Autor:José Nieto Ibáñez
Este escrito relaciona a dos personas, que existieron en realidad. El primero: Ernesto Vieco Morote nació en Santa Marta en 1845 y fue el verdadero introductor del cine en Colombia. El segundo: el Capitán Francisco Venancio García I Frómeta fue un capitán cubano, nacido en los años 50 del siglo XIX, quien navegó durante años por el río Magdalena, al frente de embarcaciones pertenecientes a distintas compañías de navegación fluvial.
Era el bisabuelo del autor de estos diálogos y es, en verdad, personaje ideado como protagonista de una novela que, por ahora, sólo existe en la mente de su bisnieto.
El pitazo largo de un vapor navegando por el anchuroso río Magdalena, poco antes de su arribo a Barranquilla, conmovió hasta sus raíces al capitán García. Ese sonido, que le pareció más de lamento, le trajo a la memoria aquellos tiempos cuando era un navegante fluvial activo, en medio de la guerra del 85.
Don Venancio Garcia I Frómeta, era un viejo capitán ya casi “en uso de buen retiro”; aunque todavía realizaba travesías esporádicas por el río Magdalena, trabajando a las órdenes de la Compañía de Navegación “Pérez Rosa”, pues la otrora “Compañía Colombiana de Transportes”, para la cual trabajó había desaparecido. Era nacido en la oriental población de Manzanillo, en la isla de Cuba, allá por la década del 50 del siglo XIX.
Una tarde del mes de julio del año 1897, el capitán, quien era un hombre de elevada estatura; tenía una barba negra que ya pintaba canas; de contextura gruesa; enamoradizo y un poco huraño a la vez, se encontraba sentado sobre un cómodo sillón de mimbre, en la terraza de su casa, ubicada sobre la acera Oriental de la calle Santander, entre los callejones de la Aurora y de la Aduana, el mismo que en tiempos remotos se le conoció como el callejón de Las Viejas.
Su casa, que era, como casi todas las construidas por esa época en Barranquilla, de barro y enea, se hallaba más cerca del callejón de la Aurora que, años más tarde, fuera bautizado como la carrera Líbano o Avenida de la República.
Se veía pensativo, como preparándose para el habitual rito de la siesta, cuando se presentó ante la entrada principal de su casa, un hombre que tocó con los nudos de su mano derecha la vieja verja de madera que protegía y daba entrada a una estrecha y cuadricular terraza.
El capitán, con sólo un ojo medio abierto primero y después con los dos bien despejados, se le quedó mirando un poco extrañado; pero al observar que el recién llegado iba bien vestido, desechó de su mente todo tipo de sospechas. No podía tratarse de algún vendedor de baratijas y mucho menos de un ladrón.
El recién aparecido era un hombre alto, de tez blanca; usaba un bigotico delgado, muy típico de estas tierras del Caribe; vestía saco y pantalón blanco, sin excluir los zapatos. Extrañamente, no usaba sombrero de tartarita, muy de moda en esa época, carencia que alegró al capitán, pues era de los que detestaba a los hombres que lo llevaban sobre sus cabezas, no por elegancia, sino con el premeditado propósito de ocultar su calvicie.
El imprevisto visitante, sin estar desprovisto de cabellos sobre su cráneo, tenía, eso sí, unas entradas tan pronunciadas que le hacían sobresalir su frente y, aunque el capitán imaginó que éste no era calvo, su idea no podía ser concluyente, pues la característica delgada de sus cabellos daba la impresión de serlo si se le miraba la parte correspondiente a la coronilla, cosa que el capitán, por su posición frente a él, no tuvo tiempo de observar en detalle.
Una vez que el inesperado forastero se percató de que el oficial le observaba con atención, sin tener muy en cuenta los saludos de rigor, le preguntó:
.- ¿Es usted el capitán García?
.- Sí…Mi nombre completo es Venancio García I Frómeta. ¿En qué puedo servirle? -le preguntó-, sin pararse de su cómodo asiento.
El incógnito se acercó un poco, pero estando todavía sobre la acera y separado de la verja, le contestó:
.- Verá usted. Vengo llegando de Panamá, pero ahora necesito viajar a Cartagena y más tarde a la capital.
.- ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?- le preguntó muy seco.
.- La verdad es que me lo recomendaron. Me dijeron que era usted una persona muy amable y, sobre todo, con muchísima experiencia como navegante fluvial.
.- ¡No me diga!¿Está usted bromeando? ¿Habiendo tantos capitanes de barco en la ciudad?
.- ¡Discúlpeme usted! ¡Soy, a veces, tan mal educado! Ni siquiera le he dicho mi nombre…
.-Ya lo había notado, pero como pensé que venía sólo a preguntar por alguien o por alguna dirección, no le presté mayor atención a ese habitual requisito.
.- Mire, capitán García… Mi nombre es Ernesto Vieco… Ernesto Vieco Morote.
.- ¿Es usted panameño?
.- No. Soy samario; aunque de origen antioqueño por parte de mi padre. ¿Sabe usted quien era mi padre?
.- ¡No!
.- El Coronel, José María Vieco…
.- Sin embargo, su apellido me suena a italiano.
.- Sí, usted tiene razón. Mis ancestros son italianos; pero por el lado de mi madre, somos todos samarios. Mi mamá se llama, Concepción Morote de Vieco…
.- ¡Qué interesante! Pero…, parece que nos estamos desviando demasiado. Yo le decía que se buscara otro capitán. Mire usted… ¿Por qué no le pregunta al capitán Munárriz?
.- He oído hablar de él, pero no sabría cómo o dónde encontrarlo.
.- Él viaja muy seguido a Cartagena. Precisamente, su vapor se llama “Cartagena” y pertenece a la Compañía del Canal del Dique.
.- Lo sé; pero es que pienso quedarme unos días y después continuar viaje a Bogotá.
.- ¡Perdóneme, pero no acabo de entenderle!- le dijo el capitán estando todavía sentado, mientras que el otro permanecía de pie frente a la verja.
Vieco, sin prestar mayor atención a la poca amabilidad del capitán al no pedirle que se sentara, quiso ser más explícito:
.- Considere usted: yo estaba pensando que, tal vez, el viaje hasta Cartagena podría hacerlo con cualquier otro capitán; pero me gustaría continuar viaje con usted hasta La Dorada, ya que debo estar en Bogotá para mediados del próximo mes de agosto, pues en los primeros días de septiembre deberé hacer algunas presentaciones…
.- ¿Presentaciones, dijo usted? ¿Presentaciones de qué? ¡Espere, espere, ya sé!
.- ¿Qué es lo que sabe usted, mi estimado capitán?
.- ¡Usted es un hombre de la farándula! Es que, apenas le vi me dije:…”«éste, por su pinta, tiene que ser un hombre de teatro» ”¿Trabaja usted para alguna compañía teatral?
.- Trabajé para una compañía de ópera.
.- ¡Es lo mismo! La ópera es teatro cantado ¿No es así?
El capitán entonces se levantó de su cómodo asiento y le invitó a pasar. Se dirigió hacia la sala y tomó un sillón similar al suyo, lo colocó a su lado y le reconfirmó su invitación a sentarse.
Ya estando ambos cómodamente arrellanados en una orientación tal, que mientras Vieco miraba hacia el Sur, el capitán quedó con sus ojos avistando hacia el Norte, es decir, hacia los lados del callejón de la Aduana, el mismo que llevaba hacia los predios de la llamada Estación Montoya y le volvió a preguntar:
.- ¿De ópera? ¿De cuál compañía estamos hablando?
.- En realidad yo era el agente comercial. El dueño era o es el señor Mario.
.- ¿Mario? ¿Cuál Mario es ése?
.- ¡Don Mario Lombardi!Él es italiano. Dueño de la “Compañía de Ópera Italiana Mario Lombardi”. ¡Ese es su nombre completo! Yo estuve agenciándole la Compañía durante una gira que hicimos por Costa Rica y Panamá.
.- ¿Y dónde se encuentra la Compañía en estos momentos?
.- ¡Viajando!
.- ¿No se marchó usted con ellos?
.- No, señor García. Esta es una historia un poco larga de contar y no sé si usted querría escucharla.
.- ¡Por mí no habría problemas! Al fin de cuentas la tarde es todavía joven. ¿No le parece?
.- No creo que sería necesario utilizar todo ese tiempo, pues una media hora sería suficiente para contárselo todo.
.- ¡Entonces, adelante! -expresó el capitán con cara de contento, pues en realidad gustaba de dar oídos a las historias-.
Ernesto Vieco cambio de posición en su sillón de mimbre para sentirse más cómodo; se quitó su saco y lo puso sobre sus muslos y aprovechó para estirar un poco sus piernas, pues de un tiempo para acá sufría de ciertos dolores en sus articulaciones, padecimientos que un curandero atribuyó a un desgaste de cartílagos. El capitán, quien captó que Vieco trataba de ocultar sus dolencias, le expresó:
.- ¡No se preocupe! ¡Estire bien sus piernas! Yo sé lo que es ese dolor, pues también lo he sufrido; aunque lo mío era debido a mi gordura, a un exceso de peso. Por eso me extraña que siendo usted una persona delgada tenga que cargar con ese lastre. ¿Le duele mucho?
.- ¡Enormemente, capitán! Aunque no siempre. Me sucede casi invariablemente cuando estoy un poco nervioso.
.- ¿Nervioso? ¿Y por qué habría de estarlo en estos momentos?
.- Debido a cierto estado de ansiedad. Siempre me sucede cuando tengo planes de viaje. ¿Comprende? Pero bueno…voy a comenzar con mi exposición…
.- ¡Adelante!- le expresó enérgico el capitán.
.- Bien, mi estimado capitán. Quiero empezar diciéndole que, a mediados del mes de marzo de este año 1897, como representante legal del señor Mario Lombardi, dueño de la llamada “Compañía de Ópera Italiana Mario Lombardi”; me trasladé a Cartagena para llevar a cabo algunas presentaciones en esa ciudad hermana.
Inclusive, recuerdo que logré que los actores no cobraran sueldos durante la Semana Santa, que nos encontró en plena actividad. Estas realizaciones teatrales le produjeron a la Compañía una buena ganancia.
Además, el haber convencido a los actores para que trabajaran gratis durante los días santos, fue un factor determinante para economizar 1.500 pesos, que quedaron en caja, como reserva.
Mientras los artistas estaban ocupados en el Teatro Mainero, me dedicaba a recorrer las estrechas calles de la ciudad y, muchas veces, me ponía a conversar con la gente sentada sobre los bancos de la plaza principal. Una tarde, conocí a un señor, muy decente por cierto, con pinta de europeo, quien dijo llamarse, Carlos Poeti, y me propuso un negocio.
.- ¿Cuál? -preguntó curioso el capitán.
.- Me planteó la venta de un aparato de cinematógrafo. Se trataba de uno que le sobraba y que había conseguido en la ciudad de Panamá, de donde acababa de llegar. Y cuándo le inquirí por más pormenores sobre cómo y dónde lo había adquirido, me dijo, poniendo cara de persona seria y responsable, que había comprado el novedoso aparato a un agente de la casa Edison.
.- ¡Entonces era un Vitascopio!- rectificó el capitán.
.- ¡Tiene usted razón! El Vitascopio es la versión norteamericana de lo que es el Cinematógrafo, el invento de los hermanos Lumiére. Precisamente por eso me lo quería vender, pues aducía que él tenía un aparato de Cinematógrafo de la Casa Lumiére; los inventores, como ya dije, de ese aparato en Francia, mientras que el Vitascopio para él era algo diferente, al cual no estaba acostumbrado. Me lo ofreció a buen precio. Lo acepté, luego de recibir algunas explicaciones acerca de su correcto manejo.
.- ¿Y cuánto tuvo que pagar por él?
.- Se lo compré en sólo 300 pesos oro.
.- ¡Un poco caro! ¿No?
.- ¡Ni tanto! Yo sé de buena fuente que cuestan alrededor de 600 pesos. Así que, en realidad me lo dio por la mitad de su precio.
.- ¡De todas maneras era un aparato de segunda mano! ¿No es verdad?
.- Por supuesto que sí. A pesar que parecía nuevo. En todo caso me dije:«ésta podría ser una buena herramienta con la cual podría ganarme unos pesos»; pero no le comenté nada a don Mario.
.- ¿Y qué pasó después?- le preguntó con cara de estar ya muy intrigado y deseando escuchar el resto, de lo que podría llegar a ser, una novela corta o comedia ligera.
.- ¡Tranquilo, capitán, tranquilícese! A finales de marzo nos trasladamos en tren para San José de Costa Rica…
.- ¿Marzo de este año?
.- Así es. Claro está, que yo previamente conseguí un apoyo económico del gobierno costarricense, quienes generosamente dieron órdenes, a través de un ministro, para que, además, pudiéramos viajar gratis, sin excluir el uso, también regalado, de la imprenta estatal en la necesaria impresión de afiches o carteles propagandísticos acerca de nuestras representaciones en aquel país centroamericano. Además, quedamos exonerados de pagar impuestos. ¿Qué le parece?
.- ¡Caramba! ¡Eso se llama tener suerte!- exclamó eufórico el capitán García.
.- ¡Sí! Tuvimos mucha suerte. Pero, ahora viene lo peor. Resulta que como a los dos días de estar haciendo las representaciones, cometí el error de contarle a don Mario lo del Cinematógrafo o Vitascopio que tenía en mi poder. Y él, por su ambición desmedida, me propuso que hiciéramos unas proyecciones durante los días en que no tuviéramos funciones de ópera, cosa que casi siempre era los lunes. Así fue como una tarde de lunes, nos fuimos hasta una plaza pública y convocamos a la gente para que vieran algunos cuadros en movimiento.
Previamente, yo había hecho alguna toma de la ciudad y las personas que deambulaban por las calles. Lo hice, naturalmente, con el ánimo de atraer público, pues pensé que de seguro, la gente querría verse reflejada en el telón o lienzo.
Las dos primeras tardes de lunes las proyecciones fueron gratis; pero después citamos a la gente, durante una pausa en la ópera, para que, por una módica suma acudieran el siguiente lunes al recinto del Teatro para asistir a una función de cinematógrafo que contendría películas de 5 a 8 minutos de duración, además de la promesa de presentarles las llamadas “Vistas Nacionales”, que no eran otra cosa que las tomas que con anterioridad había yo realizado.
José Nieto Ibáñez, en el Teatro Amira de la Rosa durante el Lanzamiento de su libro Barranquilla en Blanco y Negro (Tomo II) en el año 2007
El público, respondió al llamado y acudió casi de manera masiva. Fue entonces cuando comenzaron nuestros problemas, pues una tarde de esas, se aparecieron de repente, un par de policías de civil y, sin ningún tipo de consideraciones, nos intimaron a entregarles todo nuestro material fílmico, en otras palabras, nos decomisaron no sólo las películas, sino el propio aparato...
.- ¿Cuál aparato?
.- ¡Quiero decir, el aparato de Cinematógrafo! Y, lo peor fue que se llevaron preso al mismísimo Lombardi...
.- ¿Pero, por qué? ¿Dónde estaba su delito?
.- Lo que pasó fue que las autoridades consideraron que nosotros, siendo una Compañía con un permiso oficial para representar óperas, no podíamos, de ninguna manera, estar llevando a cabo proyecciones de cine, ya que ellos consideraban que el cine era una actividad más apropiada para las ferias o espectáculos circenses y que, por obvias razones, no podíamos utilizar el recinto del teatro para dar allí, en ese centro de la cultura, una vulgar película cinematográfica.
- ¿Y no podían haber hecho las proyecciones en otro lugar? ¿En la calle, por ejemplo?
.-Tal vez sí; pero como nos habíamos atrevido a usar el Teatro, las autoridades estaban furiosas con nosotros y especialmente con don Mario quien era el dueño de la Compañía de Ópera.
.- ¿Y qué hizo usted en ese crítico momento?
.- Me dirigí al Secretario del Ministro Ulloa y le pedí que soltaran a don Mario, ya que éste estaba bastante delicado de salud y, con seguridad, no podría soportar el carcelazo. Sin embargo, se negaron e insistieron en que debía continuar preso; pero ante mi persistencia, dijeron que entonces debería pagar una fianza de 500 pesos oro. ¡Imagínese usted! 500 pesos que nosotros no poseíamos. Precisamente, el objetivo de las proyecciones de cine era recaudar un poco de fondos para solventar la mala situación económica de la Compañía. Ante esto, les propuse canjearme por don Mario.
.- ¿Canjearse? ¿Cómo así?,- preguntó curioso el capitán.
.- ¡Muy sencillo! Que lo soltaran a él y que yo tomara su lugar en prisión ¿Comprende?
.- O sea, que... ¿Iría usted a la cárcel?
.- ¡Así es!
.- ¿Y qué le contestaron ellos?
.- ¡Aceptaron! Así que, sin más preámbulos me llevaron al calabozo, pues ya era tarde y a la mañana siguiente me condujeron a la cárcel municipal, justo en el mismo momento en que sacaban a don Mario, quien al verme entrar mientras él salía, comprendió cuál había sido el trato y con un gesto y una mirada especial, me lo agradeció.
.- ¿Y cuánto tiempo estuvo usted detenido?
.- No mucho tiempo…porque, mire usted lo que son las cosas de la vida. Yo no tenía la menor idea de la existencia de una numerosa colonia de colombianos en Costa Rica, sobre todo de los muchos residentes en San José, la capital.
.- ¡Seguramente muchos desplazados debido a las numerosas guerras que hemos tenido, sobre todo la del 85!,- inquirió el capitán.
.- Yo creo lo mismo que usted. En todo caso, un nutrido grupo de compatriotas se manifestaron contrarios a mí encarcelamiento. Y las autoridades ticas, ante tanta presión por parte de la colonia colombiana, se lo dieron a conocer al Ministro Ulloa, quien no sólo ordenó mi excarcelación inmediata, sino que, a manera de indemnización, dispuso se me hiciera entrega, a través de su secretario, de la suma de 500 pesos oro, la misma cantidad que, supuestamente, tendría que haber cancelado como multa.
.- ¿Y el aparato que le habían decomisado?
.- ¡Me lo devolvieron junto a todo el material fílmico! ¿Qué le parece, mi querido capitán?
- ¡Fantástico! Es que se nota que es usted un hombre afortunado.
.- ¡Yo creo lo mismo! Luego de ello, entregué los 500 pesos, más las pocas ganancias obtenidas a don Mario, y esos dineros fueron girados por él al señor Prendi, quien era el representante de la Compañía en la ciudad de Milán, ya que lo necesitaban con urgencia para poder costear los viajes de otros artistas que se integrarían al elenco, además de los decorados y aderezos necesarios para la gira artística que teníamos planeado hacer en Lima, la capital peruana.
.- Hasta aquí puedo seguirle en su relato; pero… ¿Qué pasó después? Por que me imagino que esta narración no tendría sentido si no hay otro acontecimiento, lo suficientemente fuerte, como para hacer cambiar el rumbo de la historia que usted está contándome. ¿No es así?
.- ¡Así es! ¡Tiene usted toda la razón! Ahora es cuando viene lo bueno. ¡Escuche con atención, por favor!
.- ¡Soy todo oídos! -dijo el capitán poniendo cara de urgente y desaforada curiosidad por conocer qué pasó de ahí en adelante.
.- Pues bien, una vez liberados, seguimos viaje hasta el puerto de Limón, que está al otro lado, por el Océano Atlántico. Fue para nosotros un viaje muy largo, pero muy bonito dada la belleza de los paisajes.
Llegados allí, esperamos a un barco italiano, que nos trasladara desde el Limón hasta la ciudad de Colón, en Panamá. Por desgracia, hubo otro inconveniente, pues el barco tuvo necesidad de esperar a que las autoridades de la salud tomaran todo tipo de precauciones, ya que había un brote de fiebre amarilla. Esta inevitable demora significó nuevas pérdidas para la Compañía, por “lucro cesante”, como lo llaman los expertos.
Por otro lado y para colmo de males, nuestras pasadas presentaciones en el Limón tampoco produjeron mayores ganancias. Yo diría que, más bien, pérdidas. Además, no me atreví, después de lo sucedido en San José, a hacer nuevas proyecciones de cinematógrafo; entre otras razones porque los limonenses no están acostumbrados a este tipo de diversiones públicas. Ellos son más bien hombres de trabajo; de pesca y todas esas cosas.
.- ¿Y qué hicieron entonces?
.- Pues, me tocó acudir a solicitar ayuda de un paisano y amigo de nombre, José Mario Castillo. Le envié un telegrama a San José pidiéndole que, ¡por favor!, me prestara 100 pesos, cosa que hizo en un par de horas.
Con ese dinero pudimos pagar el hotel y tomar otro barco hacia Panamá. Lo malo fue que sólo nos alcanzó llegar hasta Colón. Desde allí debíamos tomar el tren de mediodía; pero no había plata para hacerlo, quiero decir, para ir hasta ciudad de Panamá.
.- ¿Cómo lo resolvieron entonces?, volvió a preguntar el capitán.
.- ¡De nuevo acudí a mis amistades! Esta vez conseguí con otro amigo: el señor Carlos Cucalón…
.- ¿Cucalón? ¡Qué apellido tan raro! Nunca me imaginé que pudiera existir un apellido así.
.- Tiene usted razón. Yo también lo encuentro raro. Pero lo importante es saber que este señor Cucalón, quien vive en Colón, me prestó 70 pesos oro americano con lo cual pude cancelar el hotel, la comida y los pasajes del personal para viajar en tren. Aquí, debo aclarar que, gracias a que la gente me conoce muy bien allí, pude obtener una rebaja del 30% en el costo de los boletos de viaje.
.- ¡No me sorprende para nada! Esto, sólo me confirma lo que ya le expresé acerca de su buena estrella.
.- Por fin, luego de un viaje tranquilo, desde Colón a Panamá, es decir, de océano a océano.
.- ¡Del Atlántico al Pacífico!
.- ¡Así es! Fue, como le repito, un viaje apacible y no muy largo. Arribamos en horas de la tarde. Si mal no recuerdo, a finales del pasado mes de junio de este año 97. Nos alojamos en un hotel de cierta categoría. Yo diría que era uno de los mejores.
Y cuando ya estábamos instalados, don Mario se acercó a mi pieza. Entró sin golpear la puerta y, sin esperar a que lo invitara, llegó y se sentó sobre el borde mi cama y, sin mayores rodeos me dijo:…
¡No sé qué vamos a hacer, Ernesto!
¿Qué pasa?- le pregunté asustado.
¡Estamos quebrados! -me dijo- mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
¡Tranquilo, tranquilo! -le respondí- ¡Esto lo resuelvo yo!
Así fue que, al día siguiente, me levanté muy temprano y salí a desayunar en una especie de fonda que quedaba cerca del puerto. Podía haberlo hecho en el comedor del hotel; pero no me atreví, pues me parecía algo costoso.
Me senté en la barra donde, además de comida servían tragos y cervezas. Debo agregar que por mi aspecto, por mi vestimenta, el fondista no sospechó nada acerca de mi situación económica. Desayuné suculentamente, a la manera que también lo hacemos en Barranquilla. Porque es que los barranquilleros, en ese sentido, nos parecemos a los panameños.
.- ¡No en vano Panamá es parte de Colombia! ¿No es cierto?
.- ¡Así es! Pues bien, como le decía, estando complaciendo mi apetito, entró a la fonda un hombre de elevada estatura, bastante fornido y con algunos cabellos rubios sobre su cabeza. Debía tener unos 40 años de edad.
Una vez dentro, miró hacia todos los costados de la pensión y se dio cuenta de que estaba casi totalmente vacía. Fue quizás por eso que decidió ir a sentarse en la barra, aunque ocupando una de sus esquinas, muy cerca de donde yo me encontraba desayunando. Levanté un poco la cabeza del plato y le saludé, tal como se acostumbra entre personas desconocidas. Observé que pidió una taza de café y, acto seguido, encendió un puro cubano.
.- ¿Le molesta que fume?- me preguntó de forma harto decente.
.- ¡No!- le dije. Siga usted. Yo también fumaba y, aunque lo dejé hace ya varios años atrás, no me molesta el humo ajeno.
Cuando terminé de comer llamé al dueño, que era el mismo que atendía detrás de la barra, y le pedí me trajera la cuenta. A los pocos segundos, se paró del otro lado del mostrador y me extendió el papel consignando la deuda contraída. Saqué el dinero y mientras le cancelaba le pregunté si acaso sabría dónde podría empeñar mi reloj. Le aclaré que era de oro, de buena calidad. Entonces, el señor que estaba al lado, parece que escuchó y de inmediato me preguntó:
.- ¿Necesita usted empeñar un reloj?
.- ¡Sí!- le respondí. Es éste -le dije- y la a vez se lo señalaba alzándolo por encima de mi cabeza. ¡Es de leontina! -le agregué entusiasmado.
.- ¿Y se puede saber cuánto pide?
.- 25 pesos oro- le contesté. Entonces el hombre se acercó y se sentó en la banca vacía que estaba a mi lado izquierdo y me dijo:
.- ¡Aquí los tiene! -y continuó diciéndome- pero dígame... ¿De dónde viene usted?
.- Yo vengo de Barranquilla -le respondí muy calmado-, pero ahora acabamos de llegar de Costa Rica, o mejor dicho, de la ciudad de Colón. Soy el gerente de la Compañía de Ópera Italiana de Mario Lombardi.
Fue entonces cuando el, hasta ahora desconocido, me siguió preguntando:
.- Pero… ¿Sería tan amable de decirme cuál es su nombre?
.- ¡Con mucho gusto! Mi nombre es Ernesto Vieco. Ernesto Vieco Morote, para ser más exactos.
.- ¡El gusto es mío! Mi nombre es Arturo. Arturo Müller
.- ¿Es usted alemán? -le pregunté, pues me llamó la atención su apellido.
.- ¡Sí, soy alemán! Yo nací en la ciudad de Bremen.
.- Yo conozco otro señor Müller que reside en Barranquilla.
.- ¡Otto! -me respondió- ¡Otto Gustavo Müller! Ese es un tío mío, hermano de mi madre, Jenny.
Yo me quedé callado, mientras que él siguió hablando de los negocios de su tío Otto, cosa que en realidad no era de mi interés. Pero, más adelante abandonó ese tema y quiso saber detalles del porqué me veía obligado a empeñar mi reloj.
Le conté, con la mayor sinceridad de mi parte, que la Compañía para la cual trabajaba venía con serios quebrantos económicos; que había estado preso en Costa Rica por causa del enojoso caso de las proyecciones de cinematógrafo.
.- ¿Cinematógrafo?- me preguntó poniendo cara de incredulidad.
.- ¡Sí!- le expresé. “Tengo un aparato de Cinematógrafo que compré hace algunos meses, aquí mismo, en Panamá, a un tal señor Poeti”
.- ¡Caramba! ¡Pero si tiene usted en sus manos la solución de todos sus problemas!- me espetó.
.- ¿Por qué?- le pregunté.
.- Porque el Cinematógrafo está muy de moda en este lugar. Todos los días están llegando camarógrafos de los Estados Unidos y Francia a la ciudad. Hay una verdadera fiebre, no de oro, como sucedió en California en 1848, sino de cine.
.- Entonces… ¡No hay nada qué hacer!
.- ¿Por qué dice usted eso?- volvió a preguntarme.
.- ¡Por la competencia! ¿Qué podría adelantar yo si ya hay tanta gente en ese negocio?
.- ¡Aquí no, pero en el resto de Colombia sí!
.- ¿Se refiere usted al territorio continental colombiano aparte del Istmo?
.- ¡Así es! -me expresó de forma entusiasta y firme. “Es que estoy muy confiadode que ni a Barranquilla ni a Cartagena ha llegado un invento de este tipo”
.- ¿Está usted muy seguro?
.- ¡Segurísimo! Mire, amigo mío. Ellos vienen…
.- ¿Quiénes son ellos?
.- ¡Me refiero a los camarógrafos o empresarios de cine itinerante! Pues bien, ellos vienen hasta Panamá, pero, hasta ahora, que yo sepa, no se han atrevido a adentrarse de lleno en nuestro país. Por eso le pregunto: ¿Por qué no se anima y lleva esta novedad hasta allá? Quiero decir, a ciudades tan importantes como nuestra Barranquilla, Cartagena e inclusive a la propia Bogotá. Porque en mi modesta opinión, usted podría empezar por Barranquilla. Acuérdese que se trata de una urbe, la más pujante de la nación.
.- Tal vez tenga usted razón, pero no puedo entusiasmarme demasiado.
.- ¿Y puedo saber el porqué de su poco entusiasmo?
.- ¡Muy sencillo! Se olvida usted de mi compromiso para con la Compañía que represento a la cual debo llevar hasta la bella Lima, ciudad en la cual queremos probar a ver si tenemos mejor suerte y se nos mejora la situación económica.
.- ¡Déjelos solos! ¡Despáchelos usted y quédese aquí para hacer negocio! Mire -me dijo- le propongo un negocio que tal vez pueda llegar a interesarle.
.- ¿Negocio? ¿Qué clase de negocios?
Entonces mi interlocutor, sin más rodeos, me expresó visiblemente emocionado: ¡Hagamos un contrato! ¡Seamos socios!
Con el historiador Álvaro Tirado Arciniegas, José Nieto Ibáñez presenta su obra La Tragedia del Teatro Cisneros. Evento cumplido en el Auditorio de la Aduana, Barranquilla, año 2000.
.- ¡Explíquese mejor!
.- Mire, amigo Vieco…El convenio sería que usted pone el aparato de Cinematógrafo y yo pongo la plata para que usted se vaya de gira haciendo proyecciones.
.- ¿Aquí en Panamá? ¡Pero, si usted mismo reconoce que hay mucha gente involucrada, es decir, haciendo lo mismo!
.- ¡Sí!-me reafirmó-.”Pero, yo quiero que usted haga una gira por el resto del territorio colombiano, empezando por Barranquilla y llegando hasta la mismísima ciudad capital”.
.- ¡De acuerdo!-le contesté, completamente decidido a embarcarme en una verdadera aventura de proyecciones peliculeras.
El capitán García se paró de su asiento, pues quería estirar un poco sus piernas, pero al notar que Vieco se había quedado callado, le dijo:
.- ¡Por favor! ¡Continúe! No me preste atención. Me paré porque empiezo a tener un dolor muy fuerte en mis rodillas. Acuérdese que ya llevamos como dos horas dialogando.
El capitán volvió a sentarse y una vez bien arrellanado le expresó:
.- Pero, dígame… ¿qué fue lo que decidió hacer?
.- Pues confié en este señor Müller y firmamos un contrato de cinematógrafo por seis meses, a partir de mediados de julio. Por otra parte, entregué el dinero que él me adelantó a don Mario para que pudieran marcharse en barco hacia Lima, la capital del Perú. No sé si después irían a Chile. Yo me quedé en Panamá para finiquitar con él el ya nombrado contrato.
.- ¿Contrato? ¿Podría ser usted más claro? ¿En qué consistía?
.- Como ya le dije, lo firmamos por seis meses. El señor Müller no solo me dio dinero, sino que me pagó el pasaje. Así fue que me vine directamente hasta Barranquilla y, sin pérdida de tiempo, empecé a ofrecer las proyecciones ante un público ávido y bastante alucinado por el nuevo invento que yo, Ernesto Vieco Morote, les ofrecía.
Aquello fue como una tormenta, pues la gente pensaba que era cuestión de magia; que yo era un hombre con dotes sobrenaturales. En fin, que todo fue confusión y deslumbramiento. El Cinematógrafo había irrumpido, gracias a mí, en Barranquilla y había venido para quedarse, aunque para ello hubiesen de pasar todavía unos cuantos años.
.- ¿Y cuándo fue la primera proyección? Porque, en verdad, yo no recuerdo nada de lo que usted me cuenta. Tal vez estaba yo navegando, justo en el momento en que usted divertía a nuestro pueblo con su maravilloso aparato cinematográfico.
.- Bueno, la verdad es que no puedo recordarme la fecha exacta en que ello sucedió. Solo estoy convencido que fue para mediados del mes de julio. De lo que sí estoy completamente seguro, es que la segunda presentación la realicé el 29 de ese mismo séptimo mes. Lo recuerdo con claridad, pues durante aquel día, cayó un tremendo aguacero sobre la ciudad.
.- ¿Y dónde se llevaron a cabo?
.- ¡En el Emiliano! Yo solamente utilicé ese recinto, pese a que eran renuentes a prestármelo; pero debido a que por esos días no habían arribado compañías de zarzuelas y variedades, se nos dio esa magnífica oportunidad.
.- ¡Oh, el Emiliano! ¡Lindo Teatro!- interrumpió el capitán García, bastante emocionado y agregó: «Ha sido una gran idea el haber construido ese bello teatro, orgullo de nuestra ciudad».
.- ¡Tiene usted toda la razón! ¡Es un templo de la cultura! ¡Ojalá sepamos cuidarle! Pues bien, como le decía, allí hice mi primera presentación, que fue todo un éxito. En la segunda, que ocurrió el 29, fue menos exitosa, quizás porque la gente se dejó influenciar por la opinión de los administradores del teatro quienes asustaron al público con las posibilidades de incendio del recinto, debido al material cinematográfico el cual, es bastante inflamable. Es por eso que me urge ir a Cartagena y presentarme al Teatro Mainero. Porque, entre otras cosas, estoy convencido de que allá tendré mejor acogida.
El capitán García se quedó callado, como en un breve estado de meditación:
.- ¿Es esa la razón de su petición de viajar conmigo?
.- ¡Esa es, mi estimado capitán! Además, me han dicho que es usted muy experimentado; que ha sido capitán, inclusive de barcos marítimos, en su país de origen, Santo Domingo…
.- ¿Santo Domingo, dijo? ¡No, por Dios! ¡No soy dominicano, sino cubano, cubano de pura cepa! Aunque, a decir verdad, llevo sangre dominicana por parte de mi madre. Porque, verá usted: mi nombre completo es, Francisco Venancio García I Frómeta.
Además, dicen que heredé el título nobiliario de Marqués de la Vega que, como usted debe saber, pertenece a una extensa región de ese país y que también existe en España, por los lados de Palencia…
Ernesto Vieco interrumpió su discurso y le dijo:
.- ¡Perdone mi error! No sabía que era usted cubano…
.- No es necesario que se disculpe; pero, de todas maneras quiero aclararle, que el primer García, un tal Francisco, viajó hacia La Española, que así se llamaba el territorio que hoy es Santo Domingo y Haití, en 1515 y se nombraba Francisco y era proveniente de la pequeña población de Frómista.
.- ¡Qué interesante!
.- No sólo interesante, sino que yo creo que de allí derivó mi segundo apellido. Recuerde que antes de Napoleón no existían los apellidos de manera oficial. Así que ese García que llegó a Santo Domingo era natural de Frómista; pero sus descendientes, con el correr de los años optaron por tomarlo por apellido. Recuerde que García era también un nombre de pila.
.- Bueno, bueno, mi estimado capitán, creo que se está alargando usted demasiado. Yo solo quiero saber si puedo contar con usted, si me haría el favor de llevarme en su barco hasta Calamar para de ahí seguir viaje a Cartagena. Mire que quiero estar en esa ciudad para mediados de agosto…
.- ¡Acepto! -le respondió con voz altisonante el capitán.
Acto seguido, se paró de su cómodo asiento y con una señal de cortesía le hizo entrar a la sala para presentarle a su mujer, Gilma Raquel Senior. Le invitó a cenar, pero Vieco no aceptó, aduciendo tener cosas urgentes por resolver antes del viaje.
.- Bueno, bueno… ¡No hay nada más que hablar! Viajaremos la próxima semana. ¡Lo espero en la Intendencia fluvial!
El capitán entonces le estrechó su mano y tomándole delicadamente del brazo lo llevó hasta la puerta y lo despidió cordialmente.
Apreciado lector: Este relato está basado en un documento notarial de protesta, hallado en el Archivo Histórico del Atlántico. La verdad es que este señor Vieco hizo la primera proyección de cine en Cartagena, el 22 de agosto de 1897. Posteriormente viajó a Bogotá en donde presentó su cinematógrafo cuando el calendario señalaba que era el día 1 de septiembre del mismo año. En el documento de marras nombra otras ciudades en donde, al parecer también anduvo dando a conocer el novedoso invento del cinematógrafo.
Acaba de salir el tercer tomo de Barranquilla en Blanco & Negro
José Nieto Ibáñez
Contiene los capítulos 14, 15, 16 y los anexos. El primero recoge una serie de artículos aparecidos en distintos diarios locales con temas relativos al cine. El 15 se intitula: "El Cine Nacional en Auge" y trata precisamente sobre el devenir del cine nacional en la década del veinte, empezando por "El Drama del 15 de Octubre", de 1915, primer largometraje colombiano con una temática muy polémica: el asesinato del general Rafael Uribe Uribe. El 16 se refiere a la llegada del cine sonoro y parlante, con fechas precisas sobre la presentación de esta nueva técnica en la ciudad de Barranquilla.
Por último, unos anexos que incluyen el conato de incendio del Teatro Colombia, ocurrido el domingo 18 de marzo de 1934 cuando se proyectaba para los niños la película de serie "El Tren Arrollador".
Además, toca someramente la inauguración del Teatro Rex, el 7 de febrero de 1935, un teatro que todavía existe, pero para la proyección de películas "non sanctas". Un anexo recoge algunas estadísticas acerca de la asistencia del público, las funciones y recaudos en las pocas salas de cinematógrafo existentes en los primeros cuatro años de la década del 30.
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