El capítulo que viene a continuación es tomado del periódico El VENEZOLANO, de Miami, sobre la triste historia del pueblo cubano en la dictadura de los Castro. Espero sea de su agrado.
DEMOCRACIA EN CUBA?.- 60 AÑOS DE LA IGNOMINIA
“Hace exactamente 60 años que comenzó la tragedia de los cubanos; solemos decir que se inició en enero de 1959, con la llegada de Fidel Castro al poder, pero no es cierto: todo empezó el 10 de marzo de 1952.
Esa madrugada, el expresidente Fulgencio Batista, hombre que en sus orígenes procedía de los estratos más bajos del ejército, dio un golpe militar incruento. Lo llevó a cabo pocas semanas antes de unas elecciones, que muy probablemente hubiera ganado Roberto Agramonte, un honorable catedrático de Sociología que presidia el partido Ortodoxo, formación política vagamente socialdemócrata.
Veamos ahora cómo describía Fidel Castro el mundillo político liquidado por el golpe de Batista. El fragmento que sigue pertenece a“La historia me absolverá”, del alegato de Castro en su propia defensa, por el juicio que se le siguió tras atacar el cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953:
“Os voy a referir una historia: había una vez una república, tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades, presidente, congreso, sus tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con total libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y sólo faltaban unos pocos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente.
Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, y el pueblo palpitaba de entusiasmo. Este pueblo había sufrido mucho y si no era feliz, deseaba serlo y tenía derecho a ello. Muchas veces lo habían engañado y miraba el pasado con verdadero terror. Creía ciegamente que éste no podría volver; estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de que ella seria respetada como cosa sagrada; sentía una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer el crimen de atentar nuevamente contra sus instituciones democráticas; deseaba un cambio, una mejora, un avance, y lo veía cerca. Toda su esperanza estaba en el futuro”.
¿Quién era Fulgencio Batista y por qué derribó la frágil institucionalidad democrática de Cuba tras haber contribuido decisivamente a edificarla en 1940?; era un hombre de origen muy pobre, nacido en Banes en 1901, un pueblo remoto y atrasado del oriente cubano; su madre lo crió sola, porque, como era frecuente en el campo, el padre ni siquiera quiso reconocerlo hasta pasado cierto tiempo.
No tenía vocación castrense, en el sentido de querer disparar cañones y ganar batallas, pues se hizo mecanógrafo y taquígrafo para trabajar en el Estado Mayor, donde alcanzó el grado de sargento.
En agosto de 1933, tras la caída de Machado, por esas cosas raras de la vida, el sargento Batista se vio de pronto portador de una insubordinación de los sargentos y clases: protestaban porque no les pagaban su sueldo desde hacía varios meses.
El 14 de septiembre de 1933 se produjo la primera gran aventura política de Batista; el sargento, junto a los estudiantes universitarios y otros elementos radicales que encabezaron la lucha armada contra la dictadura de Machado, desalojaron del poder a Carlos Manuel de Céspedes y ocuparon la casa de gobierno. El entonces muy joven Batista, de apenas 32 años, se convertía en el “hombre fuerte” del país, papel que desempeñaría hasta 1940, cuando resultó electo en unos comicios razonablemente limpios.
Batista gobierna entre esa fecha y en 1944 le entregó el poder a un catedrático de medicina, el Doctor Ramón Grau San Martín, quien había sido su más relevante compañero en la asonada del 4 de septiembre, pero a quien había defenestrado en enero de 1934, con el beneplácito y el aliento del gobierno de Franklin D. Roosevelt, entonces empeñado en pacificar y moderar a Cuba.
¿Cómo y por qué este humilde sargento, totalmente desconocido, se transformó en el “hombre fuerte” de Cuba?; mi impresión es que el resto de los factores de poder, -el directorio, los empresarios, los comunistas, la embajada de EE.UU-, por diversas circunstancias vieron sus debilidades como ventajas comparativas.
Todos creían que podían manipularlo; Batista era demasiado débil intelectual y económicamente, no pertenecía a la oligarquía económica, no había construido una biografía anti machista; aparentemente, era un pobre diablo, al que un brillante periodista, Sergio Cabó, flamante Secretario de Gobernación y de Marina y Guerra del gobierno, surgido el 4 de septiembre, había ascendido mágicamente de sargento a coronel, colocándole las tres estrellas sobre su camisa de soldado, para tratar de revitalizar la desmoralizada institución armada.
Para los comunistas, con quienes se llevaba muy bien, Batista era la mejor opción del panorama político nacional, y el único dirigente que no era un “enemigo de clase”, como postulaba el manual marxista.
Cuando en 1939 le pidieron que mantuviera neutral al país tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, durante el periodo en que los nazis y los soviéticos se aliaron para desguazar Polonia y engullir a los países bálticos en beneficio de Moscú, Batista los complació; pero hizo mucho más: legalizó el partido, les facilitó el control del aparato obrero, y fueron aliados en las elecciones de 1940, cuando se produjo el triunfo.
Nunca en la historia de la República los comunistas tuvieron más peso y reconocimiento que durante el primer periodo de Batista; lo que explica que hayan sido los comunistas los primeros y más enérgicos batistianos del país. Los dos gobiernos auténticos que siguieron al Batista juvenil, se encargaron de arrebatarle el poder, los privilegios y la autoridad que el ex sargento les había conferido.
Por eso, cuando en 1944, Batista termina su periodo presidencial y comienza un recorrido internacional, homenajeado por el poeta Pablo Neruda, en su paso por Chile y aplaudido en media América por las izquierdas, Batista se refugia en Daytona, en Florida permaneciendo allí varios años.
En 1948 es elegido senador sin ni siquiera hacer campaña, y en 1952, cuando se postula nuevamente para presidente, esta vez carece totalmente de apoyo popular. Fue entonces cuando aceptó encabezar un golpe que otros militares y algunos civiles habían organizado previamente.
¿Por qué lo hizo?: su primera coartada, totalmente absurda, era que Carlos Prio Socarrás, preparaba un golpe; la otra justificación, igualmente insostenible, es que el país estaba en medio del caos producto de los enfrentamientos armados entre bandas rivales.
Entonces, ¿cuál fue el motivo?: ante los rumores de insubordinación, la sociedad permaneció indiferente, él quería seguir mandando y, de paso enriquecerse otra vez de manera ilícita, ya que el cofre familiar estaba vacío. Fácilmente pudo dar el golpe, porque en el país no existían sólidos valores republicanos universalmente compartidos.
Y aquí es donde aparece Fidel Castro.
El golpe de Batista, el 10 de marzo de 1952, fue una bendición para Fidel; el impetuoso abogado de 26 años, con fama de gangstercillo violento, perteneciente al Partido Ortodoxo y candidato a congresista en las elecciones que nunca se celebraron, de pronto encontró un camino rápido para convertirse en la figura política más importante del país: encabezar la insurrección contra la nueva dictadura.
Al contrario de Batista, Fidel provenía de una familia rica y poderosa del campo cubano; su padre, Ángel Castro, un gallego laborioso, que había llegado a cuba a finales del siglo XIX como soldado español, era un floreciente millonario.
A su muerte, ocurrida en 1956, su fortuna se calculó en seis millones de dólares, cifra impresionante para su época. Su madre, Lina Ruz, quiso que sus hijos estudiaran en buenos colegios y no escatimó recursos para lograrlo. Fidel fue enviado interno a Belén, uno de los mejores colegios cubanos dirigido por Jesuitas, y, al terminar el bachillerato, ingresó a la Universidad a la cátedra de Derecho.
Como dato curioso, la primera vez que el nombre de Fidel Castro aparece en un diario, es cuando lo ataca el periódico “Hoy”, de los comunistas cubanos. En su edición del 14 de noviembre de 1944, dice lo siguiente:
“En el reaccionario colegio de Belén, de los Jesuitas, se realizó una ridícula sesión para combatir el proyecto del ilustre senador Marinello, uno de los discursos estuvo a cargo de un tal Fidel Castro, pichón de jesuita, que se mantuvo hablando tonterías, comiendo gofio durante más de una hora”.
Poco interés prestaba Fidel a sus estudios; su pensamiento lo cifraba en labrarse una carrera política que lo llevara al poder; pronto se integró a una de las pandillas más activas, la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR), protagonizando varios hechos de sangre.
Mientras el Fidel tira-tiros, -como entonces lo llamaban-, y que inspiraba cierto temor y respeto entre sus compañeros de cátedra, no lograba abrirse paso, no consiguió ganar ninguna elección en la universidad.
De manera que en 1949, tras advertir que por la vía de la violencia no podía triunfar donde funcionaban las instituciones democráticas, renunció a la UIR y se afilió al Partido Ortodoxo, con el fin de llegar al Congreso.
En esa tarea estaba la madrugada del 10 de marzo de 1952, fecha en que Fulgencio Batista dio el golpe; era la circunstancia perfecta para Fidel; a base de acciones violentas, audaces y absolutamente irresponsables, quemaría etapas y lograría catapultase a los primeros planos de la política nacional. Enseguida descubrió que su capacidad de convocatoria era muy débil en el terreno político, pero resultaba muy eficaz para organizar pandillas de acción.
De alguna manera, Fidel compartía con Batista ese carácter temerario; la noche en que el ex sargento fue a apoderarse del campamento de Columbia, podría haber muerto si algún soldado u oficial se hubiera decidido a hacerle frente, y, sin prácticamente ninguna oposición, Batista volvió al poder.
Pero ocurrió lo peor: se crearon las condiciones, para que un nefasto personaje, llamado Fidel Castro, violento y delirante, con la cabeza llena de disparates, sin ninguna experiencia laboral, acabara apoderándose de una sociedad que carecía de defensas frente a los caudillos revolucionarios, porque episodios como el golpe habían convencido a la mayor parte de los cubanos, que la república no servía para nada, dado que la clase política no era otra cosa que una banda de ladrones y de violadores de la ley.
De modo que, esta lamentable historia comenzó hace sesenta años y sus terribles consecuencias son ya conocidas por el mundo entero.