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Un hombre transparente

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José Joaquín Rincón Chaves - Periodista, Abogado y actor de radio - Bogotá, Colombia

 

Autor: José Joaquín Rincón Chávez

Cuando lo recogí en el Aeropuerto eran las diez de la mañana de algún día de 1987. Era su primera visita a la Regional del SENA en el Atlántico y la verdad sentía gran nerviosismo por el enorme prestigio y el respeto que el país le tenía.

Ese sentimiento, era como mi profesor de filosofía definiría, lo más cercano al temor reverencial que uno les profesaba a los padres, me refiero a los de antes.

Le había conocido años atrás en Bogotá, en 1974, cuando por circunstancias del destino realicé un curso en el Ministerio de Hacienda sobre derecho tributario.

Enrique Low Murtra fue un economista y abogado colombiano, quien se desempeñó como Ministro de Justicia entre septiembre de 1987 y julio de 1988, durante el mandato ejercido por el presidente liberal Virgilio Barco Vargas.Para entonces era una autoridad en Hacienda Pública y había publicado varios textos sobre el régimen fiscal en Colombia. El aprendizaje fue tan valioso, que me sirvió para salir airoso de un concurso público para desempeñar uno de mis primeros empleos en el sector público y más tarde, para desempeñar otros cargos de importancia en Barranquilla y Bogotá.

Economista de Harvard y Abogado de la Nacional litigaba en papel sellado, no como los de ahora, que litigan en papel moneda. Fue magistrado del Consejo de Estado y vivió en su ser, la toma del Palacio de Justicia.

A pesar de algunas limitaciones que tenía debido a una enfermedad en su niñez, arrastró tras de sí a un compañero herido y le salvó la vida. Resultaba conmovedor su relato de los hechos y las lágrimas que asomaban a sus ojos claros cada vez que recordaba el sacrificio de sus amigos jueces, los buenos, no los de ahora.

Llegó a la Dirección General del SENA, en el Gobierno de Virgilio Barco a comienzos de 1986 y en Marzo de ese año, me llamó para que le colaborara en la Gerencia Regional del SENA- Atlántico, tras ser postulado por el entonces Ministro del Trabajo, José Antonio Name Terán.

Además de haber sido mí Maestro en impuestos nacionales, habíamos coincidido como colegas, pues mientras se desempeñó como Contralor de Bogotá, este cristiano trataba de ser Contralor de Barranquilla en un año cercano a 1978.

Esa mañana de 1987, llovía intensamente en la ciudad. Y, para mi asombro, el ilustre visitante en compañía de un viejo escudero, me pidió antes de ir a la Sede Comercial, que lo llevara a ver los arroyos de Barranquilla.

En la “bala de plata”, que así llamaban en el Sena, al viejo Dodge Dart de la Gerencia, emprendimos la ruta hacia la 76. Al frente de la Iglesia de Chiquinquirá, el carro empezó a fallar, se apagó dando tres brincos por la gasolina atorada en el carburador, mientras por debajo del chasis, el agua se colaba a raudales por los huecos del piso.

El terror me invadió. Qué buen comienzo de visita. El conductor de semejante carruaje, Pilar de Jesús Gruesso Mina, natural de Quibdó, secó el carburador, trató de arrancar el vetusto vehículo y nada.

En medio de la lluvia pertinaz, el Director General, el Secretario General y el Gerente Regional echamos pie a tierra, digo al agua y empujamos el carricoche durante media cuadra, hasta que como con tres accesos de tos, el carricoche volvió a la vida.

El ilustre personaje dijo: “José Joaquín, acuérdeme de incluir en el próximo presupuesto una platica para comprarle un automóvil a la Gerencia, pero sigamos con el plan de conocer los arroyos de Barranquilla”.

La cara del Director General al contemplar el arroyo de la Calle 76 reflejaba una perplejidad extrema. Y eso que le había mostrado el caudal menos violento de aquella época.

Aspecto cotidiano en Barranquilla cuando llega la época invernal, cuando sus calles se convierten en ríos caudalososLa creciente, la velocidad del agua, el asombro por las miles de cosas que se avistaban flotando, como las ruinas que la gente desecha, como esos muebles viejos y cartones que entre remolinos, daban tintes de tragedia a la bárbara corriente, pasaban por las retinas del curioso personaje.

La visita duró dos días. En el segundo día conduje en un modesto Renault 9 de mi propiedad, al Jefe Mayor. Me indicó que pasara a las cinco y media de la mañana para llegar temprano a la sede del Sena Industrial de la Calle 30 para ver si los instructores estaban puntuales en sus clases.

Ese día, hasta Uña e Puerco, el master de artes gráficas y Garganta e´ Lata profesor de marroquinería y calzado madrugaron como nunca, pues la niña Ruth, les había avisado con tiempo.

Meses más tarde, en un homenaje que le organizaron en Cúcuta, para celebrarle su posesión como Ministro de Justicia, llegó a la Villa del Rosario con una caravana de escoltas armada hasta los dientes.

Cuatro carros blindados para proteger su vida. Se me acercó y dijo: “Espero que su nuevo carro tenga menos rotos que mis zapatos. Echo de menos la mañana que salimos solos por las calles de Barranquilla en su renolito rojo”.

Fue la última vez que escuche la voz de Enrique Low Murtra. Después, todo ha sido silencio. Solo recuerdo el lamento de su esposa cuando musitó, tras el atentado que le costó la vida:” han matado a un niño”.

Y entonces, recordé su entusiasmo cuando contempló las aguas del arroyo del Country y sus pequeñas pupilas verdes que parecían asombradas por la velocidad de la corriente y cómo sus suelas y sus pies mojados querían como correr, al borde del crecido cauce, como esos infantes que descubren la magia de las furias y perderse en la distancia como esos barquitos de papel que arrastraba el torrente hacia el mar.

 

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