Autor: Jorge Eliécer Toledo
Recuerdo esa tarde, una tarde cálida pero que poco a poco se iba volviendo más y más calurosa, ese era el día perfecto, era ese día, o tal vez nunca más hubiera tenido esa grata experiencia.
Ella estaba tranquila, estaba sobre la mesa esperando a que yo empezará a actuar, pero para mí no era fácil, la primera vez no es fácil para nadie, así que lo primero que hice fue analizarla, la miraba fijamente, detalle cada centímetro de ella, centímetro a centímetro la fui explorando con mi mirada.
Luego empecé a tocarla, lentamente y con mucha precaución seguí tocándola poco a poco, cada parte de su cuerpo, tenía mucho cuidado de no pasar como un idiota así que me tome seguridad y empecé a sujetarla con fuerza.
Ella estaba caliente, muy caliente, parecía mentira su calentura pero yo no me apacigüe, yo seguí, ya estaba ahí, había empezado y no pensaba parar. Iban pasando los segundos y cada vez se ponía más y más caliente, y conmigo iba aumentando las ganas de empezar de una vez por toda la acción.
Así que me decidí después de tanta tocadera, la cogí suavemente y empecé a realizarle movimientos, tengo que confesar, al principio fueron movimientos toscos y sin coordinación, mi inexperiencia me estaba jugando una mala pasada, pero poco a poco le fui cogiendo el hilo al asunto y ya fue más natural.
Duramos varios minutos, yo controlaba cada movimiento, arriba, abajo, a un lado o al otro, todo lo decidía yo. Pero esos minutos se fueron transformando en cansancio, y fui disminuyendo el ritmo poco a poco, pero ya la tarea estaba hecha.
Parece increíble que tan solo unos minutos hayan logrado que en esa tarde calurosa empezarán a bajar gotas de sudor por mi frente, pero valió la pena, si la volví a ver pero nunca más lo volvimos a hacer, fue algo extraordinario no puedo negarlo, pero a fin de cuentas todo debe terminar y así fue la primera vez que planché una camisa.
PD: No se moleste si sintió que perdió su tiempo, de igual manera leer es bueno para la salud.