Autor: Lorenzo Madrigal o Héctor Osuna
Aburrido es tener que unirse a temas castigadores. Por lo que unos oyeron, porque otros lo denunciaron pasados muchos días, porque todos lo han condenado, porque ya lo tienen casi fuera de su cargo, porque las redes sociales no lo sueltan, porque la avalancha de ruidos en su contra es incontenible.
Uno lo que ve es a un hombre solo, con el que han podido llenar sus noticieros los canales de la televisión; un hombre con la cara que le han escogido (“búscate una toma en que refleje abatimiento…; no, esa no, porque está sonreído. Esa, esa”), repítanla hasta que el público se la sepa de memoria; sitúenlo, como entraban a Santiago Medina a la Fiscalía, hace años, a veces subiendo unas escalas y otras veces bajándolas al revés. Las cámaras permiten juegos visuales.
Puede haber incurrido en faltas muy graves, como puede tener excusas y, por cierto, cuantas defensas quiera exponer. Pero antiguamente era la Justicia (con mayúscula) la que definía y declaraba el derecho o la condena. Como también la absolución o la preclusión.
Hoy ningún juez se atreve a contrariar al King Kong de una opinión adversa que se abate, a modo de linchamiento judicial, sobre el ciudadano o funcionario cuestionado y lo devora.
Esta mañana (el viernes pasado) lo oímos por los micrófonos. Su voz era envidiablemente radial e imperativa, su indignación era contenida, a ratos incontenible; podía adivinarse su rostro, que no era aquel perplejo y asombrado de los noticieros.
Habían despertado a un león dormido. La inculpación a su esposa por parte de quien había sido su amigo, consultor y consultado en temas de paz, con el respeto recíproco de juristas eminentes, el uno fiscal, el otro presidente de Corte, desató la ira del ofendido.
Que el apabullado hablara con claridad y altivez conmocionó al estamento nacional. Todas las instituciones y órganos del poder, más el presidente oculto tras ellos, su ministro de las épocas del “aquí estoy y aquí me quedo”; sumado el doctor Serpa, redivivo y tonante, las fuerzas vivas todas fueron constreñidas y convocadas para hacer frente a quien no se imaginaron desatendería la renuncia exigida, la que, de paso, significaría su entrega, sin debate, a las razones de sus adversarios.
Lo seguirán persiguiendo. Lo propio de este gobierno es el irrespeto al asilo y el pedido de circulares rojas, así como los calabozos de la Fiscalía, a cargo de quien, impedido en temas vidriosos, ruge con acaloramiento.
El país está ciertamente atónito con el escándalo de corrupción en las más altas cumbres judiciales; pero, paradójicamente, es la Justicia la que debe fallar y demorará en hacerlo, cuando ya un gobierno, que va asimilándose al de los socialistas del XXI, quiere caer con propuesta de leyes nuevas y habilitantes sobre el apacible dictamen de lo que fuera, en otras épocas, un Estado de Derecho.