Tres leguas más adelante del El Valle, se opone al Charalá un nudo de serranías, llamado Alto de Palo Blanco, que le hace variar de repente su curso, echándolo para el oriente.
En el vértice de esta violenta inflexión, sobre la margen derecha, se halla la villa de San Gil, la cual impone al río su nombre, que conserva hasta desaguar cuatro leguas y media más allá, en el Saravita (Suárez).
”Por los años de 1620, refiere Oviedo, varios españoles, tomando indios de Guane, poblaron San Gil, bien que hasta 1690 no se halló fundamento para concederle el título de parroquia”. “Son sus vecinos, añade el mismo escritor, gente honrada y dócil, dado que afectan demasiada nobleza, por sólo haber sus antepasados formado el pueblo”.
En 1761 se le computaban, entre feligreses y neófitos, cerca de 2.000 vecinos, recomendados por sus buenas costumbres y absoluta consagración al trabajo, no había escuela ni establecimiento público; han transcurrido 90 años y San Gil, villa cabecera de cantón, cuenta en su recinto 7.000 habitantes, un hermoso y bien manejado hospital de caridad, escuelas suficientes y bien dotadas, como también un colegio para 118 estudiantes, entre ellos, 25 internos.
San Gil, situado en una estrecha vega ribereña del río, a 1.100 metros de altura sobre el nivel del mar, y temperatura promedio de 23· centígrados; el caserío se halla en parte asentado sobre el plano de la vega, y en parte sobre la pendiente ladera del cerro próximo, que a considerable altura forma una explanada en que se alza el edificio del hospital rodeado de casitas de pobre apariencia; entre las gentes pobres no se ven trajes sucios ni los harapos miserables tan comunes en las poblaciones de la cordillera, sino cierta pulcritud y preferencia por los vestidos ligeros en armonía con el clima, con frecuencia bastante caluroso.
Hay razonable número de familias acomodadas, de distinguido y amable trato, donde el forastero encuentra el solaz de muy agradables tertulias que se tienen de noche, en bulliciosas reuniones de noche al fresco de las puertas; iglesia sencilla con adornos en punto de sencillez y buen gusto; en el estudio de esta linda y hermosa ciudad alcancé la fiesta del Corpus, en que accidentalmente funcionaba el respetable y liberal obispo de Antioquia, Dr. Gómez Plata; los campesinos de las cercanías se encargaron de levantar en torno de la plaza cuatro filas de arcos de palmas y flores que alegraban notablemente la carrera de la procesión, y en cada bocacalle se plantó el altar acostumbrado en que, según las reglas de la majadería y la estupidez, brillaban los espejos y cuadros profanos al lado de santos más o menos afligidos, así como no faltaron ventanas que en lugar de cortinajes ostentaban pañolones, como si en lugar de un situación religiosa se encontraba el pueblo en un festín carnavalesco.
En el distrito de San Gil se cuentan 12.000 habitantes, familias de agricultores blancos, cuyas mejillas llevan impreso el colorido europeo y los robustos y aventajados cuerpos manifiestan la salud de que gozan estos afortunados hijos del campo.
Lleva San Gil, entre los socorranos, la fama de un pueblo aristócrata y egoísta, que se atribuye a las tontas rivalidades que bajo el régimen colonial hervían de lugar a lugar, fomentada por la ociosidad, que a falta de ocuparse en cosas sustanciales, tomaban a pecho las rencillas y celos pueriles; “los vecinos de San Gil afectan demasiada nobleza”, decía Oviedo de los antiguos sangileños, y sus nietos han heredado la fama de esta absurda sociedad, aunque ya no tengan la ridiculez de querer parecer más que los demás; los demás de la provincia no pueden ver con buenos ojos el desnivel que se nota entre la riqueza de varios vecinos de San Gil y la pobreza relativa de los gremios laboriosos, que no se componen de pequeños propietarios independientes de la autoridad inmediata de los que llaman ricos; los sangileños acomodados tienen el buen juicio de emplear su influjo en el mejoramiento moral y material del cantón, como lo demuestran el estado próspero de las rentas públicas y los establecimientos de instrucción y beneficencia que cuidan y sostienen con esmero para el provecho común; tienen también una predilección decidida por la localidad en que han nacido, y de aquí proviene el calificativo de egoístas, que lejos de ser un defecto, es una valiosa cualidad porque en lugar de envidiar los pueblos vecinos, cuidan de sus propios recursos para concentrarlos en su territorio y no mendigar de los gobiernos vecinos los medios de subsistencia. Por lo tanto, los hombres ricos de San Gil usan, pero no abusan, de su poder doméstico, empleándolo en bien efectivo para su comunidad.
De la villa de San Gil parten, en todas direcciones, caminos que ramificados más adelante enlazan a los sangileños con los ocho pueblos cabezas de distrito contenidos en el cantón, y con los limítrofes de Charalá, Socorro, Barichara, Piedecuesta, Málaga, Soatá y Santa Rosa; de manera que, tanto por la posición que ocupa, como por sus propios recursos la villa tiene asegurado un progreso natural, sólido y de aumento permanente, puesto que en el genio de sus moradores predomina la inquietud industrial, característica de los socorranos, germen visible de la futura grandeza de aquella provincia.