Autor: Nicolás Renowitzky R.
Nuestro precarnaval y carnaval ofrecen un sinnúmero de agradabilísimos eventos, muy diferentes unos de otros, y por ello únicos. Así que año tras año procuramos los barranquilleros no perdernos de aquellos que más nos entusiasman.
La Guacherna Fluvial ofrece una experiencia única, y solo quienes la han gozado saben por qué la repiten año tras año. Se trata de una fiesta sobre el Magdalena, mágica y guapachosa que este año se sobró.
Como se sobró también la ya tradicional Guacherna, con el espectacular aporte de la Alcaldía al inicio del desfile nocturno. Orden y gran esfuerzo de los participantes y de la Policía Nacional que se esmeró para mantenerla bajo relativo control, con excepción del uso de la espuma que afecta negativamente a muchos, para deleite de algunos desadaptados.
Pero es la Batalla de Flores la que le prende los motores a los cuatro días de nuestro carnaval, evento central que atrae el mayor número de turistas a nuestras fiestas, y la de este año, como otras anteriores, me dejó un sabor tan agridulce que me obliga a expresar mi sentir, y lo haré relatando lo apreciado desde el palco No.8, ‘Tronco de Palco’.
Afortunadamente este no tuvo papayera ni millo que interrumpiera impertinentemente la música de las comparsas y cumbiambas, aunque sí sonaba una papayera en unos palquitos de enfrente.
Agradable inicio del desfile engalanado con los hermosos caballos de la Policía Nacional, y por más de media hora las presentaciones de grupos musicales, bandas, pequeños módulos publicitarios que repitieron musicalmente el pegajoso mensaje “Mueve Barranquilla, mueve. Muévete a Barranquilla”, y nuestro hermoso himno que se sintió más, cantándolo en alegre coro al pie del río Magdalena y cerca al mar Caribe.
La Alcaldía se sobró, generando gran sentido de pertenencia. Luego el paso de participantes, unos con lujosos o con ingeniosos disfraces, también grupos de divertidas y atrevidas letanías, comparsas y vistosas carrozas, en estas, nuestra reina Cristy, el rey Momo, los reyes infantiles, la reina de reinas, y reconocidas actrices.
Hasta ahí todo bien, todo bien, como el Pibe.
De pronto y de manera radical cambió el decorado, cambió el desfile, y se inició una numerosa caravana de camiones con enormes remolques, y estos con potentes equipos de sonido que amplificaban la música y la voz de decenas de cantantes.
Se interrumpió la cumbia, el porro y nuestra tradicional música tropical, guapachosa y carnavalera para dar paso exclusivamente a la champeta y al reguetón.
Comenzó el desorden, ante la ausencia total de policías, numerosos asistentes a palquitos invadieron la calzada, y también la desbandada de público, quedando los palcos casi vacíos.
Fue entonces cuando comenzaron a desfilar, ante frustrante soledad, las mejores comparsas y cumbiambas. Todavía quedaba más de una hora de desfile, la penumbra apareció, los rostros de los danzantes mostraban su desesperanza y frustración.
No quedaba ya ni el 2% del público original. Tantos ensayos, bellos disfraces y maquillajes de fantasía, hermosas coreografías, ingenio popular bailando y desfilando en solitario.
¡Por eso me sentí tan mal!
Cuando llegué al parqueadero del Ejército solo quedaban 14 carros. Fueron tres Batallas de Flores en una.
¿Por qué no salieron primero esas danzas, cumbiambas y comparsas que los champeteros y reguetoneros?
Estos últimos no debieron primar sobre los verdaderos hacedores del carnaval. ¡De nuestro Carnaval!