Moisés Pineda Salazar
Especialista en Sociedades y Culturas del Caribe - Barranquilla, Colombia
Quizás, por la naturaleza comercial del proceso urbano, la salida a este conflicto sea la de que los residentes del sector rompan con “las lógicas” que hacen posible el negocio del motel.
“Está visto que en Barranquilla somos expertos en exaltar los méritos de los muertos” ha dicho un amigo urbanista a lo cual yo añado que así, mientras el Edificio Palma estuvo en pie y abandonado, nunca dejó de ser calificado como una “cueva de bandidos”, “nido de alimañas” y “obstáculo para el progreso de la Ciudad”.
Una vez demolido, desde entonces, nunca hemos dejado de dolernos colectivamente “por haber sacrificado aquel edificio de belleza singular e inapreciable”.
Igual nos está pasando ahora cuando un bárbaro demolió “La Casa de las Siete Puertas” en el Barrio de Abajo del Río para ampliar las instalaciones del Motel de su propiedad.
Sara Cecilia, quien sin saberlo, desde los 134.1 de la FM vela mi sueño hace muchísimos años, me despierta esta mañana con las “Cuatro Estaciones” de Vivaldi ejecutada por una orquesta Israelí. Si es cierto que podemos formar nuestra sensibilidad mientras dormimos, cabe concluir que ser acunado por Sara Cecilia, es un privilegio que jamás tuvieron los bárbaros que mandaron tapiar el mural que fabricó Humberto Alean en el costado sur del Hospital de Caridad, cuando gobernaban la Ciudad. Merecen la cárcel, aunque el Juez se las haya dado por causas menos estéticas.
Son unos des- almados que comparten en su ADN la misma programación de quien decidió derruir la casa esquinera que dicen había sido lugar de tertulias para el Grupo Barranquilla cuando sus miembros salían de las instalaciones del Diario del Caribe a tomarse unas cervezas liderados por El Nene Cepeda.
Ellos, los bárbaros, los des- almados, los des- animados son tan cínicos, que aparecerán por allí para hacer manifestación de su decisión de no contribuir con el bienestar de los pobres. Y se tomarán la foto para aprovechar la rabia de los residentes en contra del motelero para orientarla hacia los administradores de la Ciudad que, una vez más, han sido burlados por el comerciante que abrió “Los Almendros” como un edificio de Aparta/ Estudios que, a los pocos meses, transformó en “nidos de amor” para el uso de los que no pueden “echar un polvo a las derechas” en esos apartamentos de 60 metros cuadrados en los que, pared de por medio, se hacinan las parejas con 3 hijos adolescentes, una abuela y la muchacha del servicio.
Esa es la lógica del negocio: atender el incremento en la demanda de servicios ocasionado por las dificultades de acceso que presentan “El Tobogán” y “La Carretera de los Locos”. También por “la visibilidad” de los Moteles de Juan Mina frente a cuyas fachadas circulan, con la frecuencia de un vehículo por minuto, los camiones cargados de desechos con destino al relleno sanitario de “Los Pocitos”.
Lentamente, como facilitando el estudio y la identificación de las “cachondas parejas”, circulan los carromatos que transportan pasajeros, trabajadores y materiales con destino a los criminales rellenos de los humedales en la zona donde se avecindaron las víctimas del descaecido proyecto de “Villas de San Pablo”.
Ni qué decir de los millares de carromatos que se desplazan por encima del viaducto en la Circunvalar desde donde se aprecia la vida que transcurre a lo largo del que en otros tiempos fue el prohibido, reservado, íntimo y tranquilo “Corredor del amor” de Juan Mina.
Dada la naturaleza comercial del proceso urbano, habiéndose probado la avilantez del mercader y la debilidad de las instituciones legales y sociales para proteger el interés y los derechos colectivos, entre ellos el de los residentes del Barrio Abajo a no ser molestados en su tranquilidad por actividades no deseadas o incompatibles, quizás la salida civilizada para este conflicto sea la de que estos últimos quiebren “las lógicas de la reserva y de la intimidad”, que aplica, tanto para los usuarios de un motel como para el cliente de una “olla”.
Frente a la salida de uno de los ubicados en la parte posterior del Cementerio Universal, se instaló un puesto de comida que a los usuarios del servicio les importa muy poco toda vez que, como suele ocurrir “con la gente normal”, las parejas van a desfogarse en sitios alejados de su residencia. Es una manera de escapar del control del vecindario sobre su intimidad.
Y digo “gente normal”, porque tuve un amigo bogotano que disfrutaba del hecho de refocilarse con sus amiguitas de circunstancia en un motel situado a cien metros de su residencia y hacerlo en una de las habitaciones desde donde podía observar la ventana de su apartamento.
Así las cosas, si los vecinos del sector colocan una olla comunitaria frente a las instalaciones del Motel o si los muchachos organizan un campeonato de futbol en la calle, con el paso de los días se convertirán en parte del paisaje y poco efecto disuasivo tendrá en el comportamiento de los amantes furtivos.
Pero, cuando los vecinos coloquen sendas cámaras de televisión en las esquinas del “Conjunto Residencial Bavaria” y de “La Casa de Hierro”; cuando pongan un aviso que diga: “Sector vigilado por Cámaras de Seguridad” y cuando, además, adviertan que esas cámaras están conectadas a un lugar en la Internet denominado: “www. infieles barranquilla. com. co”, hasta ahí les llegará el encanto a todos los que requieren de clandestinidad para disfrutar de los amores prohibidos. O fatigados.