Autor: Fernando Rueda Pinilla
CAMINANDO Y SIRVIENDO, ENCONTRÓ EL CAMINO AL CIELO, es el epitafio con el que los HERMANOS RUEDA PINILLA quisimos describir a profundidad a nuestra tía Cecilia.
Al levantar la vista en este templo y encontrarlo lleno de familiares, amigos, caminantes y conocidos de la Tía Cecilia, nos lo confirman y es la mejor manera de demostrarle a ella y a sus deudos cuánto la queríamos, cuánto la vamos a extrañar y cuánta falta nos va a hacer.
En su juventud, hizo del trabajo un altar y moldeó la piedra angular para edificar su vida, no solo como mujer, como esposa y como madre, sino como una profesional en el manejo de la contabilidad, bajo principios morales de honradez, dedicación y lealtad que enalteció y dejó muy en alto la condición de mujer chucureña.
Recuerdo pasar por la oficina de Don Alejandro Sarmiento en San Vicente, a altas horas de la noche y escuchar el tintineo de la máquina de escribir. Es importante recordarle a las jóvenes que en ese tiempo no existía los computadores -construyendo renglón por renglón, cuentas y cuentas, sumas y restas, cuando todo había que hacerlo con el cuidado y la exactitud que no permitía un error ni un tachón, con tal precisión que quienes confiaban el manejo de la declaración de renta, no dudaban en firmarla y llevarla a la oficina de la Administración de Impuestos Nacionales donde Ernestina Rueda de Quintero y Gustavo Rodríguez Blanco, las recibían con la seguridad que todo estaba bien hecho y que no existía ningún error, ni ninguna mácula en esas declaraciones porque detrás de ello estaba la tía Cecilia.
Llega a San Vicente un Pidecuestano a trabajar en el Colegio Camilo Torres y ese profesor Ramiro Vargas Grass, supo conquistar el corazón de esa hermosa mujer que con un caminar elegante, una sonrisa permanente y unos rizos en su cabello la hacían descollar entre todas las bellas mujeres de San Vicente.
Ramiro siguió a Pitágoras cuando dijo “Escoge a una mujer de la cual puedas decir: hubiera podido escogerla más bella, pero no mejor”.
Muchos chucureños que trasladaron sus operaciones comerciales a Bucaramanga, entre ellos don Marcos y Pablo Emilio Serrano, Francisco Serrano y Don Roberto Gómez Serrano, conociendo a la tía Cecilia, le propusieron que ella fuese la celosa vigilante de todas sus cuentas y que cuidara los centavos que le entregaban.
Estas personas confiaban en la limpieza de su espíritu y de su alma y como si fuese una caja fuerte donde había solo una clave que únicamente ella conocía, hicieron de su oficina el lugar donde se desarrollaba a su alrededor todos sus movimientos contables y comerciales, pero a la vez, el lugar en donde, con el respeto debido fueron atendidos con profesionalismo, honradez, dedicación , lealtad y sobretodo una de las mayores cualidades de la tía Cecilia, la prudencia.
Anoche en el velorio una amiga me decía:
“La recuerdo como mi amiga, como mi confidente, como mi contadora, la que me cuidaba todos mis “chivitos” como coloquialmente en Santander llamamos los pesitos y especialmente como la persona que sabía entendernos a todos y donde con un amor sincero y leal y una amistad sin límites, siempre había una frase cariñosa, llena de prudencia y dispuesta a dar todo de sí para buscar una solución y un consejo oportuno. Mi alma, mi corazón y todo mi ser, se ha roto en mil pedazos, porque una persona como Cecilia es muy difícil encontrar”
Y tenía razón su amiga, porque además de las confidencias comerciales y tributarias, muchos fueron los dineros y las cuentas que le fueron entregados y confiados y que manejó con tal cuidado y probidad que nunca existió ningún reclamo.
Esos caudales en su poder crecían y se multiplicaban porque ella sabía darles el destino necesario y siempre disponía del tiempo para hacer las gestiones en búsqueda de un rendimiento en beneficio de quienes se los confiaban.
Mi mamá Elisa y la tía Cecilia fueron el centro y guía de su familia; nada se hacía sin su consentimiento y supieron dirigirla con la vara y el cayado del buen pastor y dieron su vida por sus ovejas sin esperar nada a cambio. Todo lo hacían señalando e indicando el camino más correcto porque así fueron sus vidas, llenas de amor incondicional por los suyos.
Fue la casa de la tía Cecilia el lugar donde sus hermanas y sus sobrinos mayores, siempre fuimos recibidos, atendidos y cuidados; donde aprendimos hasta a hacer mandados; donde pasamos los pos–operatorios y ella con un amor insuperable nos protegía.
Fue su casa el lugar donde con la complicidad y devoción de Ramiro y de sus hijos cuando eran niños, pasaron sus últimos días de vida Doña Amelia y Edelmira y qué no decir de los cuidados a sus tíos Ana Rosa, Limbania y José Manuel y a su mamá Margarita y su Papá Luis Jesús .
Por esos sus hijos, sus hermanos, sus sobrinos, sus amigos todos se volcaron en estos momentos de su enfermedad, para atenderla con dedicación y buscar que ella pasara estos días tan amargos, dolorosos y tristes de la mejor manera posible, devolviéndole, seguramente en pequeñas dosis de ternura, todas esas atenciones que hizo con sus allegados.
Dentro de todas las cosas que ella hacía, había tiempo para todo. Si el Papa Francisco hubiese conocido a la Tía Cecilia se hubiese adelantado a desaparecer de los pecados capitales LA PEREZA, porque en ella nunca hubo ese pecado. Al contrario, era todo un roble, una mujer de una energía y dinamismo sin límites, que además de su trabajo, su dedicación como madre, como esposa y como amiga le alcanzada el tiempo para contemplar los campos, veredas, senderos y caminos, no solo de Santander, sino de muchos otros lugares y como buena amante de las caminatas, recorrió los caminos de Santiago de Compostela, capital de la Comunidad autónoma de Galicia en España, para llegar triunfante a presenciar el botafumeiro en la Iglesia donde se rinde culto al Santo Patrono y orar por todo los suyos, cumpliendo la promesa de hincarse a los pies del Santo y ganar las santas indulgencias plenarias que hoy la llevan a la presencia de Dios, con la convicción y seguridad del deber cumplido y con sus manos llenas de bendiciones y de gracias a entregarse al regazo de su Dios y Señor .
La convivencia con los caminantes y el camino, se convirtieron en algo mágico para la tía Cecilia. Esa comunidad entre la energía y el gusto por interactuar con los demás, invitaban a compartir muchas cosas que no solo hacían agradable el contacto con la naturaleza sino que hizo de la vida del caminante una forma de vivirla, de disfrutar del contacto con el aire puro y de caminar, y caminar sin cansancio al extremo que una de las cosas que más la entristeció, fue no poder volver a disfrutar de esos caminatas.
Su última salida a disfrutar de la naturaleza y como un premonición de la poca vida que le quedaba fue ir a ver el llenado de la represa de Hidrosogamoso y contemplar la inmensidad de ese espejo de agua para llevar en su memoria los caminos, senderos y fincas que hoy serán el albergue de nuestra represa.
Por ello los caminos de Santander y de muchos paisajes de Colombia, deben estar llorando lágrimas de tristeza porque una caminante como ella es muy difícil volver a encontrar.
Los ancianos de San Vicente y el costurero chucureño han perdido a una gran benefactora, que no solo los apoyaba económicamente, sino que sabía llegar a donde muchos benefactores, para pedir la ayuda y el socorro y siempre hubo esa mano amiga que por su conducto ayudaban a esos centros donde solo existe amor por quienes los dirigen y para quien allí viven, y que necesitan de la ayuda que el Estado no les da .
La vimos muchas veces, sabiendo que lo que hacía iba dirigido a los más necesitados, con una urna de madera pidiendo la contribución en las misas. Por eso hoy esa urna pasó por las bancas de esta Capilla para que todos depositáramos allí una moneda para aquellos a quienes Cecilia siempre quiso y los apoyó y ese debió ser el mejor reconociendo a su bondadosa labor por que extendió su mano generosa, sin mezquindades e incondicional a quienes necesitan su ayuda.
Y qué no decir de su religiosidad, de su devoción por la Virgen María; de ser la primera en rezar el santo rosario, de su novena de aguinaldos, de no faltar a su misa semanal y a su comunión permanente.
Las familias Zapatocas y Chucureñas recibieron siempre su abrazo de amiga sincera, un beso fraterno y cariñoso de apoyo moral cuando un ser querido fallecía. Siempre fue de las primeras en socorrer a quien estaba pasando por ese trance y trago amargo que hoy estamos pasando y es el fruto de su amor por los demás el acompañamiento que hoy reciben Ramiro, Olga Cecilia, Oscar Ramiro, Claudia Marcela y sus hermanas y hermanos
Estoy seguro que el miércoles cuando estaba en sus últimos momentos de vida, debió de decirle a Dios: “Esta Noche cenaremos juntos, no tardes tanto que la vida pura, no tiene tiempo y partirá a la seis” - (una) y Dios le dijo:” no te preocupes Cecilia, la mesa estará puesta, con flores y mantel blanco y en la puerta el barullo de todos tus seres queridos, de tu hermana Elisa, de Gilberto, de tus Padres Luis Jesús y Margarita, Doña Amelia y Edelmira, tus tías, Héctor, Mario, Ernestina y todos tus demás familiares y amigos que acompañaste y apoyaste en otros momentos, te estarán recibiendo en el lugar donde llegan los justos; cenarán contigo porque tu vida fue ejemplo de servicio, de entrega a los más necesitados, porque tú fuiste la sonrisa que yo quise que dieras a quienes tanto ayudaste y porque me amaste incondicionalmente, yo quiero que esta noche cenemos juntos”.
ADIÓS MI CAPITANA.