Autor: Manuel Romera
El famoso director Daniel Barenboim fue noticia el pasado 17 de enero por dirigirse al público asistente a su concierto en el Auditorio Nacional de Madrid y reprenderlo por usar sus móviles para sacar fotos con flash dentro de la sala, cosa que obviamente molesta y desconcentra a los músicos y a los demás oyentes.
Cuando la Civilización Occidental parecía haber superado la necesidad de los carteles de “No escupa en el suelo” han aparecido los móviles como sustituto para los malos modales.
¿Cuántas veces hemos sido testigos de móviles molestos en auditorios, teatros y salas de cine?
Parece mentira que antes de las funciones se tenga que recordar a la peña que no dé por saco y desconecten sus aparatos, no tiren fotos y se callen la boca, y que la advertencia deba recordarse al volver de los intermedios –en contraste, me quedé helado en la Deutsche Oper de Berlín, cuando al llegar la hora de inicio la gente guardó silencio automáticamente, se oscureció la sala y comenzó la función, sin megafonía avisando de móviles ni nada–.
Pero, en fin, el gen de escupir en el suelo lo tenemos arraigado por estos lares.
La maldición de los catetos con smartphone también cunde en el ambiente de los eventos científicos. Mi generación vivió la expansión universal de la telefonía móvil celular durante la década de 1990. En aquella época, si sonaba un teléfono celular en una reunión o en un aula era motivo para pedir disculpas avergonzado por haber dado la nota. Quién diría…
Razones por las que los móviles son como un forúnculo perianal en los eventos científicos
Vale, confieso que yo también echo mano a veces del móvil cuando asisto a conferencias. Todos lo hacemos, es más, se constituye casi en un derecho para evadirse de una presentación aburrida y apestosa.
Otro tema muy diferente es carecer de la mínima urbanidad paraponer el aparato en silencio. Los politonos con canciones de moda, los sonidos estridentes, las chicharras de aviso de mensaje entrante… todo ello es un incordio para los asistentes que intentan prestar atención y para la concentración del orador.
Un grado más allá están los que dejan sonar el cacharro como si no fuera de ellos o tardan interminable rato en encontrarlo en el fondo del bolso. Un plus para quienes atienden la llamada sin salir del recinto: oiga usted, aunque intente hablar metiendo la cabeza hacia el pecho y poniendo la mano delante de la boca, ¡eso no insonoriza! Molestará usted a sus prójimos.
El non plus ultra es cuando a quien le suena el móvil es al propio conferenciante. Tener que detener la charla para apagar su teléfono está entre lo más patético que le puede pasar a un orador.
Así que tenga la precaución de ponerlo en silencio, modo avión o apagado antes de subir al escenario.
La otra gran vertiente molesta de los smartphones se relaciona con sus cámaras fotográficas, como bien incidía Barenboim en su reprimenda.
Lo de sacar fotos a las diapositivas proyectadas es una actitud incívica por dos motivos:
- primero, vulnera los derechos de autor de quien da la conferencia, así que sacar foto tras foto de cada diapo o filmar la presentación sin el beneplácito del autor es un atropello –hombre, se acepta sacar alguna foto aislada de una transparencia muy interesante–;
- segundo, la tontería de usar el flash de la cámara no tiene nombre, es sumamente molesto soportar constantes flashes a lo largo de una sesión de charlas. Los flashes pueden distraer al ponente y son un tormento para los oyentes decentes que quieren disfrutar de la presentación.
El uso de smartphones y tabletas para meterse en las redes sociales debe hacerse con discreción y mesura. A un orador que ha pasado días y días preparando una conferencia no puede menos que desalentarle ver a parte del público con el móvil pegado a los ojos y despreciando su trabajo.
Así que wasapee y tuitee poco y con disimulo mientras esté de oyente.
Algunas normas de cortesía en el uso de teléfonos móviles
Parece que ya nadie se molesta en enseñar buenas maneras, ni en el hogar ni la escuela. Cierto que muchas normas de urbanidad clásica han quedado arcaicas, cursis o pueden ser interpretadas como machistas (antes se decía “caballerosidad”). Sin embargo el grueso de las reglas de buenos modales se basa en conductas lógicas de civismo y convivencia.
El uso y abuso de los teléfonos móviles desata en muchas personas comportamientos absolutamente desconsiderados hacia las personas de carne y hueso que están presentes. Por ejemplo, ¿debe alguien detener lo que está haciendo instantáneamente cada vez que recibe una notificación en su móvil? ¿Es correcto que te dejen con la palabra en la boca o que te mantengan esperando mientras chatean?
Lo del móvil en las consultas médicas es digno de anuria (o sea, mear y no echar gota).
- Situación 1: suena el móvil del paciente en plena visita, por lo regular con un politono escandaloso y a todo volumen porque el paciente sordea, pero el paciente aún oyéndolo no lo apaga, al minuto lo vuelven a llamar y así toda la visita.
- Situación 2: suena el móvil del paciente y éste corta la visita y atiende la llamada, así tengas tu enguantado dedo reconociendo alguna de sus cavidades, y mantiene una conversación completa incluyendo si la Mary ya puso a calentar las lentejas.
- Situación 3: el paciente está hablando justo cuando lo instas a entrar al consultorio y en vez de cortar la llamada hace como que entra pero se queda en la puerta continuando su charla, a pesar de ver la sala de espera a reventar de usuarios.
- Situación 4: entra un niño o mozalbete de acompañante y se entretiene jugando con su móvil o miniconsola, eso sí, manteniendo todos los sonidos y musiquilla que incluya el juego. ¿Qué debe hacer uno? ¿Se puede hacer una consulta mientras se interrumpe con ruidos y llamadas? ¿Es un irrespeto hacia el profesional o seré yo muy sensible? ¡Ojalá tuviera uno tiempo para perder en una jornada de consultas!
Por alguna razón la gente tiende a hablar por el móvil con un tono de voz mucho más alto del necesario, como si la lejanía del interlocutor requiriese gritar para ser escuchado. Así que ese desconocido que habla en voz altísima a tu lado en un trasporte público, sala de espera o cualquier recinto cerrado, es un incordio, un desespero, en especial si la llamada es interminable y superflua; en serio, ¡a nadie le interesa escuchar tu conversación, no obligues a tener que hacerlo!
Llega a ocurrir que las 3 o 4 personas que te rodean en el bus mantengan cada una su propia conversación simultáneamente para tormento de quien quiere viajar en paz. ¡Bien por los vagones sin ruido del AVE!
O el cateto que sigue hablando cuando sube al ascensor, así vaya petado de gente, y te va gritando en tu oreja, más aún cuando pierde la señal y comienza con “me oyes, me oyes, me oyes”, porque el cateto desconoce lo que es una jaula de Faraday y que no podrá comunicar hasta que salga del ascensor.
A más de uno nos apetecería seguir el protocolo de Stewie Griffin con los maleducados de móvil + ascensor.
O usar constantemente el móvil mientras se está sentado a la mesa con otros comensales, aún más hiriente si solo son dos los comensales. Es un gesto feo colocar el móvil en la mesa durante la comida (solo superado por el guarro gesto de plantar la cajetilla de tabaco y el mechero).
Si en realidad esperamos una comunicación importante debe tenerse el detalle de pedir permiso a los compañeros de mesa para tener el teléfono a mano y atender la llamada. Aunque en la sobremesa todos acaben con sus teléfonos intercambiando fotos chorras.
De igual manera, no debería cortarse a un interlocutor de presencia física para atender al móvil, a menos que sea realmente trascendental y siempre ofreciendo disculpas por la interrupción. El mundo virtual no tendría que interferir con el desarrollo de la vida real.
Sobre todo no grite, retírese a donde no incordie y no obligue a nadie a soportar sus conversaciones personales. Y por favor tampoco escupa en el suelo. Son reglas sencillas y sensatas que no tendrían que señalarse constantemente.
Aunque al final todos cedemos al encanto de estos cacharros.
Uno de los principales textos clásicos sobre buenos modales es el “Manual de Urbanidad y buenas maneras” de Manuel Carreño, más conocido como “el manual de Carreño”, escrito a mediados del s.XIX por este diplomático venezolano (quién lo diría al escuchar las burdas arengas del oligofrénico Nicolás Maduro).
A pesar de seguir siendo una referencia en normas de etiqueta, el manual de Carreño está obsoleto en muchos aspectos. Hay textos modernos bien adaptados, como el libro “Saber ser, saber estar” de Montse Solé, muy recomendable aún con su repipi título.