Moisés Pineda Salazar
Especialista en Sociedades y Culturas del Caribe - Barranquilla, Colombia
"Soñar no cuesta nada, no soñar nos está costando mucho" (Juan Manuel Santos).
Esto decía el entonces Ministro Santos en los inicios de este Siglo, analizando lo que implicaría para la Ciudad de Bogotá, el no haber planeado en forma correcta, atendiendo las verdaderas necesidades el Sistema de Transporte Masivo. Censuraba el haberse dejado "atrapar la ciudad" por las "limitaciones".
De esta manera, lo que se organizó como TRANSMILENIO, no es sino el reflejo de las "estrecheces" mentales, producto de lo que Harvey Cox llama: DÉFICIT DE PENSAMIENTO UTOPICO. Vale la pena analizar el tema para distinguir entre la fantasía y la propesctiva. Si el futuro sigue siendo para nosotros "una proyección mejorada del presente", NUNCA, jamás llegaremos a alguna parte que valga la pena.
Transcribo el siguiente artículo por considerar que es de mucha utilidad para estas reflexiones:
LA URGENCIA DE LA FANTASÍA
Autor: Francisco Cajiao.[1]
Hace ya algunos años, cuando era estudiante de filosofía, descubrí “Las fiestas de locos”, un libro de Harvey Cox que me ha acompañado a lo largo del tiempo y que ha dado luces sobre los temas más diversos.
Como educador y maestro siempre tuve delante la trágica imagen de niños que muy precozmente perdían su capacidad de fantasear porque el producto de sus fantasías no cabía nunca en los currículos y en los logros que debían obtener para aprobar los cursos y materias.
Por esos días en que pretendía divertirme con mis alumnos antes que enseñarle cosas que no les interesaban, me cayó en las manos “La Gramática de la fantasía” de Gianni Rodari, y logramos inventar juegos y cuentos extraordinarios.
Pero esos niños difícilmente lograban inventar un tipo de escuela diferente, y luego de sesiones fascinantes pasaban a esas otras clases serias en las cuales todos debían contestar correctamente una enorme cantidad de preguntas que los habilitaban para aprobar grados y un día ser distinguidos y dóciles bachilleres.
Después, cuando inicié otras actividades de gran responsabilidad en la administración pública o en el mundo universitario, constaté de nuevo que el peor problema de nuestra sociedad era la falta de imaginación para ir más allá de lo posible, sin atender las lecciones de quienes se habían ocupado por siglos de la ciencia y la tecnología.
Es evidente que solo una fantasía desbordada, vigente desde los creadores de mitos de la antigüedad, era la clave para haber desafiado la fuerza de la gravedad y lanzar a la humanidad a la aventura de volar y salir de la atmósfera terrestre, más allá de sus límites y posibilidades.
“La capacidad de fantasear- dice el maestro de la ciencia ficción Ray Bradbury- es la capacidad de supervivencia.” Hoy, incluso el técnico más obsesionado por los datos fácticos reconoce que lo ordinario es que no sean los trabajadores incansables y minuciosos, sino los soñadores quienes abren nuevos caminos a la investigación.
Albert Camus ve la imaginación sin trabas como una manera de “combatir la realidad” y crear historia. Es parte de lo que él llama la “rebeldía metafísica”.
Para superar las trabas que la realidad nos impone en el mundo social no hay más remedio que activar la capacidad de crear fantasías colectivas. Pero en este campo, el déficit es notable.
Dice Cox que “en el pasado floreció un cierto tipo de fantasía política como el que hoy llamamos pensamiento utópico. Pero algo le ha ocurrido a este tradicional modo de pensar. Ha ido declinando durante dos siglos y, en la actualidad, nuestra sociedad ha perdido casi por completo su capacidad de fantasía. Nuestras imágenes del futuro suelen ser prolongaciones del presente. Nuestra imaginación social se ha atrofiado
De modo distinto a las generaciones pasadas, cuya visión de la sociedad excedía a los medios con los que contaban para llevarla a cabo, nosotros sufrimos un superavit de medios y un déficit de imaginación. En este sentido, hemos perdido la capacidad de fantasear y no podemos evadirnos del presente.”
Durante los últimos diez años hemos visto con angustia los palos de ciego que se han dado en el sistema educativo promoviendo reforma tras reforma, cambios de lenguaje, estudios de eficiencia... y los resultados parecen cada vez más distantes de los propósitos.
También he constatado en carne propia el enorme escepticismo que produce en los técnicos que dirigen el sistema cualquier idea que se salga de la pesada fuerza de gravedad que impide explorar otros horizontes que den valor al poder de la imaginación.
Tenemos, como dice Cox, abundancia de medios, pero aún no hemos hallado la fórmula para superar el déficit de imaginación.
[1]“El Tiempo” . Martes 11 de Marzo de 2003. Pág. 1-12.