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La Ventura de la maestra Gilma Rodríguez (II)

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Israel Díaz Rodríguez - Médico Ginecólogo - Barranquilla, Colombia

 

Autor: Israel Rodríguez

¿Como una persona con escasos conocimientos adquiridos en la escuela primaria, pudo llegar a liderar un conglomerado humano arraigado a sus costumbres, y por lo tanto difícil de manejar, que ese mismo pueblo a esa forastera llegara a quererla y no solo quererla sino agradecerle el que hubiera podido terminar con la apatía de los padres de familia de enviar a sus hijos a la escuela, y que estos le tomaran tanto amor a sus métodos de enseñanza?

Pues valiéndose del sentido común, algo de inteligencia, una voluntad férrea, su buen corazón y su inmenso deseo de servir. Ahora, nos preguntamos: como logró, que hizo para que los niños una vez matriculados le pusieran amor a la escuela, valiéndose de la observación, buscando el por qué de las cosas y ganándose la confianza de la gente, es la respuesta.

Como no disponía de programas de enseñanza que seguir, su creatividad la llevó a “inventarse” maneras para hacer que la escuela fuera para ellos, un lugar donde encontraran un ambiente agradable en el cual además de aprender a leer y escribir, desarrollaran el sentido de superación y convivencia.

Como la escuela era mixta, lo primero que hizo fue dividir las sesiones en matutinas y vespertinas esto quiere decir que las niñas asistirían a las de la mañana y los varones en las de la tarde, de esta manera, los padres de familia que necesitaban la ayuda de sus hijos varones, se los llevarían al campo solo en las horas de la mañana, y en la tarde ya no debían pensar sino en asistir a clases, las niñas ayudarían a sus madres por la tarde en las labores domésticas, o sea, barrer, lavar la ropa, darle de comer a las gallinas, en términos generales, les organizó la vida doméstica a los moradores del pueblo.

TejedoraA las niñas les dividió la jornada en los estudios formales y les creo además unas horas de recreo, pero no el recreo para que salieran al patio a jugar, sino enseñándoles a bordar y tejer en lo que ella si era experta, pues mi abuela se lo había enseñado, cada niña hizo que su padre le compraran una canasta, bolas de hilo de varios colores y agujas de diferentes tamaños para bordar además de su respectivo “tambor”, es decir, cada una se hizo a su costurero.

Ante la escases de tela les recomendó a cada una, que llevaran pañuelos blancos de sus padres, no importaba que fueran viejos o nuevos, inclusive faldas, blusas sobre las cuales, mi tía les dibujaba a lápiz figuras de animales, plantas, flores o utensilios de cocina. Las niñas desde el comienzo de las clases les tomaron tanto interés el cual cada día fue aumentando hasta hacer que muchas de las alumnas establecieron concursos de costura de donde salieron verdaderas artesanas.

Tambor para tejerA los varones les recomendó que trajeran bolas de cera de abejas –que abundaba en el pueblo– y con la cera les enseñó a hacer figuras humanas y de animales, muchos niños se destacaron en este arte con tal perfección, que el inspector de acuerdo con el cura, la maestra, alumnos y padres de familia, organizaron una especie de feria artesanal que al principio fue interna, luego ya convocaron a habitantes de otros pueblos hasta llegar el día en que la “feria” se hizo tan famosa, que se fijó una fecha anual para su verificación con premios creados por las autoridades departamentales.

El pueblo despertó de su letargo, se notaba actividad, alegría, cada hogar cambió la rutina de solo fumar tabaco, matar mosquitos, barrer los patios, y levantar “chismes”, por reunirse en la escuela, en la iglesia y hasta en el estrecho espacio de la inspección, a conversar sobre los trabajos artísticos de cada uno, con intercambio de ideas y competencias.

Este accionar de mi tía Gilma demuestra que la aplicación del sentido común, algo de inteligencia, voluntad y buenas maneras, llevan a una persona a liderar grandes empresas sin rimbombantes doctorados. Con justificada razón le erigieron la estatua que se exhibe a la entrada del pueblo.

Amables lectores, hasta aquí les distraigo con las aventuras de mi tía Gilma en La Ventura, les prometo ocuparme más tarde de las actividades del joven sacerdote que fue enviado por el Arzobispo de Cartagena.

 

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