El prestigioso periodista chileno, Manfred Max-Neef nos habla de los desastres que esperan a la economía mundial. “Una parte del desastre –dice- se la debemos a la avaricia humana, valor dominante del mundo actual; otra, al crecimiento económico, pues desarrollo significa crecimiento, consumo, destrucción para crear bienes, con un costo notable para el planeta, así que no es posible crecer y crecer”.
El economista pasa por alto varias cosas fundamentales. Por ejemplo, olvida que la variable económica más importante es el tamaño de la población, inmanejable ya con los recursos del planeta. Analicemos: hace 11 años éramos 6 mil millones de personas en la Tierra, hoy acabamos de “celebrar” el nacimiento del habitante 7 mil millones, una absurda celebración: el triunfo de la irracionalidad sobre la razón, y el de la ineficiencia de los políticos.
En el 2020 estaremos celebrando la llegada al mundo del habitante 8 mil millones, y un poco más tarde, el 9 mil millones y no sabemos cuándo parará esta carrea hacia la catástrofe. Nuestros gobernantes y ciertas autoridades religiosas no han entendido lo que se nos avecina, la terrible tragedia para nuestros nietos y sus descendientes.
El Panel de Sostenibilidad de la ONU nos advierte, que de no cambiar nuestra forma de vida, en 20 años no alcanzará la comida, ni la energía, ni el agua. El 85 por ciento de las reservas de peces están sobreexplotadas o desaparecidas y las emisiones de CO2 han subido un 38 por ciento en las dos últimas décadas.
En suma, ya hemos superado la capacidad del planeta, pero sobrevivimos, algunos, gracias a que la mitad de la población está sumida en la pobreza y nos permite al resto disfrutar de las riquezas naturales y artificiales.
Podríamos decir que la amenaza del CO2 es un juego de niños frente a la amenaza poblacional, y todo lo que se haga por reducirlo, no servirá para nada si no se reduce la población. Y no basta parar el crecimiento, debemos echar reversa y disminuir la población hasta llevarla a niveles razonables, lo que tomará muchos años, tal vez siglos.
Porque están amenazados de muerte los bosques, las aguas, la pesca, los combustibles fósiles. Es imperdonable que los políticos sean tan miopes, o comprometidos con sus creencias.
El brillante economista olvida también que existe una naturaleza humana, que nos hace irremediablemente avaros, acaparadores, desconsiderados con los demás, con los animales y los otros elementos del planeta que ocupamos; seres humanos que no nos conmovemos con la pobreza de los demás, con sus vidas horribles, que acaso nos conmovemos un poco cuando el necesitado es un pariente cercano, o cuando estamos tan cerca que alcanzamos a vivir sus angustias mas íntimas, como ocurre en las comunidades pobres, en que la supervivencia de uno depende de la ayuda del vecino.
Recordemos un principio natural: “La avaricia es la “cualidad” que permite sobrevivir a los ricos, como “especie”.
Existe otra variable peligrosa: el narcotráfico, que, directa o indirectamente ha creado un desorden mayúsculo en muchas economías, y que, por la experiencia vivida, no permite otra solución que la legalización de la droga, pero los políticos se muestran bien tímidos y timoratos cuando se habla de aplicar el único remedio conocido para ese mal.
En consecuencia, sí, las cosas van a cambiar solitas, pero de manera catastrófica.
(Antonio M. Vélez, “Ámbito Jurídico”)