Corría 1653 y el hermano Pedro de San José Bethancourt se afanaba en fundar el Hospital de Convalecientes y el Convento de Betlemitas. Un día le regalaron un mulo, que desde entonces fue llamado “Hermano Mulo”.
El 25 de abril de 1667, murió el Hermano Pedro. A su entierro asistieron desde el obispo Payo Enríquez de Rivera y hasta el “Hermano Mulo”, quien iba tras la fúnebre comitiva, agobiado por un hondo pesar.
Ante el dilema de que el Hermano Mulo quedaba sin dueño y había prestado gran ayuda a los hermanos de la orden, éstos le otorgaron el beneficio de su jubilación. Desde entonces, más respetado que el Bucéfalo de Alejandro y que el Rocinante de Don Quijote, no hubo mulo en el mundo que llevase una vida más cómoda hasta su muerte.
Y no se crea que su fama se extinguió con su muerte; al contrario, fue creciendo hasta el punto de que los padres don Manuel Lobo y don José García le dedicaron un capitulo en la historia de la religión de Betlén. ¡Dicho mulo!.
Tomado de Almanaque Mundial, 1989