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El nudismo playero y los Monjes Cartujos

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Cuentan que en las playas de Costa Azul, en Francia, se presentó un problema en un convento muy antiguo, porque ese sitio se había convertido en un balneario público y exactamente quedaba frente al monasterio, en cuyas playas, todos los días se asoleaban y bañaban una cantidad creciente de mujeres vestidas únicamente con su pellejo.

Monje CartujoEl caso no hubiera sido tan grave si dicho convento estuviera habitado por monjas y no por monjes, pues al fin y al cabo, las monjas no iban a ver nada nuevo para ellas, pero se trataba de una comunidad de cartujos, quienes al levantarse y abrir las ventanas, en los precisos momentos en que se rezaba aquello de “no nos dejes caer en la tentación”, se desayunaban espiritual y físicamente con una de las tentaciones más atractivas que se pueden presentar al ser humano del sexo masculino, como puede ser una colección de señoras y señoritas, totalmente en bola.

El prior se dio cuenta de que algo grave estaba pasando, cuando observó, que con mucha frecuencia, algunos religiosos se quedaban en los cuartos, en lugar de bajar al coro o al jardín y descubrió lo que realmente estaba ocurriendo; inmediatamente puso la queja a las autoridades y esa trampa puesta allí por el demonio, fue erradicada a un sitio más lejano; la paz regresó al monasterio y las bañistas se fueron con sus cueros a otra parte.

Para un hombre que resuelve huir de las miserias humanas y enclaustrarse en un monasterio, armado con un voto perpetuo de castidad, los halagos de la carne no son más que un veneno mortal, un pecado carboniento; para un cartujo, la mujer es el peor de los enemigos del alma; ellos lo saben porque lo dijo un anacoreta en la Tebaida, que “toda mujer lleva el demonio consigo” y otro santo escribió, “¡mujeres!, nacer de una y huir de las otras”.

Cuentan que un niño, que fue recogido por los monjes de un convento del África, fue criado allí y cuando se hizo muchacho se quedó en la comunidad; nunca salió de ese recinto y jamás tuvo la oportunidad de conocer a una mujer.

Cuando ya viejo y enfermo, estando al borde de la muerte, dijo que no quería morir sin conocer un automóvil y una mujer; los monjes no pudieron llevarle un carro al pié de la cama, pero en cambio sí llevaron una joven campesina y la colocaron al pie del moribundo; el anciano, ya ciego, alargó el brazo y recorrió lentamente el cuerpo de la muchacha, sonrió y respirando profundo, dijo: “al fin pude saber lo que es un automóvil”.

(Norberto Serrano Gómez, “De broma y de veras”)

 

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