Autor: Israel Díaz Rodríguez
Las fiestas transcurrían en el pueblo sin que hubiese un muerto, la gente se interesaba solo por disfrutar la música, bailar el fandango, emborracharse los adultos, puesto que las mujeres, los jóvenes y niños, jamás lo hacían.
Pero todo cambió desde aquel día en que un par de jóvenes nativos, regresaron de Barrancabermeja donde se habían ido a trabajar de peones en las compañías extranjeras que perforaban la tierra en busca de petróleo
El tiempo que permanecieron en aquella ciudad, no fue muy largo, solo de unos seis meses, se habían ido a escondidas de sus padres aprovechando la oscuridad de la noche y que la gente aglomerada en la plaza, escuchaba la banda de música que los organizadores de la fiesta, habían traído de Plato.
Tal era la fama de esta agrupación musical, que de los pueblos vecinos vino ese año mucha gente lo cual fue recibido por las vendedoras de guarapo, fritos, ron y agua Loja con bastante complacencia ya que los consumidores de sus productos aumentaron y desde luego, ganaron mucho dinero.
Dichos jóvenes, primos entre sí, siempre permanecieron juntos, por el temor que le tenían a los nativos cuya fama ya conocían de ser violentos, que las peleas no las dirimían a los puños, sino con puñales, se cuidaban mutuamente y procuraban no discutir con nadie que tuviera un acento distinto al de ellos –que por cierto no eran muchos– se mezclaban poco con ellos y no acudían a ninguna parranda, con lo cual, entre otras cosas, ahorraban dinero ya que en el campamento en donde vivían, todo se los costeaba la compañía, así después de seis meses, resolvieron regresar al pueblo con buenos ahorros.
El día que llegaron - lo hicieron en domingo - la gente se alborotó con la llegada de los jóvenes aventureros que habían experimentado muchos cambios, pues vestían pantalones y camisas modernas, calzaban zapatos finos y hablaban de aventuras que habían tenido por allá por esas tierras lejanas donde las costumbres eran completamente diferentes.
Entre las curiosidades que habían traído, mostraron a todo el mundo, orgullosamente, unos cuchillos pequeños muy afilados con empuñaduras doradas y dentro de cubiertas de cuero muy bonitas.
Dijeron a los curiosos, que esta era un arma de uso común por allá en donde habían estado, que con ella, los hombres se desafiaban a duelos terminando siempre con un muerto, pues todo dependía de la habilidad de los contrincantes.
Estimulados por el alcohol que ingirieron y por hacerle una demostración práctica a los curiosos que escuchaban con mucha atención sus relatos, se amarraron sendos pañuelos en las muñecas de la mano izquierda, la gente les hizo rueda y comenzó el combate.
En dos lances, uno de ellos hundió el afilado cuchillo en el corazón del otro, el cual cayó al suelo y moribundo, le dijo:
— ”Aprendiste bien la lección, me has matado, ganaste”