Autor: Israel Díaz Rodríguez
Ubaldino que había vivido eternamente enamorado de Matilde pero ella nunca le había “parado bolas”, cualquier día cuando menos lo esperaba, recibió un recado informándole que Matilde le urgía hablar con él.
Sorprendido y sin pensarlo dos veces, con la misma persona que le trajo el sorpresivo llamado, le mandó la respuesta afirmativa fijándole el lugar en donde deberían reunirse, el día, la hora y si había la necesidad de llevar testigos del encuentro. Pues estaba bastante sorprendido ante aquel llamado.
El encuentro se dio al día siguiente, pero en la casa de Matilde, casa que él nunca había pisado, su sorpresa fue grande cuando sentados en la sala estaban además de la joven, sus padres que lo recibieron con efusivos abrazos. Después de los respectivos intercambios de saludos, tomó la palabra Don Aquileo–padre de la niña– y sin más rodeos le dijo:
— “¿Bueno y para cuando es el matrimonio?”
Ubaldino pálido y sudando copiosamente, ante semejante pregunta no pudo responder al instante. Respiró profundamente y después de reacomodarse en el taburete, contestó.
— ¡Como así!
— Si señor –replicó Don Aquileo– usted se casa con mi hija o se casa conmigo, y no de más vueltas, esto es para mañana.
Ubaldino conocía el significado de esta amenaza muy de uso en los pueblos. El pobre hombre que en otro momento este reto lo habría recibido con inmensa alegría, pues enamorado de Matilde como siempre lo había estado, ¿qué mejor ocasión para manifestar sus deseos?
¡Pero cuál era el motivo para que Don Aquileo le hablara así cuando él a Matilde no le había tocado ni un pelo! Ahora al sentirse amenazado, temblando de pies a cabeza y con la lengua que se le había vuelto una pelota, alcanzó a decir:
— “Bueno nos casamos mañana”.
Como una feliz coincidencia, ese día un sacerdote de Magangué que había sido traído especialmente al entierro de un “notable” del pueblo, -cosa que se daba raramente- se fueron él y Don Aquileo a la casa donde se hospedaba el cura, este les dijo que si querían verificar el matrimonio, tendría que ser esa misma tarde, pues él debía regresarse tan pronto terminara de oficiar la misa del difunto.
Seguidamente comenzaron los preparativos, la madre de la “novia” apresurada, le preocupaba principalmente el vestido de su hija, registrando un baúl viejo donde guardaba ropa que tenía años de no usar, se dio con la sorpresa que allí estaba todo el ajuar que ella había usado el día que se casó con Aquileo hacía más de cuarenta años, el vestido de novia un poco amarillento y arrugado, el velo con algunos agujeros y los zapatos blancos con rayones negros, pero nada de eso importaba, pues el casamiento sería de noche y como dice el dicho “de noche todos los gatos son pardos”.
Ubaldino, de su parte, tenía guardados un pantalón blanco y una camisa blanca de mangas largas, unos zapatos marrones que había comprado para usarlos en la fiesta de San José el 19 de Marzo de 1930 los cuales mas nunca se había puesto.
En la ceremonia, cuando el cura les comunicó que los declaraba marido y mujer hasta que la muerte les separara, Ubaldino tomó estas palabras tan a pecho que juró interiormente que pasara lo que pasara jamás se separaría de Matilde.
A las veinticuatro semanas de casados, nació una niña hermosa con peso y talla correspondientes al de una criatura de una gestación normal de nueve meses que fue recibida con alegría, Ubaldino entró en sospecha pero calló como si nada le hubiera inquietado pues lo que había jurado ante el altar, era para practicarlo toda la vida así “pasar lo que pasara”.
Si recordó que Melchorel gallero cada vez que venía de su pueblo, La Divina Pastora, con sus gallos finos para las riñas del Domingo, como gozaba de la confianza de los padres de Matilde, siempre se hospedaba donde ellos.
Ubaldino nombró de madrina de la niña a Sara una íntima amiga suya y comenzaron a llamarse compadres, hasta que un día se presentó a la casa de Sara un señor que le saludó de esta manera:
— “Comadre muy buenos días” -antes de que Sara se repusiera ante semejante sorpresa-, Melchor el gallero, le dijo:
— ”Vengo a comunicarle que su compadre soy yo porque Andreita la hija de Matilde es hija mía.
En la medida que la niña fue creciendo, todo el mundo al verla, decía que en nada se parecía a Ubaldino sino al gallero. Un día departiendo con unos amigos, pasado de tragos, Ubaldino soltó la lengua y sin medir las consecuencias de lo que allí dijo, confesó que Matilde creía que lo había engañado, pero que él si había entrado en sospecha que ella no estaba en su estado puro desde la primera noche de la consumación de la unión matrimonial, pero no estaba ciento por ciento seguro por haberla llevado a cabo en una hamaca.
Matilde al saber lo que Ubaldino había dicho borracho, después de discutir al día siguiente, ambos se pidieron perdón, ella argumentando que lo pasado con el gallero, había sido por insinuación de su madre.
Ubaldino de su parte argumentó que lo dicho por él, habían sido palabras de borracho, el matrimonio siguió normalmente y cuando nació otra niña al estar seguro que era de él, volvió donde su amiga Sara y le dijo:
— “Ahora sí vamos a ser compadres, porque usted será la madrina”