Quantcast
Channel: CORREveDILE.com
Viewing all articles
Browse latest Browse all 2356

Viejas canciones que no envejecen nunca

$
0
0

Autor: William Ospina

William Ospina - Escritor - Bogotá, ColombiaTenía yo seis años cuando escuché por primera vez la canción Luz de Luna. “Si ya no vuelves nunca, provincianita mía, a mi senda querida que está triste y está fría, que al menos tu recuerdo ponga luz sobre mi bruma, pues desde que te fuiste no he tenido luz de luna….”.

Era en Santa Teresa, un pueblo brumoso del norte del Tolima, allá arriba del Líbano, y recuerdo la atmósfera del pueblo unida para siempre a los paisajes y los climas mentales que sugería esa letra, con la rara diferencia de que mientras el recuerdo del pueblo me trae cierta carga de temor infantil, porque eran tiempos de salvaje violencia, la canción jamás se tiñó de tales cosas, y salvó en mi memoria los mejores momentos del pueblo.

En una de estas noches descubrí con alegría que aquella canción, que yo oí por primera vez en 1960, había sido compuesta apenas un año antes. Qué cerca hemos estado de México, me dije, si un cantar que se hizo en esas tierras ya se oía cada día en una aldea perdida de los Andes un año después.

Las canciones mexicanas fueron parte muy importante en nuestra educación emocional, y configuran un elemento indispensable de lo que Eduardo García llama, el museo sentimental.

Esa misma noche, conversando con mi familia, descubrí qué fácil es hacer una fiesta llena de sorpresas musicales. En mi familia siempre se ha cantado en las fiestas, pero aquel día descubrí que casi era suficiente con mencionar las canciones y recitar alguna estrofa para sentir la emoción de la música.

No sobra un poco de tequila en las copas (que no es un alcohol cualquiera, sino un destilado natural más cercano al vino que al aguardiente, y del que Eduardo dice que produce una embriaguez prehispánica) y basta abrir un libro de historia de la música popular mexicana, para vivir el milagro.

Cada nombre de autor puede resultar al comienzo desconocido, pero cuando se nombran las canciones, todo el mundo las entona enseguida. ¿Qué fue lo que compuso Emilio Arango en 1925? “La negra noche tendió su manto, surgió la niebla, murió la luz…” ¿Y saben quién fue Elpidio Ramírez Burgos?

Ninguno parece saber. Pero, en 1938 compuso la música de la Malagueña, a la que Pedro Galindo le hizo después la letra. Con algunos no basta el nombre de la canción. ¿Qué nos dejó Lorenzo Barcelata? María Elena.

Y si nadie reacciona, hay qué decir: “Tuyo es mi corazón, oh sol de mi querer, tuyo es todo mi ser, mi amor te consagré…” Y todos hemos oído a Lorenzo. Ahora, ¿quién conoce a María Antonia Peregrino? Nadie. Pero es que cuando grabó Sombras: “Después de tanto soportar la pena de sentir tu olvido…”, ya se llamaba Toña la Negra.

¿Quién no ha oído aquella canción que Consuelo Velásquez compuso en los años cuarenta?: “Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez….”. Consuelo también compuso, entre otras, “Amar y vivir”: “Por qué no han de saber que te amo vida mía, por qué no he de decirlo, si fundes tu alma con el alma mía…”.

Hay muchísimos nombres conocidos de compositores y de intérpretes. Juan Arvizu, Alfonso Ortiz Tirado, Pedro Vargas, María Landín, Jorge Negrete, Pedro Infante, Armando Manzanero, tienen culto en el corazón de los mexicanos, y de los colombianos, pero a muchos otros los conocemos menos.

Pepe Domínguez y Saldívar nos dejó “El día que me quieras…”. Alberto Domínguez, “Perfidia”; Chucho Martínez Gil, “Dos arbolitos”; Pepe Guizar, “Guadalajara”; Gilberto Parra, “Jalisco”; Víctor Cordero, “Juan Charrasquiado”; Chucho Mongue, “”México lindo y querido”; Felipe Valdés, “Hace un año”; Tomás Méndez, “Cucurrucucú Paloma”.

¿No están esas canciones como tatuadas en la memoria de nuestro continente? Son apenas unas cuantas de la infinidad de fragmentos de vida y de emoción humana que México ha engendrado para nosotros, con una profusión que sin ser exclusiva (porque ahí están Argentina, y Cuba, y Puerto Rito, y Ecuador, y Colombia, y Venezuela, y tantas otras tierras de nuestra lengua para añadir sin cesar emociones al mosaico) es especialmente delicada y brillante.

Pero no he mencionado a Agustín Lara, cuyos títulos solos llenan páginas, y de quien basta citar aquellos versos: “Mi rival es mi propio corazón/ por traicionero,/ yo no sé cómo pudo aborrecerte/ si tanto te quiero”. Y tampoco he mencionado a José Alfredo Jiménez, quien nos puede llenar noches enteras, y de quien basta citar: “Camino de Guanajuato, que pasas por tanto pueblo, no pases por Salamanca, que allí me hiere el recuerdo..”.

Finalmente, por qué no recordar con gratitud otras composiciones de Álvaro Carrillo, el autor de aquella canción de mi infancia, “Luz de Luna”. Por ejemplo, “Sabor a mí”, “Un poco más”, “Se te olvida”, o aquella queja que empieza: “La puerta se cerró detrás de ti, y nunca más volviste a aparecer…”.

¿Qué más podemos decir de esas canciones? Siempre sentí el asombro de que la más colombiana de todas, “Senderito de amor”, sea mexicana. Pero una vez le oí decir a José Emilio Pacheco, con esa extraordinaria hospitalidad que caracteriza a su pueblo, que Porfirio Barba Jacob era un poeta mexicano.

Entonces, ¿por qué no competir en hospitalidad con nuestros hermanos del norte, por no decirles que, ya que se han escuchado tanto aquí, con tanto amor, y que se seguirán escuchando sin fin, todas esas canciones son colombianas?

(William Ospina, El Espectador) 

Tags: 


Viewing all articles
Browse latest Browse all 2356

Trending Articles