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Símbolos santandereanos que se esparcieron por el mundo

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Cuáles son los paisajes, los platos típicos, las canciones, los ritmos, las bebidas, los dulces, los dichos y los monumentos que hoy identifican a los santandereanos?.

Hormiga CulonaLa hormiga culona, por supuesto, está fuera de concurso, como también los Comuneros y el carácter que nos define. ¿A qué sabrá una hormiga culona cubierta de chocolate, o una colombina de menta rellena de hormigas, o una ensalada de lechuga fresca, pimentón rojo, palmitos y hormigas? ¿Cómo lucirán las cabezas de las hormigas culonas machos, convertidas en aretes, collares y pulseras?

La hormiga culona

Nuestra hormiga, la del abdomen extraordinariamente abultado, como si se hubiera propuesto hacer la más impactante campaña publicitaria, ya no sólo deleita el paladar de los santandereanos, que desde los Guanes la han preservado orgullosamente como un alimento muy particular de estas tierras andinas.

Por el contrario, ahora como viajera de primera clase, sale directamente de los alrededores del Cañón del Chicamocha, en pleno vuelo nupcial, a mercados, tiendas y restaurantes de Inglaterra, España, Alemania, Canadá y Estados Unidos.

Y, aunque en la tierra de los Lores, a miles de kilómetros de sus hormigueros, 50 hormigas culonas vale un poco más de siete libras esterlinas (33 mil pesos, en 2006), aquí, aún los campesinos pueden darse el lujo de salir a cazarlas cruzando la cerca de su finca, para luego tostarlas en tiestos de barro y fritarlas en manteca.

Bucaramanga también goza en justa medida de ese lujo, ya que una libra se puede conseguir a 25 mil pesos en la temporada del vuelo nupcial. Si sumamos al otro lado de la Tierra, esa misma libra valdría ¡un millón trescientos veinte mil pesos!.

En Vaupés y Amazonas es muy común comer gusanos blancos que viven en los troncos de la palma del Sagú; pero, sin lugar a dudas, los insectos más tradicionales en la cocina colombiana, son las hormigas culonas, ¡definitivamente fuera de concurso!.

Campesina SantandereanaCampesina Santandereana

De José Antonio Morales, el más grande compositor de música andina; su composición, ligada como ninguna otra a lugares, tiempos y espacios de Santander, es siempre una arma útil para las tardes de tedio.“Campesina Santandereana, eres mi flor de romero, por tu amor yo vivo loco, si no me besas, me muero”.

Padre de todos los bambucos con origen en el Socorro, municipio que en 1970 vio nacer este himno a la mujer, campesina santandereana.

El investigador histórico, Iván Malagón Plata, advierte que este himno no fue escrito, por el maestro Morales, a una mujer en particular; su letra se “refiere a la mujer del campo, humilde, trabajadora, que cuando baja el pueblo se poner bonita y muestra todos sus encantos”.

”Cuando bailas la guabina con tu camisón de olán, hay algo entre tu corpiño que tiembla como un volcán, es el volcán de sus senos al ritmo de tu cintura, campesina santandereana, sabor de fruta madura”.

Igual que el cóndor, que casi nadie ve, pero que todos sabemos que en algún lado vuela y es nuestro, este bambuco seguirá inmortal y solicitado en una que otra reunión, como le pasó al presidente Álvaro Uribe, el 22 de mayo de 2004, en su primer viaje a España, cuando pidió, con ahínco, al dueto de colombianos que amenizaban su desayuno, le tocaran la “Campesina Santandereana”-.

El majestuoso Cañón del Chicamocha

Convertido ahora en Parque Nacional ChicamochaEl golpe del viento sobre la cara y los pies aislados de la tierra, pasan a segundo plano cuando los ojos se fijan en el telón de piedra que se abre al frente. Casi falta el aire cuando se entiende la insignificancia del cuerpo inanimado frente a las majestuosas montañas que hace millones de años se quebraron para exhibir la belleza de su vientre, árido y agreste. El alto al vacío en el Cañón del Chicamocha no es sencillo.

Ese paisaje que por su belleza y carácter indomable algunos se atreven a comparar con el Cañón del Colorado, el más grande del mundo, se para de frente y alborota el espíritu. El paisaje que se deja ver desde los paraderos tradicionales no se parece mucho a ese cañón que devela grietas donde tal vez se escondieron algunos guanes evadiendo el hambre colonizadora o los bosques de árboles chaparros que disimulan a sus pies esa tierra infértil.

Las montañas cobrizas y agrestes ceden sus espacio a tupidos bosques de cardos verdes y el cañón se cierra poco a poco mostrando su fortaleza interior; y se ven las aguas del río Chicamocha que desde el aire se muestran afables, pero en realidad guardan corrientes fuertes y olas enormes que a los aventureros les permite remar con las mayor de las experiencias; los continuos movimientos que escupe el fondo del Cañón del Chicamocha son sólo unos pocos indicios de la herencia de los grandes movimientos que abrieron la tierra para mostrar ese pedazo que hace ya tiempo formó el carácter de los santandereanos.

El Parque Santander

Parque Santander en Bucaramanga, SantanderLos parques que abundan en la Capital de Santander son testigos de la vida diaria y escenario del día a día; en el Parque Santander, por ejemplo, muchos han conocido el amor, han aprendido sobre política, ha servido de orientador para la dirección de sus calles y carreras y muchos obtienen allí sus ingresos como lustrabotas, vendiendo libros o cualquier otra cosa de las que forman el diario rebusque.

Muchas veces el Parque Santander ha servido de escenario para los predicadores que intentan hacer del espacio una sinagoga, o para los mismos, que avergüenzan a quienes se atreven a pasar por su lado; hombres que con media libra de arroz intentan dar de comer a más de cien palomas, o adultos sentados en las bancas discutiendo sobre aspectos de la política, mientras miran pasar la vida.

En la ciudad hay parques para todos: para quienes deciden pasar una noche de bohemia, para las parejas que no encuentran un mejor plan para la tarde del domingo, para los grupos de la tercera edad que encuentran en un parque la tranquilidad necesaria para ejercitarse, para los jóvenes que llevan a sus mascotas a pasear, entre muchas otras dinámicas características de los parques contemporáneos.

El Parque Santander ha servido también como un lugar para la búsqueda de alternativas económicas, es así como en un mismo instante se pueden observar vendedores de chicharrón, lotería, tintos, helados, cigarrillos, periódicos y fotos, y el día que nadie pueda estar buscando la vida en este lugar, el parque dejará de ser Santander.

El bocadillo veleño

Nadie imaginaría que en Beijing, por los lados de la China asiática, alguien pudiera encontrar seis locales seguidos en donde el cliente, lo único que puede escoger para comprar es un singular dulce de guayaba, envuelto en hojas de plátano no se trata de cualquier dulce; en esos puntos de venta de la mítica Beijing, se vende el más delicioso de todos los manjares que haya llegado a esa tierra oriental: ¡el bocadillo veleño!.

Es tal el gusto que despiertan estas pastillas pequeñas de colores marrón oscuro, combinadas con tonalidades amarillentas, que los dueños de estos locales, procedentes de distintos países, decidieron bautizar sus negocios con la traducción de la marca de este producto a su idioma respetivo: es así, el local de los chinos se identifica con garabatos parecidos a la taquigrafía de otros tiempos, el de los griegos Eyynviká;el de los españoles, Pan dulce de molde; el de los gringos, un tanto mal traducido, se interpreta con este término: Colombian's sándwich; el de los franceses, lo titularon, Cosse-crooté; el sexto local, el que llaman el negocio original, se titula así: Bocadillo.

La particularidad es que el dulce que se vende en China, Grecia. España, Estados Unidos, Francia y, por supuesto en el local colombiano, es el bocadillo veleño. Por eso ahora, en una calle de Beijing, con relativa facilidad se encuentran seis locales seguidos donde se puede encontrar un dulce sabor colombiano, tan real como su dulce.

La Piña, “la más mimada entre las reinas”

Con el altísimo porte de realeza otorgado por una puntiaguda “corona” que siempre adorna su cabeza y los misceláneos ojos que cubren su cuerpo, la piña no es sólo la soberana de las frutas, sino también uno de los símbolos con el que los santandereanos identificamos nuestra raza.

Su fuerte aroma y la brillante combinación de los tonos verdes, amarillos y rojos se parece a los habitantes de Lebrija, donde se cultiva y se cuida como a una niña dulce y placentera.

Con el paso del tiempo la piña ha adquirido características propias de nuestra raza; los cultivos dan frutos saludables, grandes y de buena calidad, elementos suficientes para hacer quedar bien a Santander en cualquier parte a donde se lleve.

La piña tiene sus cosas buenas, como la resistencia a los cambios del clima, sin embargo, cuando se “consiente” y medio se descuida, se puede dañar, es muy “exigente” como todas las “niñas de la realeza consentidas”.

El mute, “plato típico del santandereano”

Toda señora bumanguesa que se respete debe aprender de niña la potestad de convertir el agua en un sazonado líquido hirviente que derrite gargantas y provoca, con el simple movimiento de una cuchara, sudor en los cuerpos.

Mute, sopa de hasta 20 carnes distintas, gran plato santandereano, no importa cómo se le invoque en el comedor, mientras su sabor permanezca vigente, engendrando en la sucesión interminable de recetas de las matronas sentenciadas a vivir con el jadeante fuego de la cocina.

El gran secreto es saber escoger las carnes y tener una buena sazón; sobreviviente al genocidio indígena de la conquista española, el mute sigue aferrado al correr de la historia sin dejarse dominar por su competidor, el sancocho, la pepitoria y el cabro. Vertido desde las mejores vajillas, hasta los calabazos más negros de barro, esta sopa tiene su principio en el remojo de garbanzos y maíz desde la víspera; crónicas coloniales hacen referencia al maíz como ingrediente principal en épocas aborígenes; se asegura que con la llegada de los españoles se le incorporan al mute productos como el repollo, macarrón, cebolla, cilantro y la berenjena, entre otros.

El cronista jesuita, Bernabé Cobo, en 1642, definió el mute “como un caldo con maíz cocido o tostado”, mientras que la cartagenera, Estrella de los Ríos, investigadora de la gastronomía santandereana, asegura que tal plato tiene su origen en un ilustre apellido:

“Se cree en Santander, que el nombre de la sopa, insignia de su región, lo recibió en honor a José Celestino Mutis (hermano de don Manuel Mutis, uno de los fundadores de Bucaramanga), cuyo apellido ancestral era Mut, que algunos pronunciaban “Mute”. No obstante, en voz quechua muti, significa maíz, curiosa casualidad esta del muti y Mutis, advierte la historiadora. “Reina de las sopas”, la llamó el poeta santandereano Aurelio Martínez Mutis, al explicar que “este plato se exalta con honores de cocina literaria, porque en ella están, desde el rayo de sol que hizo germinar el perejil y el culantro en la huerta, hasta el de sus scrofa dimesticus, como apellidó al marrano la historia natural”.

La guabina, “lamento que enamora”

Este lamento tuvo eco cuando las campesinos charaleñas, enamoradas de los veleños bailadores de torbellinos, se trasladaron a la tierra del bocadillo y empezaron a participar de los cantos de otras mujeres; se vestían de trajes de gala, con las faldas amplias, negras, sin mayores retoques, salían al centro de la plaza y allí con sus esposos, quienes tocaban el tiple, conmovían con su voz aquellos quejidos que se convertían en “guabinas”.

Lamentablemente, las cosas han cambiado, a los jóvenes de ahora poco les interesan los ritmos que identifican la región, sólo tocan los de afuera, lo que no es santandereano o veleño. “La guabina es la clave del ritmo que por generaciones se ha compuesto; es parecido al reggae y actualmente se ha escogido este ritmo porque es uno de los principales exponentes de la cultura de la región”, dicen los actuales compositores, sobre todo los integrantes del grupo Cabuya, que con su canción “Guabinaresca”, rinde homenaje a la Guabina:

Canta lo que no puedes decir/ grita lo que no puedes perder/ pierde lo que no sirve guardar/ guarda lo que te hace vivir/. Suelta lo que te puede amarrar/ amarra lo que se puede caer/ tu amigo, tu ñero, tu pana, tu llave, tu calidad/. Goza pegando fuerza con tu tribu, que tu tribu es tu único patrimonio natural, tu herencia, tu naturaleza, molesabor, sabor a maleza…”

Es un intento interesante de estos muchachos, pero gusta mas cuando el tiple es el instrumento que comanda el ritmo musical, que gusta oír aquella música de antaño que a veces canta mientras se prepara el almuerzo, mientras se lava, o se aplancha o, simplemente, cuando sentados en alguna silla vieja recordamos los tiempos propios de la guabina.

“Hipinto”, una nona kola, pero “regüena”

Mar adentro, en la Isla Palma, rodeado de agua hasta la imaginación, un turista santandereano se encontraba frente a un buffet curioseando las diferentes viandas allí exhibidas; su cuestión tenía validez, pues esa unión de manteles policromos contenían mil manjares provenientes del mar, aderezados por un pomposo chef de gorro blanco engominado; llegó al sector de bebidas y con el ímpetu santandereano le dijo a un barman, que agotado preparaba a “cinco manos” cocos, bananas, margaritas y piñas coladas:

— Señor, ¿será que por aquí encuentro una “Kolita Hipinto?”.

Ese moreno, lleno de mambo y reggae hasta el cuello, frunció el ceño y le dijo:

— “Kola queee..?”.

Pero si el turista se atrevió a pedirla en la yema del mar, ¿por qué no meterse un viaje de tres horas en avión y otros 45 minutos en auto para buscarla en La Florida, Estados Unidos?.

Ojeaban los años 80, cuando un experimentado piloto (santandereano) de American Eagle, con otros santandereanos visitaban La Florida y sólo tenían como horizonte el Restaurante Bohíos, ubicado en Kendall, al sur de Miami; no acaban de entrar, cuando al unísono gritaban:

— ”Arepa y Kola Hipinto”.

Ese paseo involucraba US$2.000, es decir, que al cambio de hoy (2006), había que tener en el bolsillo $4.600.000 para dejar chorrear por la garganta la bebida que desde infantes se antojaban en el recreo, en el Colegio San Pedro, en Bucaramanga.

Lo que no saben es la que “la Roja”, como se llamó en los inicios, tiene un dulce sabor a bienaventuranza y es parte de la génesis de los santandereanos, al punto que puede calmar esa sed que se siente cuando el guaro ha hecho su oficio en los anocheceres de la capital.

La Kola Hipinto, que lleva más de 80 años endulzando la vida de los santandereanos, tiene asiento en la cédula de los arrechos y embejucados nacidos por estas lomas.

Es más, fue el tetero de muchos “bingos” y por eso, “hijuemadre, como se quiere”.

Monumento al Libertador

Suenan los estruendos, los tanques de la Policía se ubican en la carrera 27, muy cerca de la calle 10, mientras que los jóvenes y estudiantes, la mayoría de la UIS, siguen arengando contra decisiones gubernamentales, administrativas o ideológicas; cientos de piedras surcan los aires, las bombas de gases contestan, “señores, comenzó el zarafarrancho”.

De repente, el testigo más alto y aparentemente más fuerte de la confrontación toma partido; un par de jóvenes ya lo han vestido para la ocasión: Simón Bolívar ha sido encapuchado en la rotonda que lo aloja.

El máximo Libertador de América, firmen en el lomo de su caballo, mira hacia el sur de la ciudad a través de la abertura que a la altura de los ojos le deja la camiseta sobre su cabeza: de la estatua ecuestre de Bolívar regresa el prócer para seguir haciendo historia.

“Esta operación se repite cada vez que hay refriega con la Policía y significa que Bolívar aún está en pie de lucha y que toma partido en la contienda, está de nuestro lado”, describe un estudiante de la UIS.

El estudiante recalca que la cara tapada del Libertador encarna, no sólo la lucha que tuvo que dar en sus tiempos mozos, sino la que libran algunos jóvenes para mejorar, a su estilo, el sistema de vida en Colombia.

La estatua ecuestre de don Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, de casi dos metros, donada en 1961, por el Gobierno venezolano, se encuentra en la terminación norte de la carrera 27, seguirá allí, con su frente en alto, las manos sosteniendo la espada y el galope imponente de su corcel; la esfinge es de un antagonista del General Santander, y, para completar, se conoce más por el segundo nombre (el caballo), donde la prioridad es el animal y no el prócer.

“Bolívar vive para muchos santandereanos que reconocen su gesta; además, este monumento es punto de referencia para la UIS y es uno de los sitios que más identidad genera, porque “Bolívar vive en el corazón de los santandereanos”.

Cuando de conversar se trata, “díiigame

El cura “Rafita” de Charalá existió y muchos dan crédito a lo que de boca en boca se ha ido trasmitiendo sobre este párroco chancero, aficionado al turmequé. Esa historia del cura que explica muy bien lo que para el santandereanos significa la expresión ¡Díiigame!, dicho así, alargando intencionalmente la primera sílaba, y que cuentan los que ya tienen más de cincuenta décadas encima y con mayor precisión, aquellos que son al mismo tiempo humoristas y poetas, es verídica.

La historia se nacionalizó cuando el famoso Pacheco invitó a Pedro Nel Martínez “Surrucuca” y al escritor, Pedro Gómez Valderrama, a un programa sobre terminología regional colombiana.

Ellos representaban a Santander y “Surrucuca”, acomodando un poco la historia del cura “Rafita”, para hacerle un homenaje, no sólo al ¡Díiigame!, sino también al ¡Toca!, otra exclamación característica del habla santandereana, decía lo siguiente:

“En Charalá había un cura “el padre Rafita”, que era chancero y jugaba tejo; un día llegaron Jeremías Martínez y su novia a la iglesia donde oficiaba el cura, para conversar con él, porque se iban a casar; el cura le pregunta

-”Bueno Jeremías, ¿está dispuesto a remacharse de por vida?.

Jeremías responde, ¡Díiigame, padrecito!;

y dirigiéndose a la novia, le preguntó:

-“Usted, cómo es que se llama?; la novia responde,

-“Virginia Méndez”; el cura remata,

-Será Ginia, porque lo demás…., quien sabe...

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