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Hades, el señor de ultratumba

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Autor: Michael Gibson

HadesEl nombre de HADES puede prestarse a confusión, porque lo antiguos griegos lo utilizaban para denominar al dios que reinaba en el mundo subterráneo o para designar el mundo de los muertos, si bien no representaba la idea del infierno.

Era el lugar a donde iban a parar todos los muertos, buenos o malos, guiados por el mensajero Hermes; su destino se decidía al llegar allí: los que habían ofendido a los dioses, iban para el infierno; otros, los que habían sido buenos o prudentes o realizado empresas valerosas, iban para el Olimpo. HADES, un dios severo, pero justo, reinaba sobre todo y sobre todos.

El reino de HADES, tiene un papel importante en las leyendas griegas; muchos héroes griegos lo visitaron estando aun con vida, pero era preciso tener mucha habilidad o asegurarse del auxilio de Zeus para poder entrar y salir del Hades.

Al comienzo se creía que el Hades se hallaba al oeste más allá del horizonte, donde nacía el rio Océano, que circundaba la tierra. Más tarde, otras historias aportaron descripciones de cavernas oscuras y muy profundas cojan pasadizos tenebrosos que conducían al mundo de ultratumba.

Cuando un muerto era sepultado, se le ponía en la boca una moneda llamada óbolo; Hermes llevaba la sombra del muerto a las profundidades de la tierra hasta los umbrales del Hades; allí tenían que detenerse, porque el mundo de los infiernos estaba totalmente rodeado de ríos pestilentes y llenos de alimañas y demonios horripilantes.

Daban un rodeo y llegaban a la laguna o rio que rodeaba la parte occidental del Hades; allí Hermes dejaba la sombra del muerto a la orilla de la Estige, donde el rudo barquero transportaba las almas de los muertos. La sombra, dejada allí por Hermes, subía a bordo; Caronte hundía los remos y la barca se movía lentamente, alejando para siempre a sus pasajeros del mundo de los vivos.,

Unja vez desembarcada, la sombra tenía que atravesar la llanura de Asfódelo, un lugar gris; allí, los mortales menos afortunados, los mediocres, se pasaban la eternidad dando vueltas sin objeto alguno.

Más allá de la llanura de Asfódelo estaban los verdes prados del Erebo, donde iban a beber los muertos comunes para que olvidaran totalmente su vida pasada. Más adelante se alzaban las torres del palacio de Hades, donde a ningún muerto se le concedía el privilegio de atravesar sus umbrales.

Antes de llegar a los límites del palacio real, las sombras se detenían en espera del juicio; todos los días iban llegando a la presencia de los jueces, Minos, Radamantis y Eaco, quienes habían sido elegidos por su gran sabiduría y por la vida ejemplar que habían llevado en la tierra.

Después de haber sido juzgadas, las sombras debían tomar uno de los tres senderos:

- El primero conducía a la llanura de Asfódelo, era el sendero más frecuentado, un triste lugar donde el día y la noche no eran más que un eterno crepúsculo.

- Los grandes héroes, los que habían hecho favores a los demás aun a costa de su vida, eran más afortunados y al final del segundo sendero, los esperan los Campos Elíseos. Allí brillaba el sol y las nubes eran blancas y vaporosas.

Estatua en honor a HadesLa noche no existía, porque las sombras no necesitaban descanso; el vino era abundante, pero a nadie hacía daño.

- El tercer sendero conducía al Tártaro, un lugar de penas y condenación eterna, reservada a aquellos que habían desafiado a los dioses; a la entrada había una enorme puerta de bronce cerrada por dentro, que solo se abría para recibir a los muertos que iban llegando.

De todos los eternos condenados, los más conocidos fueron los Titanes, los viejos dioses que Zeus y sus hermanos habían destronado. Otro condenado era Tántalo, pues había matado a su hijo y había servido su carne a los dioses para ver si lograban distinguir entre carne humana y la de un animal.

En castigo fue suspendido de un árbol cargado de frutas sobre un lago y condenado al hambre y a la sed eternamente; cuando intentaba alcanzar las frutas las ramas se elevan y, cuando se inclinaba para beber, el agua se retiraba.

En el Tártaro estaba Sísifo, rey de Corinto, que había osado encadenar a la Muerte cuando vino para llevárselo; durante un tiempo nadie murió en la tierra y el reino de ultratumba no volvió a su estado normal, hasta que Ares no fue a liberar a la Muerte.

Por este crimen, Sísifo fue condenado a empujar una gruesa piedra hasta la cumbre de una montaña; cuando alcanzaba la cima, la roca volvía a caer al valle y él tenía que comenzar de nuevo.

Estos eran los tres senderos que el hombre debía seguir; Hades no tomaba parte en las decisiones de los jueces, a menos que surgiera alguna controversia, en cuyo caso siempre tenía la última palabra.

En el reino de Hades se encontraba Hécate, hija de Zeus, que había sido diosa de la Luna; allí gozaba de gran autoridad, pues era conocida como la reina invencible y presidia las ceremonias de expiación y purificación de las sombras a quienes se les permitía reparar las malas acciones de su vida pasada.

(“Mitología Griega”, Michael Gibson) 

 

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