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La ciudad de piedra o la pelea contra el tiempo

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“Sé que llevo una consentida piedra en el zapato del alma, y por ello me gustan las piedras, mientras más grandes, mejor, y si tienen personalidad, todavía más. Ello ocurre con las rocas de Ciudad de Piedra del Guaviare, las más bellas piedras de Colombia”

“Alguna secreta connivencia albergo en mi alma con las piedras, las que todos pisan, las que otros lanzan, las que llevamos consentida en el zapato del alma; y por ello me gustan las piedras, mientras más grandes, mejor y si tienen personalidad, todavía más. Ello ocurre con las rocas de “Ciudad de Piedra” del Guaviare, las más bellas piedras de Colombia, sembradas en la tierra. Las del río se encuentran en el Parque Nacional Tuparro, en la confluencia de los ríos Tuparro y Orinoco.

La vida de los seres humanos es un retorno, un eterno retorno y a ello estamos condenados; a media hora de San José del Guaviare se encuentran los santuarios, no hay nubes, el sol se ensaña descarado sobre sus dominios: calores intensos, fríos glaciales, aguaceros torrenciales. Ésta es la primera condición de los aventureros puros, “cuando llueve, guarécete bajo la nube”, decía Jack Kerouac; los visitantes llegan primero a “Ciudad Perdida”: en medio de las sabanas se levantan bloques de rocas separados por avenidas cubiertas de pasto.

El viajero juraría que se trata de una ciudad construida por alguien, posiblemente por extraterrestres. Los bloques de roca son cuadrados, como las manzanas de las ciudades y las calles o avenidas, perpendiculares. La avenida central, incluso, tiene separador. La razón, la lógica y elementales conocimientos científicos, más exactamente geológicos, desbaratan el encanto. NO, se trata de un fenómeno natural. Aquí debió haber un mar y las aguas, el viento, la erosión, pero sobretodo el tiempo, el tiempo que todo lo puede, todo lo logra y todo lo acaba, hicieron el resto. Se deambula varias horas a pleno sol imaginando los diversos elementos de una gran ciudad con los ángulos y rincones adecuados.

Más adelante, a dos kilómetros, se encuentra la gran “Ciudad de Piedra”: desde aquí se pueden contemplar perfectamente las estrellas y oír los ruidos de la noche: insectos, pájaros, algunos chillidos raros y de vez en cuando, claramente distinguibles, gruñidos de tigrillos. La noche, la soledad y las rocas son un hervidero de vida vegetal y animal, y allí, se puede ser testigo del milagro de la vida en su pureza original.

“Ciudad de Piedra” es una sabana erizada de rocas de todos los tamaños, hasta de 10 metros, y de las más extrañas y alocadas formas: unas parecen monstruos; otras, pesadillas petrificadas; otras, creaciones de febricitantes escultores surrealistas. Todas parecen algo maravilloso y ninguna se parece a otra, y sentados sobre esas rocas milenarias, se puede mirar el sol hundiéndose en sangrientas luchas contra las nubes siniestras y fantasmagóricas. Hay una roca especial que lucha por sostenerse en el pedestal haciendo alarde de increíbles equilibrios contra la gravedad, y en su punta crece una hermosa orquídea agarrada a la roca, chupándole la escasa humedad y sobreviviendo sobre las algas.

Cuando el sol aprieta el calor es insoportable, pero las cosas sagradas de la naturaleza, ni el más despiadado verano seca un riachuelo que corre a la sombra de un bosque que parte la sabana en dos, formando una poceta cuadrada de metro y medio de profundidad y tres de lado y donde el turista puede calmar el ardor del verano. Toda esa región está sembrada de piedras, que alternan con el bosque; hay una en especial, la Puerta de Orión, que puede ser la más bella piedra de Colombia: según se la mire, parece un dinosaurio montado sobre una plataforma, y aquí los ruidos nocturnos son más escasos, se diría selectivos.

Aquí hay inmensos túneles que aprovechan los nativos de estas zonas; más adelante, se encuentran los Puentes Naturales y de nuevo se puede meditar en la lucha de la fría razón con la imaginación, porque estos puentes no fueron hechos por ingenieros, sino por la madre naturaleza y han subsistido firmes en el paso del tiempo; saliendo a la carretera central se llega a Villavicencio, con las piedras grabadas en el corazón, porque ellas son la más elegante revancha del hombre frente al tiempo, que es el peor de los verdugos; se recuerda entonces a los egipcios cuando dicen: “El hombre teme al tiempo y el tiempo teme a las pirámides”, y nosotros pensamos, ¿las pirámides son piedras, no?.

(Andrés Hurtado Garcia)

 

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