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La cultura de la incultura

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Autor: Benjamín Barney Caldas

Benjamín Barney Caldas - Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.Del latín, Cultura, significa en primer lugar “cultivo”. Pero principalmente se entiende como el conjunto de los modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico e industrial, todos interrelacionados, en una época, grupo social, etc.

En nuestro caso, comienza con la conquista del territorio del país actual por los españoles, realizada, como dice Fernando Chueca-Goitia, con la ayuda de la lengua, la religión y la arquitectura (Invariantes castizos de la Arquitectura Española / Invariantes en la Arquitectura Hispanoamericana, 1979).

Pero en Colombia en general los funcionarios encargados de ver por el tema, incluyendo ‘ministros de cultura’, que en este país tan machista suelen ser, significativamente, mujeres -incultos que son sus hombres-, adolecen del conjunto de los conocimientos que permiten a alguien desarrollar su juicio crítico, que es otra acepción de la palabra cultura, especialmente en lo que toca con la arquitectura y las ciudades, en tanto escenario de la cultura, precisamente, que es como las define Lewis Mumford * (La cultura de las ciudades, 1938 *), y que por supuesto debería incluir su relieve, clima y paisaje, parte no sólo de las ciudades sino de la cultura nacional.

En Cali, incultos que han sido, dejaron demoler sin necesidad todas sus casas coloniales, la iglesia de San Agustín, el Palacio de San Francisco, el Batallón Pichincha, el Hotel Alférez Real, el Colegio El Amparo, la Biblioteca Departamental y el viejo Club Colombia.

Alianza del PacíficoY que se dinamitara parte del Colegio de la Sagrada Familia, y otro edificio de la Manzana T´ para continuar el esperpento que hicieron allí, incultos que son, además junto al lote del Sena, desocupado por más de medio siglo, y que se hubieran podido remodelar. Y nada hacen, irresponsables además de incultos, con respecto a la preocupante invasión y abandono de sus cerros y las cuencas de sus ríos.

Y la cultura popular (expresión de la vida tradicional) que se celebra en Cali, es sólo la de nuestra Costa, y por supuesto es mucho más que la música. Además, eventos como el Petronio Álvarez se deberían celebrar es en Buenaventura, en donde ha debido ser el de la Alianza del Pacífico, y no en Cartagena.

Pero, del otro lado, como lo denuncia Lucía Mina (docente en la Javeriana y el Externado de Colombia):

“Cuando el Concejo está a punto de adoptar el Plan de Ordenamiento, el Gobierno Nacional ha decretado que en la ciudad no hay negros ni hay indígenas. Con esto evita una consulta previa que haría más difícil ejecutar un proyecto económico privado”.

 Mientras tanto, instituciones que cultivan la cultura aquí (el Instituto de Bellas Artes, la Biblioteca Departamental, Inciva, Incoballet y Esquina Latina, entre otras) pueden desaparecer por falta de recursos por parte de un Estado en el que la cultura ocupa su último interés cuando debería ser el primero pues, como se preguntaba Horacio, “¿de qué sirven las vanas leyes si las costumbres fallan?”.

La política debería ser la cultura por otros medios, pero aquí no ha pasado de ser la guerra, como la definió Carl von Clausewitz (De la guerra, 1832). Violencia y corrupción debidas a la inútil ‘guerra’ contra el narcotráfico, cuya cultura mafiosa ha penetrado la vida nacional, incluyendo el culto religioso.

 

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