Autor: Desconocido
La situación geográfica de Zapatoca impidió que su territorio fuera visitado por los conquistadores, lo cual no implica que no haya tenido influencia de ellos, si bien ésta fue indirecta.
La ruta para el interior del territorio de la Nueva Granada a partir del Río Magdalena fue a través de la selva, siguiendo la vertiente de los Ríos Opón y Carare, pasando por Vélez y Puente Real.
El primer conquistador que penetró en territorio guane fue Ambrosio Alfinger, por orden del Emperador Carlos V que a principios de 1528 celebró un tratado con los alemanes concediéndoles la conquista de las tierras comprendidas desde el límite de la gobernación de Santa Marta hasta Marcapana, hoy Venezuela.
En ese entonces, Ambrosio Alfinger era agente en Santo Domingo de los grandes banqueros Welser y recibió de la corona el nombramiento de Gobernador de las tierras cedidas a los alemanes. Ilusionado con la noticia de que los indígenas se bañaban en oro, se hizo a la vela el 24 de febrero de 1529 llegando a Coro, en Venezuela, fundó en junio del mismo año la población de Maracaibo, y después de permanecer allí un año, emprendió el 1 de septiembre de 1531 el proyecto de llegar a los confines del dominio guane en compañía de Pedro Gutiérrez, soldado que impulsó a Alfinger a esta conquista, y del Capitán Bartolomé Hernández de León, quien más tarde sería alcalde de Guane; en Compañía de 40 jinetes, 120 hombres de a pie y varios indios esclavos, y luego de muchas penurias y combates con naturales que iba encontrando a su paso, llegó al valle del Río de Oro.
Continúa su viaje hasta encontrar la laguna que más tarde llamó de San Mateo, situada en una llanura que llamó en Valle de los Caracoles, por la cantidad de moluscos que encontró allí. Alfinger Ordenó al Capitán Esteban Martín inspeccionar un caserío que había divisado desde una de las alturas, con el fin de buscar provisiones.
Este se dirige al pueblo llamado Elmene, y los nativos temerosos corren a defender sus tierras, desatándose una lucha que como siempre ganan los invasores. Al enterarse Alfinger de la abundancia de frutos y cultivos hallados en Elmene, se dirige a esa región. Los indios antes de huir prenden fuego a todos sus bohíos. Allí permanece 5 días reanudando la marcha hacia la cordillera, donde el frío dificulta la marcha y causa la muerte a muchos de sus indios cargueros y no pocos soldados.
Después de muchas penalidades llega a Servitá, en los dominios de los Laches. Allí permanece unos días recuperándose, y en su desesperación por lo agreste del terreno resuelve regresar a Coro. Atraviesa el Páramo del Almorzadero, llegando al valle que después se llamó del Espíritu Santo, donde más tarde sería fundada la ciudad de Pamplona.
Continúa río abajo en busca del lugar de partida, pero los enfurecidos Chitareros le impiden el paso, y después de un encarnizado combate logran clavar una de sus flechas en el cuello de Alfinger, quien muere días después. Corría el año de 1533. Sus compañeros, afligidos por la muerte del caudillo, sepultaron cuidadosamente su cadáver junto a un frondoso árbol, colocando el epitafio siguiente:
“En Alfinger fue nacido
Una ciudad de Alemania,
Tierra bárbara y extraña
Tiene mi cuerpo escondido
En medio de esta montaña;
Muerto entre crueles manos
De los placeres humanos
No llevó mejor placer
Que morir donde ha de ser
Habitación de cristianos”.
No hemos podido determinar cuál de las culturas externas tuvo mayor influencia en la vida cotidiana de Zapatoca, por cuanto hay hechos que necesariamente tuvieron su origen en otras latitudes. Tal el caso del matrimonio civil, que para la época de su ocurrencia, cuando la vida política y religiosa dependía de las normas de la Iglesia Católica, era un hecho insólito.
Se iniciaba entre nosotros bajo el signo de la revolución que un año atrás había sacudido a París, el gobierno de don José Hilario López, fruto de la célebre y tumultuosa jornada parlamentaria del 7 de marzo de aquel mismo año de 1849. Con el régimen de López comenzaba una de las más agitadas épocas de nuestra historia. Los radicales tenían sus programas de lucha antirreligiosa que habrían de producir por más de treinta años un tremendo estado de agitación en todo el país.
El espíritu de partido irrumpió en la entonces tranquila y sosegada vida de los pueblos y las gentes se polarizaban en dos bandos político religioso, el uno de parte de la autoridad eclesiástica y el otro de la civil. Era apenas natural que las fricciones se produjeran con alarmante frecuencia y sobrevinieran serios trastornos de la tranquilidad pública.
La implantación del matrimonio civil, como único válido ante la ley con total prescindencia del religioso, fue una de las reformas que más hondamente conmovió a nuestras gentes, pues se pretendía destruir el pilar sobre el cual se asienta la familia cristiana como lo es el sacramento referido. La protesta de los prelados de la Iglesia no se demoró, a lo cual siguió la persecución de éstos, por cuenta del Estado.
Los hechos ocurrieron en 1854, siendo alcalde el señor Blas Rueda, cura Párroco el Presbítero Doctor Joaquín M. Roldán, natural al parecer de Charalá y pariente del político y gobernante don Antonio Roldán y Juez de Cantón el señor Narciso Rojas, quien en forma más o menos espectacular, ofició una diligencia –la primera que ocurría en Zapatoca– de matrimonio civil:
El 19 de marzo de 1854, día de San José, y además domingo, el cura conminó a los actores y declaró fuera de la Iglesia al Juez, al Secretario, a los contrayentes y a los testigos, pero lo hizo en forma desmedida y ofensiva. Decimos esto porque la Arquidiócesis en oficio del 12 de abril del mismo año al Vicario Principal de Zapatoca, refiriéndose al sermón del cura Roldán dice:
“Si un eclesiástico, y principalmente un párroco esta obligado a inculcar oportunamente a los fieles la sabia doctrina de la Religión Católica, e impedir en cuanto esté de su parte el que infrinjan los preceptos de Dios y de su Iglesia, esto debe hacerse con dulzura, con prudencia y con aquel espíritu de verdadera caridad de que nos dio el ejemplo nuestro Divino Maestro Jesucristo, y sin imponer jamás penas que la Iglesia no ha impuesto…. al tener noticia de los funestos acontecimientos que han tenido lugar en Zapatoca, tanto más si en esto ha tenido parte alguna la indiscreción o falta de prudencia del párroco. Este debe retirarse de Zapatoca, quedando en su lugar el presbítero Onofre Otero”.
El Juez, a su turno, dictó orden de detención contra el Párroco, y solo convino en dejarlo nuevamente en libertad cuando los vecinos influyentes y acaudalados se prestaron a extenderle fianza por la suma de dos mil pesos, —cantidad en aquella época apreciable—, como si se tratara de un elemento peligroso para la justicia. Pero no había de parar ahí la inquina del arbitrario Juez.
El padre del señor cura, anciano ya, se puso a comentar de modo picante para las autoridades lo dicho por su hijo, en la segunda tienda de acera occidental de la primera calle real, (hoy la carrera 9ª). Enterado el Juez, dictó orden de detención contra el padre del Dr. Roldán, alegando que estaba ebrio, lo que resultaba falso según la opinión pública.
La orden se cumplió prontamente por parte del alcalde, quien estaba en un todo del lado del juez. Como no aparecieran las llaves de la prisión, al anciano se le detuvo provisionalmente en el zaguán de la cárcel.
Entre comentario y comentario se enteraron del hecho Sergio y Rodolfo, dos hermanos del señor cura y se dirigieron al lugar donde estaba recluido su padre, y haciéndose justicia por mano propia tomaron del brazo a su padre y triunfantes lo llevan a su casa. Esto ocurría en las primeras horas de la noche del citado día.
Ya entrada la noche, los enemigos del Cura comprometieron al Alcalde a que redujera a prisión a los dos hermanos Roldán. El alcalde reúne a sus secuaces y se dirigen a la casa cural, que entonces era frente a la puerta lateral de la Iglesia por el costado norte, con el fin de llevarse presos al anciano y a sus hijos.
Al verlos ir, el señor cura hace cerrar y tranzar con un fuerte palo el portón principal de la casa. El alcalde y sus secuaces rodean la habitación del Párroco e intimidan rendición, pero al hallar la puerta cerrada resuelven derribarla. Para evitar mayores males, el Dr. Roldan se asoma por la ventana y le ofrece al Alcalde presentar a sus dos hermanos en primera hora del siguiente día, siempre que se despejara la calle y se suspendiera toda acción violenta.
No aceptó esto el Alcalde y continuó el forcejeo contra la puerta que, por ser vieja, cedió prontamente a la furia de la turbamulta. Libre la entrada los amotinados trataron de avanzar al interior de la casa, contra lo cual salieron los dos hermanos del párroco resueltos a no dejar pasar a nadie, sino por sobre sus cadáveres.
Se trabó una violenta lucha entre Sergio Roldán y un negro liberto, jayán de malas pulgas llamado Pedro Maldonado, y ya estaba dominándolo aquel, cuando sorpresivamente un individuo, que se decía oriundo de Girón y que iba entre la chusma le asestó a Sergio una atroz puñalada por debajo del brazo de Maldonado, cayendo mal herido el joven Roldán.
Al mismo tiempo Rodolfo defendía furiosamente la entrada repartiendo mandobles con la enorme tranca de la puerta. Uno de los asaltantes resultó con un brazo destrozado que tuvieron que amputarle y otros mal heridos. Uno de los golpes dio en la cabeza del Alcalde, fracturándole el cráneo y cayendo al suelo.
Al ver los asaltantes caído a su jefe y el denuedo inesperado con que defendían su casa los Roldán, optaron por la retirada para repetir el asalto con mayores fuerzas. Sergio entró herido a su casa, dio a su hermano sacerdote la noticia de los heridos que había dejado y que él estaba para morir; se confesó y murió. Entretanto las campanas de la iglesia tocaron a fuego para que los fieles salieran en defensa de su párroco.
La sensación en el poblado no es descriptible. Inmediatamente se organizaron voluntarios para proteger al párroco y su hogar, y se enviaron postas a los campos aledaños para solicitar refuerzos.
Sabedor de ello don Lorenzo Díaz, gran amigo del Dr. Roldán y persona de las más estimadas en Zapatoca, a las pocas horas de ocurridos los lamentables sucesos y estando en su hacienda de “El Carrizal”, organizó una cuadrilla con sus peones y vivientes trasladándose al poblado y enviando al mismo tiempo a marchas forzadas un propio para notificar de los hechos al Gobernador del Estado Soberano de Santander, en El Socorro, que lo era el Doctor Ramón Mateus. (Debe tenerse en cuenta que por aquella época no existían más medios de comunicación que los viejos caminos de la colonia).
Inmediatamente quedó organizada en la casa cural una fuerte guardia que la custodia por varios días hasta que llegó la tropa regular de la capital del Estado. La misma noche de los sucesos moría Sergio Roldán, y dos días más tarde el Alcalde. La ciudad estaba convertida en un campo de batalla.
La consternación fue indescriptible. El entierro de don Sergio se hizo el 21 de marzo. La partida de defunción se encuentra al folio 1029 del libro primero. Había dicho que ni muerto pasaría por la puerta de la cárcel, y sucedió que cuando el entierro, conducido por el Doctor Pedro Guarín iba dándole la vuelta a la plaza, -como era costumbre entonces-, y se encontraba frente a la casa contigua a la cárcel, -la que es hoy Inversora Pichincha-, corrió la voz de que en ese momento se traían preso al señor Cura, y cierto o no, se formó tremendo desorden; los que iban con el acompañamiento del cadáver se fueron a la protección del párroco, y entonces el Doctor Guarín y los cuatro cargueros, calladamente y con la mayor prisa vuelven a recorrer la calle norte de la plaza, y por allí directamente van al cementerio, sin que realmente ni muerto, pasara don Sergio por la puerta de la cárcel.
Ante estas circunstancias el propio Gobernador resolvió trasladarse a Zapatoca y una vez enterado de los acontecimientos, procedió a destituir al juez y a nombrar autoridades imparciales que garantizasen la tranquilidad pública, con lo cual renació la calma tan bruscamente alterada. El Cura, como era su deber, comunicó a su superior el escándalo y recibió el oficio a que hicimos referencia antes.
La presencia alemana solo llegó a Zapatoca en 1860, cuando Geo Von Lengerke la visitó con ocasión de sus negocios, si bien desde 1857 había adquirido del Estado los terrenos donde fundó la Hacienda de Montebello.
Posteriormente fundó la hacienda El Florito, un complejo agrícola y comercial, donde funcionaba el centro de producción y exportación de quina. El 2 de enero de 1860 contrató con el Ayuntamiento de Zapatoca el mantenimiento y rectificación del camino a San Vicente y Montebello. En 1862 contrató con el Gobierno del Estado la construcción del camino Zapatoca-Barrancabermeja.
En 1865 adquirió la casa ubicada a una cuadra del parque principal “Policarpa Salavarrieta”, (por Acuerdo del Concejo, en el pasado mes de agosto, se le cambió el nombre por “Geo Von Lengerke”) y en 1871 compró otra casa contigua. En esta amplia casa tenía el depósito y una gran pesebrera para sus mulas. (Infortunadamente esta casa fue destruida para permitir la construcción del Colegio Salesiano).
El 15 de octubre de 1868 le fue adjudicado el contrato para la construcción del puente sobre el Río Suárez en el “Paso de los Ruedas”, en el camino Guane-Zapatoca. Este puente fue inaugurado el 2 de febrero de 1872 con la presencia del Presidente del Estado Soberano de Santander, General Solón Wilches y se le dio el nombre de “Puente Lengerke”; prestó servicio hasta el 5 de mayo de 1964 cuando se cayó por falta de mantenimiento. En Septiembre de 1880 firmó contrato con el Gobierno del Estado para la explotación y exportación de quina.
Había nacido en Donhnsen, el 31 de agosto de 1827, llegó a Bucaramanga en 1852, y murió en Zapatoca el 4 de julio de 1882.
La presencia de este alemán fue muy benéfica para Zapatoca, pues se colonizaron las tierras al occidente de la ciudad y se abrieron caminos para el comercio, aun cuando Lengerke lo haya hecho en cumplimiento de contratos con el Estado y para su comercio de exportación, y no como ha querido inculcarse, por amor a la ciudad. Además de lo relacionado hasta acá, contrató Lengerke la construcción de otros caminos en Bucaramanga, Rionegro, Lebrija y Girón.
Los fundadores de Zapatoca se establecieron aquí para permanecer aislados, evitar la influencia de las luchas sociales y políticas, y llevar una vida apacible. Es posible, y así parecen confirmarlo varios investigadores, que lo hicieran para evadir el pago de los tributos a la corona. Su comunicación por el occidente hacia el Río Magdalena era imposible por la malsana selva, y hacia el norte y el oriente estaba limitado por los Ríos Saravita y Sogamoso.
Si tenemos en cuenta que los fundadores de Zapatoca eran todos españoles y criollos descendientes de españoles, podemos deducir que la influencia de los conquistadores y colonizadores españoles sí se produjo, pero como dijimos al principio, indirectamente. El trazado del pueblo y las dimensiones de las manzanas y las calles muestran una clara influencia de la arquitectura ibérica.