Autor: Desconocido
La primera noticia sobre Betulia la hallamos en la Parroquia de Zapatoca, en el Libro de Providencias 1821-1949, donde puede leerse esta nota en el folio 235:
“República de la Nueva Granada-Bogotá, 1º de diciembre de 1835.
Al señor Gobernador del Socorro. Con fecha de ayer, S.E. el Presidente de la República ha dictado el Decreto que sigue….. Este decreto se refiere a la concesión de 9.000 fanegadas de tierras baldías “en las localidades de Balsora, a las inmediaciones del camino llamado de Chucurí, que se abre para el puerto de Oponcito”, para el establecimiento de la nueva población de Betulia en el cantón de Zapatoca, de la provincia del Socorro.
Esta concesión solamente se hizo efectiva veintidós años después. En la Notaría del Socorro, entonces Capital del Estado de Santander; hallamos la Escritura No. 7 del 9 de marzo de 1857, por medio de la cual se entregaron al Personero del Distrito de Betulia “9.000 fanegadas de tierra baldías para el establecimiento de la nueva población de Betulia, con derecho a escogerlas i demarcarlas en espacios concentrados i en los lugares más aparentes para el objeto a que eran destinadas”. (Archivo de la Casa de la Cultura del Socorro, Escrituras de 1857).
Fueron afortunados los betulianos porque esta donación del Estado les llegó, aunque fuera un poco tarde. El 29 de diciembre de 1832 los vecinos del sitio de Betulia dieron poder al Sr. Francisco Javier García, para que solicitara del Gobierno de la Provincia la creación de una parroquia en ese lugar; los vecinos esperaron mucho tiempo para lograr, doce años después, la erección del municipio, que entonces se llamaba “Distrito Parroquial”.
Más adelante, en el folio 237 del mismo libro citado, de Provincias de Zapatoca, se halla este otro oficio:
“Gobernación de la Provincia del Socorro, 18 de julio de 1836. Al señor Jefe Político del Cantón de Zapatoca: no hay inconveniente en que los vecinos de Betulia, vayan arreglando la población que está ya creada por la Cámara de Provincia. Y en cuanto a la Capilla que pretenden construir, autorizado por la atribución 6ª, Art. 8 de la Ley de Patronato, permito la fundación, pidiéndose la licencia de bendición a la autoridad eclesiástica, y con calidad de que dicha obra ha de servir de Iglesia Parroquial a su tiempo.
Lo digo a Usted contestando su oficio del 4 del presente número 119.
Dios guarde a Usted.
(firmado) Pablo Durán.
El 13 de febrero de 1844, la Gobernación de la Provincia del Socorro dio el Decreto, que en su numeral segundo dice:
“Se erige, con el nombre de Betulia, el nuevo Distrito Parroquial”. El 23 de mayo de 1845, el Arzobispo de Bogotá, Ilustrísimo Manuel Joseph, por Decreto, erigió el Distrito en Parroquia, que en resumen dice así: “…, erigimos, constituimos y establecemos una Parroquia en el Distrito Parroquial de Betulia, Cantón de Zapatoca, bajo el título de San Bernardo…..”.
El Pbro. Dr. Pedro Guarín, el principal de los fundadores de Betulia, satisfactoriamente leyó el Decreto en la misa mayor del 6 de julio de 1845, culminando así totalmente la fundación de este querido rincón blanco de Santander, hija de Zapatoca.
El 29 de julio de 1967, los queridos betulianos sintieron que el mundo se abría bajo sus pies, varias casas se fueron al piso por el rugir de la naturaleza que nos recordaba, porque en Zapatoca también sentimos su bramido, nos recordaba entonces que el mundo tiene su dueño, como una advertencia que vamos en caminos equivocados; los betulianos, al salir corriendo hacia la calle, llenos de espanto vieron cómo su templo parroquial se desplomaba; era un templo sencillo, pero amplio, de tres naves formadas por gruesas columnas de madera, sobre las cuales se levantaban arcos revestidos con tablas pulidas y que no resistieron el estremecer de la tierra.
Pero los queridos betulianos no se dejaron consumir por la tristeza, y con su dinámico Párroco a la cabeza, el Dr. Vicente Israel Octálora Niño, hicieron resurgir nuevamente las nubes sobre sus casas relucientes y desde los cimientos levantaron nuevamente la Casa del Señor en el término de poco más de un año, señalando en la historia de Betulia algo así como otra fundación.
La naciente Betulia: sus bondades, sus sepulturas antiguas (Del “Peregrinación de Alpha")
No hace mucho tiempo que la fundación de Betulia, dos leguas y tres quintos al norte de Zapatoca, interrumpió con su modesto caserío la continuidad del desierto que por este lado se extendía indefinidamente.
La existencia de aquel pueblo, cabeza de distrito, que hoy (1850) cuenta con 1.800 habitantes, se debe al presbítero Guarín, su actual cura y benefactor, sacerdote anciano y virtuoso, cuya vida útil forma contraste con la indolente y vulgar de otros párrocos, y es una elocuente censura de la mala conducta que la mayor parte de ellos observa en esta provincia.
Betulia está situada en la meseta de un grupo de grandes cerros, a 1.849 metros de altura sobre el mar, con 18° de temperatura, suelo enjuto y aires puros. La población es blanca, vigorosa, de costumbres patriarcales y enteramente consagrada a las tareas agrícolas, atenta con los forasteros, llena de respetuoso cariño hacia su buen cura, quien sostiene una escuela en que diez niños aprenden las primeras letras con mejor éxito que en otras, más llenas de vano aparato que del verdadero espíritu de enseñanza.
Para graduar la bondad moral de los betulianos bastará saber que en los últimos doce meses (de mayor de 1849, a mayo de 1850) hubo 16 matrimonios y 63 nacimientos, de los cuales sólo 5 ilegítimos, es decir, el 7.3 por ciento, cifra mínima que ningún otro pueblo del Socorro presenta.
La población tuvo en dicho tiempo un aumento de 45 individuos, que es el 2.5 por ciento, respecto del número total de sus habitantes, el cual siguiendo esta progresión, quedará duplicado dentro de 25 años, puesto que los fallecimiento de niños son muy escasos.
Nada de particular ofrece Betulia a los ojos del viajero, salvo un grupo de sepulturas antiguas, cuyas señales se ven allí cerca, prueba de que en tiempos remotos existió algún pueblo de indios y pereció también ignorado en aquel apartado rincón del país de los guanes.
Desde la eminencia de la meseta, postrera de las que por este lado presenta la serranía, se descubren, al norte, los términos del cantón de Girón, y las revueltas colinas y solitarias montañas que promedian entre Betulia y la cortadura profunda por donde lleva el Sogamoso su atormentada corriente.
Al oriente se hunde la tierra y oculta sus profundidades bajo las copas entretejidas de un continuo bosque, de cuyo seno, dos leguas más allá, surge, a 2.530 metros de elevación la imponente mole de los cerros llamados Piedra Blanca o Cruz de Macana.
Cuando se llega a esta cumbre, mirando al poniente y al norte, no hay términos para la vista, que largo rato divaga por el ámbito de un horizonte sin límites.
En frente se desarrollan los vastos países regados por los ríos Chucurí, Oponcito y Opón; más allá brillan, como espejos, las grandes ciénagas, y más allá aún la plateada zona del Magdalena recostada contra las indecisas serranías de Antioquia, que se confunden y pierden en la niebla del espacio.
Las selvas seculares, los silenciosos ríos, los cerros con sus elevados escarpes y sus coronas de rocas eternas, todo desde tan alto parece pequeño, deprimido, sin ruido ni agitación; y, sin embargo, allí hierve un mundo entero de animales montaraces, de enormes reptiles, de aves que crecen y mueren sin ser vistas por el hombre; allí todo es colosal y exuberante, y nuevos seres se suceden y acumulan sobre las ruinas de árboles gigantescos que el curso de los siglos ha derribado; un precipicio tremendo separa estas regiones del cerro de Piedrablanca; fugas de viento pasan por encima del observador, doblando y haciendo crujir los árboles que le rodean, y de repente el rumor cesa; el viento se ha precipitado al abismo, donde apenas se ven remolinear las copas del bosque más cercano, y después,…., nada, silencio, quietud y sombras.
A mano derecha, en la dirección norte, se dominan los ramales en que se divide la cordillera, rotos, irregulares y como luchando por no sumergirse en los montuosos pantanos del Occidente; pero, al fin remolcados por el Sogamoso, que los encuentra de través y los corta con su irresistible curso despedazando el cerro de La Paz, última barrera desde donde sigue manso y majestuoso hasta perderse en el Magdalena.
Casi al N-E, por una ancha depresión que sufren las serranías, se columbra Bucaramanga, distante siete leguas vía recta, y en seguida. Semejante a una cinta rojiza, el camino que de aquella villa conduce a Pamplona. Detrás y a la izquierda, cerros intransitables, montañas tupidas, innumerables cascadas, desiertos donde nadie ha encendido todavía el fuego de un hogar.