Autor: José Joaquín Rincón Chaves
Cuentos de la radio: el poeta venido de las nieves
Aún no se sabe por qué Leonidas se arriesgó a venir por estos lares si en su voz aún se notaba la nostalgia de su Manizales del alma. Tal vez en busca de algo de inspiración, se acercó al mar bravío de Cartagena pues allá adentro, donde el cuerpo medita, se sentía bardo sin destino cierto.
Antes, como esos marinos errantes que desde los fiordos de Noruega atravesaron el Atlántico para poner pie cerca al polo norte, pasó por el frío páramo de la Sabana que todo lo domina y allí, con su voz de romances, se inventó en la radio un sitio de poemas.
En la Emisora Radio de la Sabana, oficiaba como locutor y en las noches, tras los versos de Neruda y Amado Nervo, de Flórez y de Silva, de las canciones de ese antaño revividas por Lara, Los Panchos, Toña la Negra y la música en vivo de Adolfo Mejía, se quedaban horas y horas con el pianista del caribe, repasando las notas de esa música de nostalgias.
Mejía, que recordaba las estrechas calles y callejones repletos de balcones de la tierra de Heredia, inculcó en el joven animador un cierto amor por sus murallas y sus adoquines. Por los altos portones de madera y los oscuros rincones de las garitas que campeaban sobre el corral de piedras.
Su mente de poeta, lo trasladaba a las plazas añejas y a los atrios escuetos de viejas catedrales. San Pedro y Santodomingo, la Aduana y el Portal de los Dulces, pasaban sin conocerlas, por su cerebro trasnochado.
Y entonces, con el conocimiento de lo lejano, le salió una primera frase, de tantas, una noche de bohemia:
“Cartagena, brazo de agarena / Canto de sirena, canto de sirena / Que se hizo ciudad.
Con el ingenio de los buscadores de palabras, de los cuenteros y del emborrachador vocabulario de los culebreros ilustrados, Leonidas le explicó al músico Mejía lo del brazo de agarena. En su entusiasmo por este primer verso, le pareció que la ciudad de Leso, era como una mujer mora.
Una sarracena venida de otros mares y que como esas danzarinas árabes, sus brazos como sierpes vivas, se alzaban al cielo al son de música ancestral. Y en ese símil de antiguas culturas, en su genial locura, recordó al griego Ulises, en su regreso de Troya cuando fuera tentado por las mujeres de torso desnudo y cola de pez. El encanto de la ciudad amurallada, había penetrado en lo más profundo de aquel buscador de rimas.
Los dos amigos, siguieron en su inspirada madrugada. El uno buscando versos para una ciudad que imaginaba. El otro, buscando en el pentagrama, las notas para una canción sublime.
“Y sonoro, cofrecito de oro / Reliquia y Tesoro / Reliquia y tesoro de la humanidad.
El viejo reloj de la radio, andaba y andaba en la indetenible noche de aquellos bohemios. El uno armado con lápiz y papel. El otro con teclas blancas y negras dóciles a los acordes de ese bolero que poco a poco se dibujaba como en los cerros cercanos, las siluetas del Monserrate y Guadalupe, llenos de celos, porque para ellos no había melodías que les cantasen como a Cartagena.
“Eres jarra, de sangre de parra / Fulgente guitarra de notas sin par / Cartagena, oración de arena / Virgen macarena que llora en el mar.
En la medida en que Adolfo Mejía escuchaba los versos de Leonidas, entendía que las diarias historias que le había contado a su compañero locutor, habían calado muy hondo en su sensibilidad de vate de las nieves del Ruiz.
Manizales, era como una copia de esos pueblos de España y para Leonidas, Cartagena, era la España misma, quizás más profundamente andaluza que Sevilla o Granada. Por esos, sus palabras, arrastraban la cadencia en su fraseo de los árabes y de los moriscos. De las arenas y de la vida más allá del Sahara.
“Minarete, fulgor de mosquete/ Caprichoso arete, tallado en cristal/Serenata que olvidó un pirata/
Alfanje de plata, sueño de coral.
La mañana entró de lleno a los estudios de la radio y los dos soñadores se abrazaron alegres al terminar su obra a dos manos. Adolfo Mejía ha sido considerado como uno de los grandes pianistas y músicos de Colombia. Un poco criticado por su producción popular y desconocido por su talento para la música clásica.
Leonidas Otálora Gómez, se hizo gran empresario de la radio en Barranquilla y seguramente desde allí cada que pudo, visitó a “la virgen macarena que llora en el mar”.