más gritos estridentes exigiendo que les atendieran por turnos. Pero su mente también estaba ocupada en pensamientos definitivos.
Había dejado pasar cuatro años haciendo nada por él. Sus sueños parecían no haber sido desempacados cuando llegó a Barranquilla. ¡Era hora de ponerse las pilas!
Ante tantos compromisos y tantos hospedados, con un negocio en dificultades, decide entregar la tienda y se va en busca de trabajo como empleado. Camilo Rueda Vecino, le da trabajo durante dos meses en la Panadería Apolo, en la Paz con 31, y comienza como limpiador de latas y oficios varios.
Al terminar los dos meses, Camilo Rueda le ofrece la Panadería en arriendo. Sin dudarlo acepta el contrato. Pero, a diferencia de otros contratos, éste tenía una cláusula muy especial: No podía, siquiera, albergar a ningún amigo ni familiar en la panadería, so pena de dar por terminado el contrato de manera inmediata.
Previamente, Camilo le había hecho saber que los actos de caridad eran acciones que Dios premiaba, pero igualmente era indispensable aprender a administrar los ingresos. Si quería ser bondadoso debía pensar que la caridad no consiste meramente en dar dinero sin tenerlo, sino dar oportunidades a la gente.
Y para dar oportunidades a los demás lo mejor era crecer para que tales oportunidades fueran buenas a los receptores. Caridad no es aliviar el hambre de hoy; caridad es aliviar el hambre de toda la vida. El mejor ejemplo era él, cuando a Nelson le estaba dando la oportunidad de ganarse su sustento con su propio trabajo como arrendatario de una panadería.
El contrato fue suscrito para un período de seis meses. Pero fueron seis meses de gran sacrificio y mucho trabajo. Cuando culminó el contrato, ya conocía todo el proceso de panificación. No habiendo malgastado su dinero, regresa a su tierra y organiza su matrimonio con Ana María Acevedo.
Ésta parte de la historia de Nelson Alquichire la hemos reservado para dar mayor preponderancia al amor de una pareja exitosa. Ana María y Nelson, nacidos en la misma vereda, se conocían y amaban desde niños. Crecieron juntos hasta que el destino ganó la partida separándolos. Nelson no pudo, por razones de estrechez económica de sus padres, estudiar en Mogotes.
Mientras la hermosa niña era enviada por sus padres al Colegio Salesiano, mixto, para cursar su bachillerato, Nelson comenzó a tejer pensamientos de partida.
De cuando en cuando, Nelson iba a Zapatoca con pretextos diversos. Pero siempre pasaba a visitarla. Nunca había existido en ellos un tiempo que separara el antes de y el después de, porque su amor no había tenido un comienzo formal ya que se perdía en los recuerdos de infancia esa atracción que cada vez era más y más fuerte.
Esas visitas a Zapatoca no solo eran el ejercicio propio de un noviazgo, sino también una forma de no dejar que la imposibilidad de estudiar de Nelson le dejara a la deriva en conocimientos.
Por eso, Ana María comparte con él todos los conocimientos que ha ido adquiriendo en sus estudios realizados en el Colegio de la Presentación y posteriormente en el Colegio Cooperativo Santo Tomás. Nelson no solo fue su novio; también fue su alumno y, por supuesto, muy aplicado.
Cuando Nelson se prepara para ir a Barranquilla, aprovecha una pieza de baile para dejarle a Ana María, sin que nadie se diera cuenta, una fotografía suya -la primera que le daba-; ella, posteriormente, se traslada a Barrancabermeja y se emplea en el depósito de víveres La Placita de propiedad de Luis J. Moreno, y posteriormente pasa a la sección de supermercado. Simultáneamente aprovecha para estudiar diversos cursos de superación personal y académica.
Salvan las distancias con cartas y llamadas telefónicas. En 1975, cuando Nelson regresa de Barranquilla, organizan su matrimonio en San Gil acompañados de sus sendas familias. No lo hicieron en La Fuente por los costos que implicaba una fiesta con comida y bebidas. Nadie les perdonaría no ser invitados. Por eso cuando el pueblo se enteró, ya el matrimonio había sido celebrado.
Ambos vienen nuevamente a Barranquilla como equipo y como pareja. En premio por el excelente manejo de Nelson en la Panadería Apolo, Camilo Rueda Vecino les ofrece en venta una panadería vecina a la suya -la Santa Paula-.
Trabajando fuertemente desde el alba hasta altas horas de la noche, Nelson y Ana María, desarrollan un negocio prolífico y variado con panadería, refresquería y desayunadero.
Era tan extenuante el oficio que por momentos dudaron si ese debería ser su propósito en la vida: trabajar, trabajar, trabajar. Por eso, se dieron a la tarea de mirar la posibilidad de encontrar otra actividad que permitiera el disfrute de su amor, del placer de ver a sus hijos crecer.
Un día, mientras el trabajo lo permitía, leyeron en los avisos clasificados la oferta de una panadería que hacía distribución tienda a tienda de sus productos. Nelson se puso en contacto con el propietario del negocio en venta, pero por su precio prefirieron no continuar la negociación. Como si fuera su destino, el vendedor se convirtió en un visitante asiduo e insistente en venderles la panadería.
Tanto fue su afán, que Nelson y Ana María consideraron la posibilidad de arrendar la panadería Santa Paula y comprar la que les ofrecían, lo que podría significarles un trabajo más sosegado. Con esta finalidad y por las facilidades que les daban, decidieron adquirirla.
Quince años después, Nelson y Ana María recuerdan que no era la actividad laboral lo que les quitaba tiempo. Es el sentido de organización y la perspectiva personal acerca de la vida, lo que determina tener tiempo o no tener tiempo; disfrutar o mortificarse con el trabajo.
Con el nuevo negocio vinieron más responsabilidades que les pusieron a diseñar estrategias para cumplir sus compromisos. Como también vivir con toda su familia un episodio sangriento en que la vida de Nelson estuvo en severísimo riesgo de perderla por la inseguridad reinante, durante un asalto camino a cumplir sus obligaciones bancarias. Durante dos años su vida pendió de un hilo; todos están seguros que las oraciones y la fe pudieron hacer el milagro de salvar su vida, después de seis operaciones en su abdomen.
Como resultado, de todas estas experiencias, Nelson y Ana María le dan más valor a cada instante de sus vidas, viendo crecer a sus hijos: Nelson José, estudiante de Administración; Liliana, a punto de graduarse en Comunicación Social y Periodismo, y Camilo Alberto, quien estudia su bachillerato.
Pudo hacer realidad el sueño de sus padres a vivir junto a él, dándoles la oportunidad de vivir una vejez placentera, sin olvidarse de su familia política a la que considera como propia, no solo por el simple parentesco.
Su gran conclusión es que no tenía que esperar a tener solvencia económica para empezar a vivir plenamente; sino que hay que vivir plenamente adquiriendo experiencias vivificantes. Hoy con más razón exhibe una sonrisa plena, que ni siquiera los momentos más angustiosos han podido borrarle.
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