Autor: Álvaro Serrano Duarte
Estoy seguro de que los cocotazos o "coscorrones" que me dió mi madre, me hicieron despertar una cualidad que me rentó grandes ganancias intelectuales, más allá de la simple escucha auditiva a los demás. Ella aseguraba que uno tenía que "escuchar", más que "oir".
En su momento poco lo comprende uno con exactitud a qué se refiere esta aparente "diferencia". Si algún lector logra vencer y ganar, en este reto intelectivo... "iré tranquilo al sepulcro"... Aunque la verdad, yo nunca he visto ningún muerto oponerse ni quejarse por los dos metros de tierra que le echarán encima... pero bueno, esto también forma parte del reto: No tomarse las cosas tan en serio.
Yo tenía unos 13 años de edad, y estudiaba primero de bachillerato y el rector contaba:
— Me sentí tan avergonzado y furioso, cuando durante el recorrido en un tranvía de Nueva York dos colombianos hablaban vulgaridades, se mofaban de los gringos porque estaban seguros de que nadie les entendía, decían toda clase de imbecilidades, hasta que decidí bajarme antes de mi destino sólo para pasar por su asiento y decirles:
-No estén tan seguros de que nadie entiende las porquerías que dicen...
— Ver la variedad de colores que transformaron sus rostros por la sorpresa, espantó mi ira al bajarme y ya no lamenté tener que pagar más por tomar otro transporte.
Hasta aquí la anécdota que nos contó el sacerdote Jaime Rojas Llorente sucedida 30 años antes de su entretenido relato.
Casi medio siglo después de yo escucharla, continúo viendo eventos similares en las redes sociales (los tranvías virtuales del siglo XXI), donde todo el mundo "dice [escribe o mal escribe] muchas cosas" creyendo que están solos, que sólo se enteran los amigos, cofrades o compinches, amantes o socios.
Andan suponiendo que por estar amparados en una "clave" de acceso, tienen licencia para decir cualquier cosa, inclusive regodearse de mostrar sus propias inmundicias, intenciones malsanas, etc.
Los escándalos de Julián Assange, Snowden, Chelsea Manning, y otros famosos, parece que no logran ser asimilados por el común de las personas. Los secretos en el mundo moderno son una fábula en la mente de los tontos.
Si en un simple computador en casa, un medio-experto puede auscultar o revisar TODO lo que se haya escrito en él, sin conexión a internet; ¿qué le espera a quien se expresa en internet, a través de una red social como todas las que existen (Facebook, Twitter, Badoo, Sonico, LinkedIn, y más de 4.500), en los comentarios de un periódico virtual, en un chat, en un mensaje, en una aplicación (WhatsApp y otras).
— ¿Has oído hablar de programas espías?
— Sí, por supuesto. Yo no los tengo, porque tengo programas anti-spy.
— Jaaaaaa, Jaaaaa, Jaaaaa, sigue creyendo...
— Puedo eliminar lo que haya escrito....
— Jaaaaaa, Jaaaaa, Jaaaaa, sigue creyendo...
— En cualquier caso, formateo el disco duro!!
— Jaaaaaa, Jaaaaa, Jaaaaa, sigue creyendo... Mejor tírate al fondo del mar con todo y PC, Portátil, Smartphone, iPad, Iphone, etc.!!
UNA CONVERSACIÓN EN YAHOO GROUPS:
Empezó cuando un amigo dio a conocer el texto de un artículo de Roman Ortíz, publicada también en CORREveDILE.com sobre la situación política, económica e ideológica venezolana:
Lo jodido es que nuestras economías son interdependientes, nuestra cultura e historia son comunes y nuestras fronteras son porosas.... Así que el asunto es para PREOCUPARSE como ocurre al momento en que se nos notifica que hay cucarachas en el las casas del vecindario, si no tomamos medidas a tiempo y eficaces, la plaga se nos instala en los escaparates, en el cielo raso, bajo nuestras camas....
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Huy qué bueno, en algo parece no discrepamos...
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Y seguramente serán miles los que opinarán, y defenderán su opinión, al considerar que el análisis propuesto forma parte de "la campaña de desprestigio al que las fuerzas oscuras del imperio quieren someter a la Revolución Bolivariana.. Pero, el Pueblo depositario de la herencia de Chávez, nuestro Comandante Eterno, nunca cederá ...Hasta la Victoria, siempre!!!"
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Coincidente con ese mismo pensamiento que Moisés expresa, lo tuve mientras realizaba la publicación en CORREveDILE.com del artículo que me envió Jaime Lustgarten. Siempre me ha parecido tan particular, que tanto religión como política tienden a fanatizar el sentimiento de sus seguidores. En ambos, las emociones son tan vibrantes que hasta pueden conducir al daño de personas que se opongan o parezcan oponerse a sus ideologías o preceptos.
¿Qué es lo que los hace enceguecer y apagar el sentido común?
¿Se puede atribuir sólo a la ignorancia académica? ¿Hay otros factores propios de la sicología o de la personalidad?
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Tal vez, según lo explica Esther Villar en su libro "El discreto encanto de la estupidez" eso pasa porque tanto la guerra, como la politiquería, son actividades humanas hechas por seres con muy poca imaginación, carentes de sensibilidad, llenos, henchidos de pasiones y de emociones..
Nada tan descorazonador como hacer la política con un discurso orientado a la razón, a la imaginación y a la sensibilidad.
Hay que ver cómo brotan los aplausos, cómo se multiplican los abrazos cuando el discurso no va orientado al cerebro, sino a los hígados; hay que ver cómo se vuelve febricitante una multitud convocada a identificar a un "enemigo" común al cual hay que derrotar, poniéndole nombre, apellido y rostro.
Hay que experimentar esa sensación paroxística que vive el político cuando, señalando al objeto de su odio, libera una "masa babeante dispuesta a hacer lo que sea al solo chasquido de sus dedos", para comprender el placer inefable de saber y sentirse dueño de la voluntad ajena. Es difícil competir con eso desde la misión ingrata de poner a pensar, imaginar y desear a unas personas que, en ejercicio de su libertad, votarán por quien les venga en gana, no necesariamente por su Maestro.
---- Hasta aquí la conversación.