Autor: Israel Díaz Rodríguez
Vivo a muy pocas cuadras del lugar en donde funcionan cuatro clínicas cuyo movimiento de pacientes durante las veinticuatro horas del día es considerable, funcionan recibiendo pacientes que acuden en busca del alivio a sus múltiples quebrantos de salud.
Por ello me doy cuenta del personal de enfermeras y médicos que afanosamente todas las mañanas y por las tardes, acuden a cumplir con su trabajo en dichas instituciones de salud.
Me llama poderosamente la atención que las enfermeras después de salir de sus casas donde viven en barrios distantes de sus sitios de trabajo, donde obligatoriamente tienen que coger uno o dos buses y luego caminar grandes trechos a pie, vienen vestidas de blanco, incluyendo desde luego los zapatos. Así uniformadas, con esa misma vestimenta inician su trabajo.
La pregunta que uno se hace es si ese uniforme blanco o del color que sea, ¿se convertirá en el nuevo nicho —al usar cualquier transporte público— de toda clase de bacterias, parásitos y virus?.
Es decir, ¿se aumentará la carga de gérmenes trasmisores de enfermedades que contaminará a los pacientes con los cuales va a interactuar en los siguientes minutos u horas?.
Lo ideal, lo correcto, en bien de los pacientes, es que el personal que va a estar en contacto durante todo el día con ellos, llegue a la clínica u hospital, con ropa de calle directamente al “vestier” de enfermeras y allí en closets individuales, deposite dicha ropa y la cambie por la que va a usar dentro de la clínica, además debe ser obligatorio que dicho personal lave sus manos con agua y jabón antes de iniciar sus labores intra-hospitalarias.
Cuantas infecciones se evitarían tanto del personal que llega de la calle a lidiar a los pacientes –enfermeras- como los habitantes de sus casas, ya ques de la misma manera como traen contaminantes, los llevan a sus hogares pues de seguro que no se lavan las manos tampoco al llegar a casa antes de empezar sus labores domésticas.
Recuerdo mucho a Larry, un moreno que tenía por exclusivo oficio en el Míchigan Avenue, un hospital de Chicago, recordarles a médicos y enfermeras, y obligarlos, si era el caso, a que se pusieran la ropa adecuada para poder entrar al área restringida como tal, antes de entrar a cirugía.
¡Ay! Del que no le obedeciera, porque no lo dejaba entrar; desde luego tenía todo el apoyo, la autoridad que le daban las directivas del hospital.
¿Y usted mi querido amigo, se lava las manos al llegar a casa de la calle?