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De pordiosero a mascota consentida

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Israel Díaz Rodríguez - Médico Ginecólogo - Barranquilla, Colombia

 

Autor: Israel Díaz Rodríguez

— Ya me cansé de llevar esta vida tan dura y a la cual no le veo atisbos de ningún cambio, voy a visitar al mago Menanio quien tiene altísimos poderes, según me lo han contado muchas personas que han solicitado sus servicios y han quedado muy contentas.

Esto se decía para sí Antonio Guarderas quien quedó huérfano de padre y madre a muy temprana edad y se crió más bien en la calle en la cual para sobrevir, tuvo que valerse de múltiples artificios.

Pensando así se fue un día a la casa del Mago quien le recibió no de muy buena gana, pues el solo aspecto de Guarderas le causó repugnancia, de todas maneras ese día no tenía mucho trabajo y le abrió las puertas al solicitante de sus servicios, pues al fin de cuentas, era su ´profesión atender a la gente y si no atendía a aquel que en el momento tocaba sus puertas, rompía con sus principios éticos que su oficio le imponía y sobre todo quebrantaba todo el código que en su escuela le habían recomendado.

El pordiosero GuarderasAsí que Guarderas mal vestido, sucio, sin haberse lavado siquiera la cara ese día, como era su costumbre, al entrar a la oficina donde despachaba Menanio, de inmediato notó la repugnancia que le había causado, pero la necesidad lo obligaba y estaba dispuesto a recibir toda clase de trato que el mundo le diera, bastante había sufrido, consideraba que ya no habría nada peor de lo que le había sucedido.

Con paso lento y con la cara mirando hacia el piso, inclinándose hizo un ademan agarrando un ala del raido viejo y sucio sombrero de fieltro, se aventuró a decirle al Mago:

— Buenos días señor.

A Menanio aquel saludo le conmovió y le dijo:

— Sigue muchacho, siéntate y cuéntame que deseas.

Guarderas después de haber reparado la casa del Mago Menanio, que era una mansión de dos plantas, rodeada de hermosos jardines con un número de cuartos que no llegó a contar, al observar la habitación que le servía de despacho la cual estaba alfombrada, de las paredes colgaban unas pinturas de artistas famosos, el escritorio era de Nogal bien pulido, sobre el había la indispensable bola de cristal, símbolo principal de todo Mago, un vaso de cristal lleno de agua, dos candelabros de plata con velas encendidas y a cierta distancia, dormitaba sobre una silla de cuero plácidamente, un gato negro cuyos ojos verdes, de cuando en cuando abría mirándole sospechosamente.

Tímidamente se sentó el muchacho en una silla que estaba al frente de Menanio, intentó quitarse el sombrero, pero el Mago se lo impidió, pensando que al colocarlo en algún lugar de la oficina, le iba a ensuciar el sitio donde lo pusiera.

— Ponte cómodo más bien y cuéntame por qué, y a que has venido a verme, qué quieres que haga por ti.— Sentenció el Mago con voz fuerte.

Como Menanio no tenía ese día citas que atender, con mucha paciencia y con bastante curiosidad le preguntó a Guarderas.

— Cuéntame sin ocultarme nada, que te pasa.

El muchacho con la cabeza gacha, carraspeándose la garganta comenzó a contarle:

— Mire señor, soy huérfano de padre y madre, desde los ocho años mis ancianos abuelos que ya estaban bastante avanzados de edad, me recogieron, pero por poco tiempo viví con ellos, pues murieron casi juntos y ya nadie se hizo cargo de mí, al no tener un techo donde vivir y quien me diera de comer, me lancé a la calle que ha sido durante más de ocho años mi único refugio, duermo donde me sorprende la noche, debajo de algunos puentes, en casas abandonadas y cuando me lo permiten, en algunas estaciones de gasolina, me alimento de las sobras que encuentro por ahí en tanques de basuras y muy pocas veces, algunas almas caritativas condolidas por mi miseria o por misericordia, me regalan un plato de sopas.

Le confieso que ya estoy cansado de eso que para mí no se puede llamar vida, cuando llueve -continuó el muchacho– toda el agua de la lluvia me cae encima, así empapado, espero la salida del sol para que me seque, unos zapatos que heredé de mi abuelo, ya gastada la suela resolví abandonarlos, desde entonces ando descalzo

— Muchacho, ya no me cuentes más –le interrumpió– el Mago Menanio. Dime qué es lo que quieres.

— Quiero que me convierta en un lindo perro, de esos bien pequeños, muy lanudo, y de la mejor raza.

— ¿Y por qué deseas ser un perro y no otro animal? Le contestó el Mago

— Voy a mostrarte unas revistas en la cuales hay fotografías de muchos animales..., -le tendió sobre la mesa varias láminas de un libro donde habían caballos hermosos, elefantes africanos, jirafas, leones y tigres de Bengala.

El mago pensaba que aquel muchacho maltratado por la vida, quería vengarse convirtiéndose en una fiera.

— Ya le he dicho que quiero ser un perro pequeño... -le replicó Guarderas-, déjeme explicárselo mejor:

— Parado en las esquinas, veo como las señoras bien vestidas manejando sus lujosos carros, llevan a sus perros los animalitos contentos, sacan la cabeza por las ventanillas del auto, miran para todas partes y los niños les acarician en todo momento, todas las mañanas y por las tardes cuando no es la señora, el señor, o una empleada uniformada, los sacan a dar un paseo por la cuadra, los llevan a los paseos y parques en donde ellos –los perros– juegan con los niños, corren libremente o detrás de una pelota..., en fin, se les ve saludables, limpios y yo creo que hasta felices de ser perros.

— Además, con frecuencia los llevan al veterinario, los vacunan para evitarles enfermedades, existen salones de belleza exclusivos para ellos en donde los bañan con agua templada, champús perfumados, les limpian los dientes, les cortan las uñas y luego ya peinados, se los llevan sus dueños a sus residencias donde andan por toda la casa y se exhiben como valiosos adornos. Cuando las visitas llegan, el primero que sale a recibirlas es el perro al cual los visitantes llaman por su nombre, le acarician delicadamente la cabeza y luego le invitan a que se suba a sus piernas.

— Ahora, con todo esto que le he dicho, comprenderá usted Señor Mago, por qué quiero yo cambiar mi miserable vida, de pordiosero humano por la de un mimado perro...

Menanio seguidamente, hizo sonar una campana, de inmediato se abrió una puerta que daba a una habitación contigua a la que le servía de oficina, y salieron dos preciosas chicas con trajes vistosos y bien ceñidos al cuerpo, haciendo rodar una inmensa urna de cristal. Mediante una señal que les hizo el Mago a las chicas, estas se retiraron un poco no sin antes abrir la puerta de la urna.

Guarderas se sorprendió al ver aquella caja y preguntó de que se trataba, el Mago, ya con su indumentaria puesta es decir sombrero de copa, negro, frac y sobre este, una capa de color negro con bordados de hilos dorados, guantes blancos de seda, le ordenó a Antonio que entrara a la urna.

Guarderas temblando de miedo, hizo alguna resistencia pero Menanio le explicó que nada le pasaría excepto que al salir de allí, ya no sería como ser humano sino convertido en un hermoso perro. Guarderas se metió en la urna y las dos chicas cerraron la puerta, la cubrieron con manto negro y volvieron a retirarse.

Menanio el Mago, dio varias vueltas alrededor de la urna balbuceó unas inaudibles palabras y levantando el manto le ordenó a las hermosas chicas, que abrieran la puerta de la urna, de allí salió no un mendigo, sino un precioso perrito lanudo de color blanco como una mota de algodón, de raza Pekinés.

Clic para ver la acción del Mago Menanio...

Una distinguida dama que hacía antesala al Mago, acompañada por una linda joven de unos veinte años, su hija, que habían ido a consultarle al mago si le convenía o nó a la niña un enamorado que tenía, cuando se abrió la puerta del consultorio y vio salir al hermoso animalito, dio un grito de alegría y le dijo a la mamá,

¡Mamá, esa es la mascota que yo siempre he querido!

 

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