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El traje nuevo del emperador

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Autor: Andrés Forero

Lo único que ha quedado claro después de dos años de diálogos en Cuba es que Colombia, que estaba ganando la guerra, hoy está perdiendo la paz.

Caricatura de OsunaSin embargo, hay que recordarle al Gobierno y a los Guardianes de la Paz que no se debe enjalmar antes de traer las bestias, ni vender la piel del tigre antes de cazarlo. Es de no creer. Un Gobierno que representa a más de 45 millones de ciudadanos discutiendo de igual a igual con un puñado de terroristas.

El marco de las conversaciones es igualmente inverosímil: se realizan en la isla que alberga a la dictadura más antigua del hemisferio occidental y tienen como garante a un Gobierno que ha perseguido implacablemente a sus opositores políticos.

Nada bueno cabe esperar de semejante negociación, y hasta ahora, a pesar de las fantasiosas apologías de los Guardianes de la Paz, nada bueno ha producido; lo único que ha quedado claro después de dos años de diálogos en Cuba es que Colombia, que estaba ganando la guerra, hoy está perdiendo la paz.

El Gobierno y los medios de comunicación han querido venderle al país y al mundo la fábula de que la paz está más cerca que nunca, que la concordia y la prosperidad están al alcance de la mano.

Haciendo gala del adanismo que lo caracteriza, Juan Manuel Santos ha dicho que “hemos avanzado como nunca antes en las negociaciones de paz”, y ya está montando a Colombia en el cuento del “post-conflicto” cuando los fusiles no se han silenciado y todavía retumban los ecos de las bombas. 

Sin embargo, hay que recordarle al Gobierno y a los Guardianes de la Paz que no se debe enjalmar antes de traer las bestias, ni vender la piel del tigre antes de cazarlo. Y es que desde el inició de las conversaciones las FARC no han dado muestras reales de paz.

Por el contrario han sido tantos los desaires al sincero deseo de paz de los colombianos que es difícil llevar la cuenta: el asesinato de una niña de dos años en Miranda, Cauca; los ataques contra la infraestructura vial y petrolera; el asesinato de policías y militares con tiros de gracia; los continuos derrames de crudo en la selva, y un largo etcétera que los medios de comunicación han querido minimizar para evitar la desacreditación del proceso.

Cada vez que alguien se atreve a mostrar las más leve señal de indignación ante estos hechos atroces los Guardianes de la Paz salen en gavilla a decir que la “paz se hace con el enemigo”, que “la paz es mejor que la guerra” o que “estamos negociando en medio del conflicto”, creyendo que con esas frases manidas ya lo han dicho todo.

Asimismo, si acaso alguien osa recordarle al Presidente que al iniciar las conversaciones expresó a los cuatro vientos que el proceso iba a ser una cosa de meses, inmediatamente es anatematizado como “enemigo de la paz” y le caen encima toda clase de improperios.

Nadie puede salirse del rebaño, todos debemos ceñirnos al libreto de Palacio, y ¡hay de aquel, que como en el cuento infantil, se atreva a decir que el presidente tiene sus vergüenzas al aire! 

Todos los colombianos anhelamos la paz. Es falso que quienes nos oponemos a la forma en que este gobierno ha adelantado las conversaciones con la guerrilla seamos “amigos de la guerra” y estemos interesados en perpetuar la violencia.

Ocurre que aspiramos a una paz real y duradera y no a una paz de papel que fundada sobre la injusticia y la mentira sea incapaz de resistir el resplandor de la verdad. Don Miguel de Unamuno, con la radicalidad y la contundencia propias de su raza llegó a formular esta máxima diamantina: “verdad antes que paz”.

Y aunque no nos atrevemos a decir si el ilustre rector salmantino tenía o no razón, si estamos convencidos de que la paz no se puede hallar fuera de la verdad.

 

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