Autora Transcripción: Carmen Rosa Pinilla Díaz
Las criaturas del mar siempre han ejercido un atractivo muy especial sobre la imaginación del hombre. “Moby Dick” la astuta ballena blanca de la novela de Herman Melville, se convirtió en el símbolo de los monstruos marinos. ¿Y quién no conoce al sangriento tiburón de la película Jaws?.
Pero, aparte de lo que sucede en el mundo de la ficción, hay que reconocer que en los mares habitan los monstruos más singulares de la Tierra; monstruos por su tamaño descomunal, su fiereza o forma de vida; criaturas que, por alguna característica física o de comportamiento, se salen de los corriente dentro del orden natural.
Los geólogos le han dado el sobrenombre de “la edad de los peces” al Período Devoniano, que transcurrió en nuestro Planeta hace 420 millones de años. Fue entonces que hubo una verdadera revolución en el proceso evolutivo de los peces primitivos y, a finales de dicho período, algunas especies se aventuraron a abandonar las corrientes de agua dulce para nadar en aguas salubres.
Sin embargo, las primeras especies de peces marinos no se caracterizaban precisamente por su tamaño, sino por su ferocidad y su fuerza. Un buen ejemplo son los miembros del género cladoselache, que medían hasta 1,2 metros y estaban bien armados con un arsenal de dientes triangulares. Éstos son los antepasados de algunos de los tiburones y de las rayas que hoy habitan en los mares de la Tierra.
Pero, a propósito de monstruos marinos, el primero que debe mencionarse es al “coelacanto” (Latimeria chalumnae). Este pez completó su desarrollo en los mares jurásico hace 200 millones de años. Es de color gris azulado y parece tener extremidades rudimentarias en lugar de aletas. Apareció en las costas de África del Sur en 1938.
El hallazgo hizo que los ictiólogos remozaran muchas de sus teorías, pues se creía que esta especie se había extinguido hacia más de sesenta millones de años.
Monstruos por su tamaño
La ballena azul (Sibbaldus musculus) es el animal mas colosal que existe o ha existido. Aunque algunos aseguran haber visto ejemplares de hasta 33 m, el más grande que se ha medido con precisión es una hembra que alcanzaba los 30 m.
Fue capturada cerca de la Antártida, en 1931 y se calcula que pesaba 178.181 kg, esto es, un peso equivalente a 2.240 hombres de constitución promedio. Los zoólogos agrupan a las ballenas en el orden de los Cetáceos.
Estos mamíferos se caracterizan por ser los únicos que llevan una vida exclusivamente acuática. Sin embargo, hay una marcada diferencia que divide al orden en dos sub-órdenes: el de los Odontocetos, que son cetáceos con dientes permanentes, y el de los Mistacocetos, provistos de barbas.
La ballena azul es un mistacoceto, es decir, carece de dientes. Está provista de unas láminas córneas que penden de la mandíbula superior. Cuando el animal cierra la boca, la mandíbula superior encaja perfectamente en la inferior, de modo que las láminas actúan como filtro.
Un ejemplar de la especie puede proporcionar 120 barriles de aceite aproximadamente, y esto le ha traído consecuencias funestas al monstruo, que ha sufrido los efectos devastadores de la cacería. En la temporada ballenera de 1930-31, se cazaron 29.650, y en la del 1964-65, la cifra ya había descendido a 372.
Otro de los representantes de este sub-orden es la ballena boreal (Balaena mysticetus), de aspecto rechoncho, cuya longitud es, generalmente, de 18 m, aunque pueden alcanzar los 24 m.
Las hembras suelen ser de mayor tamaño y mucho más gruesas que los machos. Emerge cada diez o quince minutos para efectuar de cuatro a seis inspiraciones y espiraciones, proceso que le toma de uno a tres minutos. Una especie afín es la llamada ballena de los antípodas (Neleobalaena o Caperea marginata), del Pacífico Austral.
Después de las ballenas, los elefantes marinos son los mamíferos acuáticos más grandes que existen. Los machos miden de cuatro a seis metros de largo y pueden llegar a pesar más de 3.000 kg.
Las hembras, más pequeñas, suelen alcanzar los tres metros y medio de longitud. Hay dos especies: la del norte (Mirounga angustirostris), y la del sur (Mirounga leonina, llamada también austral por el hemisferio en que habita).
Los ejemplares de la especie del sur alcanzan mayores dimensiones que sus parientes del norte. A diferencia de las ballenas, los elefantes marinos pasan, al menos, un tercio de su existencia en tierra firme.
En efecto, cuando se inicia el ciclo de reproducción anual de esta especie, los machos hacen su aparición en las playas, en territorios que habían “reservado” en temporadas anteriores.
Las hembras llegan unas semanas después; provocan cruentas batallas entre los sementales que compiten por poseerlas; los machos mas fuertes forman harenes de hasta cuarenta hembras.
El elefante marino comparte con las focas, los leones marinos y las morsas, el orden zoológico de los Pinnípedos. Todos estos enormes mamíferos, aunque están más adaptados al medio acuático, todavía presentan cuatro extremidades y se reproducen en tierra.
Monstruos por su fiereza
Si hablamos de carniceros marinos, los primeros que vienen a la mente son los tiburones. Aunque se han ganado la reputación de “devoradores de hombres”, anualmente no se registran más de cien ataques en todo el mundo. Además, de las doscientas cincuenta especies que aproximadamente existen, sólo unas veinticinco han atacado al hombre.
Pero la realidad es que todos los tiburones son carnívoros. La mayoría de ellos se alimentan de peces vivos, incluyendo miembros más pequeños de su misma especie. El enemigo natural de un tiburón, es otro más grande.
Los tiburones pertenecen a la clase de los Condroictios o peces con esqueleto cartilaginoso, y forman diecinueve familias. Son excelentes nadadores; en efecto, desarrollan velocidades considerables cuando se desplazan en las aguas. Se tiene noticias de un tiburón azul que alcanzó los 80 km por hora.
También difieren de la mayoría de los peces por no tener vejiga natatoria. La función de este órgano la desempeña el hígado, que tiene un alto contenido de aceite (más ligero que el agua), y evita que el pez se hunda.
Los tiburones presentan la boca en la región ventral, con excepción del tiburón ballena que la tiene en el extremo anterior de la cabeza.- Todos tienen varias hileras de dientes y, cuando pierden alguno, lo recuperan. Varios tiburones tienen dientes trituradores, semejantes a los morales; otros, cortantes como cuchillas, y otros los tienen puntiagudos.
Están dotados de un magnífico olfato, hasta tal punto que pueden oler la sangre a medio kilómetro de distancia. Aproximadamente dos tercios del cerebro lo tienen conectado a este sentido.- Además, tienen muy bien desarrollado el sentido del oído, y aunque no pueden ver detalles, usan la vista cuando atacan.
La creencia popular de que los tiburones comen constantemente y atacan a cualquier ser humano es errónea. En realidad, estos peces pueden pasar días, e incluso semanas, sin ingerir alimento alguno; sobreviven con las reservas de grasa que tienen en el hígado.
Sin embargo, no se ha podido determinar por qué razón los tiburones atacan al hombre en ciertas ocasiones, y en otras, simplemente lo ignoran.
De los ejemplares incluidos en la familia de los Carcarínidos o Galeidos, el más temido por su voracidad es la tintorera (Carcharhinus glaucus), que frecuenta los océanos y mares tropicales y templados. Cuando nada, su aleta dorsal se deja ver parcialmente sobre la superficie de las aguas,.
El pez martillo (Sahorna Zygaena) también puebla las aguas de casi todos los mares cálidos. Este escualiforme de la familia de los Esfirnidos puede resultar sumamente peligroso para el hombre.
Pero quizás el escuálido más temible sea el jaquetón (Carcharodon carcharías), especie que suele alcanzar unos diez metros de longitud y acostumbra a vivir en aguas abiertas, aunque frecuenta de vez en cuando los litorales.
Está clasificado en la familia de los Isúridos, a la que también pertenecen el cailón o escualo narigudo (Lamma nasus), llamado así por el notable desarrollo de su hocico, el majarro común (Isurus exhyrchus) y el majarro de Cornualles (Lama cornubica).
Aunque la fiereza de los tiburones es bien conocida, hay otros peces cartilaginosos que también pueden sorprender al hombre en el mar. En lugar de desgarradoras mordidas, usan descargas eléctricas. En esta categoría se encuentran los Torpedínidos, que disponen de unos órganos emplazados lateralmente, entre la cabeza y las aletas pectorales, capaces de emitir descargas lo suficientemente fuertes como para aturdir a un pescador.
El torpedínido que mejor representa su familia es la tremielga (Torpedo torpedo), también conocida comúnmente como formigón u ortiga. Hay buzos que aseguran haber recibido un doloroso corrientazo cuando trataban de arrancar la flecha de metal de una tremielga herida.
Monstruos por su capacidad de orientación
Son muchas las especies que asombran por su increíble capacidad instintiva de orientación. Pero, sin duda alguna, los salmones constituyen el mejor ejemplo. Estos peces nacen en corrientes de agua dulce, pasan toda su vida adulta en el océano, y para desovar, siempre regresan al mismo rio o lago donde nacieron.
Los zoólogos distinguen seis especies de salmones en las aguas del Pacífico –todas incluidas en el género Oncorhynchus- y una especie en el Atlántico (Salmo solar). La truchacomún o trucha marina también es miembro de la familia Salmonidae.
Todos los salmones del Pacífico mueren en las riberas del río después que desovan. Sin embargo, el salmón del Atlántico repite todo el ciclo vital de una vez.
Las migraciones oceánicas de los salmones permanecieron en la penumbra por mucho tiempo. Pero en los últimos años, los investigadores han usado el método de marcar a los miembros jóvenes de la familia mediante placas metálicas o plásticas que sitúan en la región ventral o cerca de la aleta dorsal.
El método ha tenido éxito en muchos casos; se ha podido capturar un buen número de salmones marcados, lo que ha ayudado a trazar las rutas que estos peces siguen en sus migraciones. Hoy se conocen con bastante exactitud las trayectorias que siguen las distintas especies de salmones en los océanos,.
La habilidad de los salmones para encontrar su camino de regreso al rio donde nacieron ha despertado el interés de muchos científicos, y proliferan las teorías que tratan de explicar este interesante fenómeno. Algunos sostienen que se trata de una capacidad heredada. Es decir, que estos peces tienes “grabadas” en sus cromosomas las rutas que han de seguir durante su vida.
Otra teoría propone que los salmones se mueven en el rio con la ayuda de pequeñas cargas eléctricas creadas por las corrientes oceánicas al moverse a través del campo magnético de la Tierra.
Por su parte, el investigador canadiense C. H. Haley supone que se guían por los astros en sus movimientos migratorios. Esta teoría se basa en el hecho de que cuando los miembros jóvenes de la familia abandonan el rio, se orientan mejor en los días claros que en los días oscuros.
Una teoría más, propuesta por Arthur D. Hasler, ha recopilado una serie de datos que sugieren que los salmones se mueven en el océano usando al sol como guía. Este investigador también ha demostrado que los salmones tienen muy desarrollado el olfato; además, ha hecho evidente la importancia que el olfato tiene para el salmón cuando se desplaza en el agua. Hasler concluye que los salmones adultos recuerdan el “olor” del rio donde nacieron, y se dirigen a él cuando su instinto se los dicta.
Aunque la incógnita no está despejada, la fuerza que dirige estas migraciones es tan precisa, que no sólo les permite a los salmones encontrar la desembocadura del rio donde nacieron, sino que los lleva al mismo afluente donde comenzaron su vida como alevinos.
De la misma forma que la capacidad de orientación de los salmones está lejos de ser entendida, las migraciones de las tortugas marinas también permanecen en la penumbra. Al igual que los salmones, estos quelonios surcan los mares para desovar en la misma playa donde nacieron.
Algunos zoólogos aseguran que hay especies como la tortuga laúd (Dermochelys coriácea), la tortuga verde o tortuga comestible (Cheloma mydas) y la tortuga de mar común, también llamada tortuga boba (Caretta caretta), que atraviesan el Atlántico y retornan a las islas de la costa este de la Florida, donde nacieron, para desovar.
Mejor encaminada, quizás, está la teoría que propone que estas tortugas sólo bajan al Caribe. Esta última hipótesis se basa en los datos que se desprenden de un concienzudo y largo trabajo de marca de ejemplares cuando nacen y regresan a la playa.
Es una ironía que hoy el hombre conozca mejor lo lejano, como los planetas y la superficie lunar, que lo inmediato y cercano: el mar y sus criaturas. Y, precisamente en los misterios que las aguas encierran, está el encanto de ese mundo sumergido y de sus habitantes. Ojalá que con los avances de la ciencia se rompan muchos de esos encantos.
Desde luego, los monstruos de hoy podrían sorprender aun más a la ciencia del mañana, o podrían pasar a ser versiones menos aterradoras.
(Tomado del “Almanaque Mundial”)