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Alejandro Duarte Rueda

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Autores: Álvaro Serrano Duarte - Juan Carlos Rueda Gómez

TODO POR UNA COPA DE LICOR

Son las 5:30 de la mañana. El piso frío de una celda apestosa sirvió de cama a Alejandro. No se oyen voces, sólo se alcanzan a ver sombras que van y vienen del baño sin puertas del calabozo de la Cárcel Municipal de Barranquilla.

Al mínimo movimiento, Alejandro siente su cabeza explotar. Se percata del sitio donde se halla y anota en sus recuerdos que ésta es la tercera vez que despierta en un calabozo. El sitio ya le resulta familiar, pero más desagradable y vergonzoso.

Un guardián se acerca a la reja y lo llama:

— Hey, Cachaco, levántate y ven...

Alejandro supuso lo cierto. Debía llamar a su familia para que le trajeran plata para pagar la dormida en el segundo piso de la prisión.

Se le ha tratado con consideración debido a que es un tendero que puede pagar ese "impuesto". En sus bolsillos no hay ni una moneda. Sus ropas están sucias, estrujadas rasgadas. Le duele la cara, las piernas y el vientre, producto de la golpiza que recibió horas antes en un bar del Paseo Bolívar.

Es un joven de escasos dieciocho años de edad; se nota su estado de ánimo bastante decaído. Pronto vendrán sus padres a interceder por su libertad.

Se imagina la cara triste de su madre y el rostro de amargura de su padre. No recuerda absolutamente nada y todo le parece una pesadilla. Basado sólo en suposiciones, porque no recuerda nada de la noche anterior, espera que no haya ocurrido algo grave.

Las informaciones del Diario del Caribe cuentan de la muerte a cuchillo de un parroquiano en un bar del Paseo Bolívar. Cuando sus compañeros de celda le miran, Alejandro siente la presión de la posible acusación. Un escalofrío recorre todo su maltratado cuerpo. Con la boca reseca y un dolor de cabeza insoportable, no logra alejar de su mente el temor de haber cometido una falta muy grave.

Se promete una vez más que no volverá a tomar licor. Sus amigos tienen razón cuando dicen que él no sabe beber. Pero... ¿cómo frenar esa ansia impetuosa cuando toma la primera cerveza o el primer trago de aguardiente?

Sus amigos le han recriminado, después de sus borracheras, su falta de respeto a las mujeres, su falta de control, su ira y su ánimo camorrero con cuanta persona pasa por su lado, cuando está bajo los efectos del licor. Pero Alejandro no se lo explica. Él es un muchacho tranquilo, respetuoso, tímido, retraído...cuando está sobrio.

— Alejo, tal vez lo mejor que puede hacer es conseguir una novia y casarse. Eso le puede servir para que se ajuicie... recuerda que hace poco le aconsejó su mamá Ana Dolores.

Un consejo maternal que Alejandro tomó muy en serio, dentro de su propósito de superar tan vergonzosos actos demenciales cometidos bajo los efectos del alcohol.

Pagada la multa y habiendo suscrito el compromiso de no volver a cometer igual falta, se percató de que el homicidio mencionado en el periódico fue cometido por otro alocado borracho... pero él también hubiera podido sido ser el autor.

Alejandro regresó a la tienda convertido en un joven con nuevos propósitos, que incluían buscar una novia que lo salvara del precipicio al que ya se asomaba peligrosamente.

Nacido en La Fuente, Santander el 6 de Enero de 1947, es el séptimo de trece hermanos. A los diez años escapó de casa con su compañero de estudios, Expedito Rueda colgados de la parte trasera de un carro-tanque.

Llegados a Zapatoca, compraron pasajes para ir a Barrancabermeja, la ciudad añorada para conseguir dinero. Pero por coincidencia, la señora Carmelita Gómez los vio y devolvió a Alejandro adonde su familia.

Al regreso fue amonestado por sus padres; pero en la escuela, su maestra, la señorita Carmen Rosa, le aplicó un castigo tan cruel que puso en serio peligro su deseo de continuar estudiando.

La aventura infantil era normal en aquella época, ya que en las familias numerosas, los padres promovían entre sus hijos varones, la consecución de medios de sustento cuando no era posible obtenerlos de sus parcelas.

Los Duarte Rueda vivían en la Calle Ancha o Real, muy cerca del cincho, una loma que se alza bordeando el pueblo y por momentos pareciera venirse encima de las casas. En épocas de lluvia, se desprenden piedras que ponen en peligro la vida de sus habitantes.

Familiares y amigos regresaban de Venezuela, con bolívares; de Barranquilla, con muchos pesos; de Barrancabermeja, con credenciales de trabajadores petroleros; de Bogotá, con títulos universitarios; de Cali, con mujeres hermosas.

Por fortuna para Alejandro, sus padres decidieron aceptar las insistentes invitaciones de algunos familiares para que se trasladaran con toda su prole a la capital del Atlántico.

Venden todo lo que tienen y emprenden la aventura yendo a Barrancabermeja para tomar el vapor "David Arango", que los llevaría en un viaje de ensoñación por el río Magdalena durante cuatro días, hasta llegar a la “Puerta de Oro de Colombia".

Inocencio Duarte, su padre, compró la tienda El Paralelo 38 y con sus hijos menores y su esposa se dispuso a dar un nuevo rumbo a la familia. Cumplidos los quince años, Alejandro no resistió el deseo de probar fortuna y se fue a Venezuela, donde hizo diversos esfuerzos que resultaron vanos al cabo de dos años de aventura.

Pero el consejo de su mamá, Ana Dolores, seguía horadando sus pensamientos. El casamiento era una excelente propuesta debido a que a sus diecinueve años, ya había logrado comprar dos tiendas y requería de una persona que le ayudara en su administración.

Necesitaba conseguir novia. Su mundo de beodo consumado le había mostrado muchas mujeres... pero ninguna para amarla y hacerla su esposa. La inseguridad propia de todo alcohólico le impedía tener contactos sociales que le condujeran a una relación amorosa estable. Su angustia iba en crecimiento y sólo la bebida calmaba tales deseos de buscar pareja.

Un pariente y amigo, Álvaro Calderón, le prometió que le ayudaría a conseguir novia; Tres días después se presentó diciéndole:

— Alejo, le tengo fa novia que usted necesita. Es una de las hijas de mi ti Justo Calderón. Ya hablé sobre el asunto. Todo está dispuesto. No es más sino que vaya un día de estos...

El ánimo de Alejandro subió y a su mente vino toda clase de planes para su vida, que incluían "ajuiciarse" y atender mejor los negocios.

Le pidió a su papá que lo acompañara, y aunque extrañado por la propuesta de su hijo, Don Inocencio aceptó ir a la casa de su primo.

— Hola! Justo...

— ¡Qué tal, Inocencio y ese milagro? A qué debemos el honor de su visita...y este muchacho cuál es? —dijo con notoria admiración—.

—Es Alejandro...

—¡Ole, qué tipazo... ! éste si le sacó la misma jeta suya, no...?

Mientras Alejandro no hallaba dónde poner sus ojos por la sensación de incomodidad que le producían tantas miradas, su rostro se sonrojaba y palidecía intermitentemente.

Su padre y Don Justo se internaron en la casa, mientras en la tienda se quedaba Alejandro con las manos sudorosas y sin saber dónde ponerlas. Fue uno de esos momentos en que sobran las manos, sobran las piernas, sobra todo. Todo en uno hace estorbo al intentar mostrarse tranquilo.

Reconocido como un joven de agradable presencia y buen vestir, pronto logró entablar conversación con la preciosa joven que estaba detrás del mostrador igualmente inquieta y sonrojada.

Era Olga, la joven de quien le había hablado Álvaro Calderón. Convenidos con medias palabras que decían más que las completas, iniciaron un noviazgo que tres meses después terminó en matrimonio.

La felicidad había llegado a la vida de Alejandro... pero por poco tiempo. Lo que había sido un pretexto para no salir a emborracharse, se fue convirtiendo poco a poco en motivo para hacerlo con más frecuencia. Había encontrado en Oiga una excelente mujer: trabajadora, fiel y comprensiva.

Pero el infierno volvió a incendiar su alma. A los dos años, Olga tomó la deterrninació de regresar a la casa de Sus padres, después del insoportable maltrato físico que Alejandr le infligía cada vez que llegaba borracho, lo que ocurría casi todos los días.

La "libertad" recuperada lo llenó de emoción y se dedicó a celebrar con licor la partida de su esposa. Las semanas fueron pasando y esa alegría se trastocó en tristeza y melancolía al sentirse solo, huérfano del afecto de su amada.

Por ese motivo, las borracheras eran más fuertes. Otros dos encarcelamientos le destrozaron aún más su escasa autoestima. Los negocios fueron mermando ostensiblemente.

Para su fortuna, las reglas sociales y familiares a que eran sometidas las mujeres santandereanas, les obligaba a seguir al marido sin importar el trato que recibieran. Su suegro presionó el regreso de su hija al seno del dislocado hogar. Alejandro prometió con sincero arrepentimiento poner fin a su consuetudinaria costumbre; pero fue una promesa frágil.

En pocas semanas recrudeció el emborrachamiento y, por consiguiente, los problemas aumentaron con la pérdida de una de las tiendas y el serio deterioro económico de la otra.

Su vida había tocado fondo; y era tan profundo y oscuro que sólo bajo los efectos del alcohol, su amor propio surgía, para desaparecer con más amargura y dolor al día siguiente, al enterarse de los desmanes y escándalos que había producido.

Nadie quería trabajar en su tienda. Se sentía abandonado y despreciado por todos sus amigos. La vergüenza y la soledad eran sus únicas compañeras. Hasta en algunos bares de la ciudad lo tenían por sujeto problemático y se negaban a atenderlo.

Pero todos tenernos otra oportunidad. Gustavo Guarín Gómez, paisano y vecino suyo, a través de una conversación amistosa y sin recriminaciones, le hizo saber que sus problemas tendrían solución de manera muy fácil, con sólo asistir a unas reuniones en el grupo de Alcohólicos Anónimos (A. A.). Después, él decidiría libremente si deseaba recuperarse.

Alejandro, conmovido y aceptando que se encontraba en una encrucijada, le prometió que asistiría. Gustavo pasó en su taxis durante tres días consecutivos ofreciéndose a llevarlo, pero Alejandro siempre encontró excusas para no ir. Gustavo no regresó a insistirle.

Pasadas algunas semanas y sintiéndose avergonzado consigo mismo por el desplante al amigo que con tanto afecto le había invitado a solucionar su problema de alcoholismo, decide ir solo a la dirección que aquel le había dado.

Alcohólicos Anónimos le mostró nuevas perspectivas de vida. 1969 es para Alejandro su año de nacimiento a la vida plena. Ingresa a un colegio nocturno para terminar la primaria.

Cursa el bachillerato e ingresa a la Universidad Autónoma del Caribe donde se recibe como Sociólogo en 1977. También dictó clases en la jornada nocturna del Seminario Mayor de Sabanilla.

Simultáneamente con sus estudios, participó en la creación de la Unión de Comerciantes, Undeco, de la cual es su primer Tesorero, un encargo delicado que pone a prueba su carácter.

Participa en un cursillo de consejería matrimonial que rescata lo poco que quedaba de su matrimonio y cura las heridas de su amarga experiencia alcohólica.

Después de esa experiencia religiosa, y en compañía de varios amigos, decide participar en la fundación de una escuela para niños de escasos recursos en un deprimido barrio de Barranquilla, convertida hoy en el Liceo Juan Pablo II, donde reciben clases más de mil alumnos, se dictan cursos a los padres de familia y se cultiva el amor por la ciudad y la comunidad.

Su antiguo pensamiento, que le llevó a sufrir tantas desventuras: "El hombre trabaja para beber y bebe para vivir", lo cambió por "Hoy No Beberé".

Son treinta y un años sosteniendo con decisión y coraje esta última sentencia. Veintiocho años participando activa y decididamente en el engrandeciniiento de Undeco, lo ubican como quien más cargos ha ocupado dentro de su Junta Directiva, siendo presidente en varios períodos.

Veinte años atento al desarrollo y sostenimiento del Liceo Juan Pablo II y dos años en la más reciente tarea: crear la Confederación Nacional de Tenderos y Comerciantes, Conaltec, que propugna por la unión de todas las asociaciones de su tipo en Colombia; una tarea de grandes proporciones en la que desde el cargo de Presidente, ha probado que no existen barreras porque "El hombre es la medida de todas las cosas que existen y de las que no existen”, como sabiamente lo dijera el filósofo griego Protágoras.

Ya son treinta y tres años de matrimonio con Olga, con quien comparte hoy su mayor patrimonio: sus hijos Jackeline, John Carlos, Ana Milena y Olga Patricia, y su nieto Alejandro Díaz Duarte. A ellos dedica Alejandro ésta, su historia personal, como muestra probada de lo que es posible alcanzar, dependiendo sólo de una perspectiva: o hundirse en el lodo del vicio o encumbrar las más altas montañas del éxito". 

 

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