Autor: Harold Alvarado Tenorio
Ariesgo de parecer y ser el peor de los mortales, sigo creyendo que más allá del ruido oficial que produjo la muerte de Gabriel García Márquez, el país real, el que le ama y admira, le debe un cumplido.
Y tanto será así, que estando vivo y ahora muerto, ni el muerto, ni su viuda y menos sus hijos y nietos han querido que esta Colombia de hoy guarde en alguna parte de su alma su inmenso legado.
Recordad entonces qué significan Sarmiento y Borges en Buenos Aires, qué Neruda en Santiago, qué Vasconcelos y Reyes en Ciudad de México, qué Barral en Barcelona, qué Federico en Granada, qué Baraja en Madrid, qué Machado de Assis y Ferreira Gullar en Río de Janeiro y González Prada y Vallejo en Lima.
Aquí nuestra más grande ánima no entra aun en el cuerpo de la nación, y no cabe, no porque sus hijos no lo quieran, sino porque una mísera casta de ignaros nunca le quiso, siempre le encontró extraño a sus gustos, a sus vaivenes, a su corte de pelo, sus camisas de cuello duro, a sus hipocresías, a sus infamias bogotanas.
Colombia no se merece aun a Gabriel García Márquez como nunca ha merecido ni hecho suyos a Isaacs, Carrasquilla y De Greiff: todos segregados e ignorados en las escuelas y universidades.
Haced memoria. Mientras Santos y su casta de social-bacanos mantienen en La Habana a cuerpo de rey una recua de los peores asesinos de nuestra historia, apenas se le ocurrió llevar al funeral del exiliado a un desteñido ideólogo de su propia y perversa doctrina, impidiendo que la masa de artistas de su patria peregrinara para darle un último adiós a aquel que tantos gobiernos despreciaron.
Ninguna de las coronaciones que recibió en el suelo patrio fue cierta, siempre terminaron en un festín de lameculos y detentadores del poder. Y fue siempre instrumentalizado para despojarle de la mejor tajada del pastel de la gloria.
Los eventos de su muerte son una caricatura de los eventos de su vida. El 21 de octubre de 1982 una llamada telefónica desde Suecia anunció esa madrugada la concesión del Premio Nobel.
El 20 de noviembre Belisario Betancur firmó la Ley 35 por la cual decretaba una amnistía general a los autores, cómplices o encubridores de hechos constitutivos de delitos políticos corno rebelión, asonada, sedición, y los conexos, por haber sido cometidos para facilitarlos, procurarlos, consumarlos y ocultarlos.
García Márquez, que vivía exiliado en México luego que Turbay Ayala tratara de ponerlo en prisión como financiador del M-I9 y auspiciador de delitos desde una revista donde actuaba con maestría el hermano mayor del presidente Santos, regresó a Colombia y el 1o. diciembre, con un fandango y merienda orquestada por Colcorrupta a treinta mil pies de altura, recibió de manos del Rey sueco su premio.
Millones de palomas volaron sobre los cielos de Colombia anunciado los Idus de Noviembre de 1985, avecillas que hoy son una pajarita de papel solo en la solapa del cínico de turno, que no satisfecho con la burla propinada al genio en México, en Bogotá organizó una fiesta de cuerpo ausente donde los enemigos del cadáver degustaban su ausencia y bajo una lluvia despiadada daban testimonio, otra vez, del desprecio que la oligarquía y la social Bacanería sienten por su obra y biografía.
Allí y a puerta cerrada estuvo Santos y su segunda esposa, rodeados de los viejos amigos de Turbay Ayala y el torturador Camacho Leiva, con el valetudinario Roberto Gerlein orando por la conversión de los maricas y la salvación del alma y el cuerpo de las pecadoras de oficio, allí la ministra de Carvajal & Cía., perseguidora de poetas y cineastas, allí los que compran millones de libros que los españoles no leen, allí el cuerpo diplomático y los funcionarios de levita y traje sastre, oyendo entre bostezos un Te Deum del mozo, que no de Mozart, de la que sabemos.
