Autor: Moisés Pineda Salazar
La necrópolis de Colón es imponente. Sobrecogedora. El solo monumento marmóreo de 26 metros de altura, el más alto de los monumentos funebrios de Cuba, levantado en honor de los bomberos que sucumbieron en la tragedia del incendio de la Ferretería Isasi del 17 de Mayo de 1890 en la Habana Vieja, justifica llegar hasta este lugar declarado Patrimonio de la Humanidad.
Aunque se siguen inhumando cadáveres en él, los turistas recorremos el camposanto para maravillarnos contemplando la belleza de los túmulos, mausoleos y osarios ornamentados que pretenden hacer eterna la memoria de quienes debajo de aquellas pesadas losas, no son cosa distinta que polvo. Informe, leve, gris.
Sin embargo, esta vez no he llegado para deleitarme en la contemplación de la perfecta belleza del mármol esculpido. He venido siguiendo la pista del General José Rogelio Castillo Zúñiga como el único camino disponible para desbrozar la selva de datos, fechas, ordenes de batalla y demás ires y venires que en la memoria de la guerra me ayuden a saber qué fue de los 60 colombianos, reclutados por Francisco Javier Cisneros en el Estado del Cauca y que llegaron a Cuba a bordo del ‘Hornet’ para luchar por la independencia de la Isla en su guerra contra España.
Supe que el General Castillo nació en Popayán el 19 de Marzo de 1845 y que solo contaba con 17 años cuando se enlistó en las huestes Liberales contra las del partido Conservador- encabezado por Julio Arboleda- que, según lo reseña en su autobiografía, ‘representaba la aristocracia monárquica y el fanatismo religioso’ (CASTILLO. 1910).
Sucesivas revueltas, verdaderas guerras civiles en contra de ‘los herejes’, promovidas y conducidas bajo la idea de que los liberales eran ateos que tenían como misión militar la de ‘exterminar a los cristianos si ellos no se defendían’, servían de excusa a los conservadores fanáticos para organizarse militarmente.
La suya, era, pues, una cruzada en oposición a la ‘pretendida misión de los Liberales’; una misión moralmente justificada por el hecho de procurar por ‘el exterminio de los herejes, en nombre de un Dios de paz y caridad’ (Ibid.)
En este ámbito fanático, sectario y belicoso, templó su carácter y se formó Castillo, el joven guerrero quien, estando en Panamá en busca del ensueño glorioso de batallar por la independencia de otros pueblos y de participar en la formación de nuevas nacionalidades en el continente americano, a principios de diciembre de 1870, teniendo 25 años y ostentando el grado de Capitán, se topó con el Ingeniero Cubano Francisco Javier Cisneros, quien estaba en la tarea de organizar una expedición naval en contra de las autoridades españolas que ejercían un ‘despotismo asfixiante’, del que los colombianos, afortunadamente para entonces, ya nos habíamos liberado.
Con el concurso del joven Capitán Castillo Zúñiga, y con el compromiso de otros militares liberales caucanos como Juan Nepomuceno Caicedo, Francisco Mosquera, Manuel José Castrillón, Baltasar Orozco, León Velasco y Joaquín Quintero, Cisneros avanzó en el proyecto de organizar aquella fuerza expedicionaria para desembarcar en las playas de Cuba.
Como era lo usual, subió a bordo de un barco de cabotaje, rumbo al Cauca, de donde regresó tres semanas después con un contingente de ‘200 y pico’ de hombres que quedaron al mando del Coronel Caleño, Martin Sierra.
El pelotón revolucionario fue trasladado el 14 de Diciembre en el Ferrocarril interoceánico para cubrir la ‘línea corta’ (inferior a los 150 Kilómetros) que unía a las Ciudades de Panamá, en el Pacífico, y Colón en el Caribe, bien que fuera por las necesidades mismas de la logística expedicionaria, o porque hubo necesidad frenar la deserción creciente entre los enlistados, producto de una campaña de difamación y descrédito en contra de la causa cubana, que en la ciudad colombiana de Panamá, era mostrada como la de una horda de asaltantes, bandidos y delincuentes comunes, dedicados al crimen y al pillaje.
Luego de 15 días de espera, finalmente, habiendo salido desde Nueva York, sede de la Junta Revolucionaria de la que formaba parte Francisco Javier Cisneros, después de recalar en Nassau-Bahamas, un Vapor ‘El Hornet’ llegó al puerto colombiano de Colón para recoger el contingente de revolucionarios caucanos reclutados por Cisneros.
Vino bajo el mando del Capitán Uldesome y, con él, el prestigioso General O’Ryan.
Este, ‘El Hornet’, era un vapor de doscientos cuarenta pies de eslora, veintiséis de manga, veinticuatro de calado, con una capacidad de mil ochocientas toneladas y una velocidad de dieciséis nudos. Tenía dos máquinas, con cuatro calderas y dos chimeneas.
El 31 de Diciembre de 1870, a las seis de la tarde, zarparon los mambises rumbo a Cuba en donde desembarcaron el 7 de Enero de 1871. Para entonces, solo eran 66 los revolucionarios enlistados.
De ellos 60 caucanos que, a pesar de que todo hacía presagiar que la expedición era un fracaso, no retrocedieron (GÁLVEZ. 2000). Quedaron en tierras cubanas al mando del Coronel Melchor Agüero con la consigna de defenderse, de luchar hasta morir.
A las 5 de la mañana del 8 de Enero, ‘El Hornet’ se retiró. En él se fueron el Brigadier O’Ryan y el Jefe de Mar, Francisco Javier Cisneros.
El día 9 se rompieron fuegos y luego, al final de dos días de combates, a las 6 de la tarde del 10 de Enero, cuando los cornetas tocaban el ‘cese al fuego’, de aquella animosa expedición colombiana del ‘Hornet’, solo habían sobrevivido 34 patriotas ‘los demás han caído como buenos, unos heridos, otros presos o asesinados y los más muertos de cara al enemigo y en lucha implacable’ (CASTILLO 1910)
¿Quiénes fueron esos 26 prisioneros colombianos capturados por los españoles y los otros 34 sublevados que siguieron luchando bajo el mando del General Vicente García, a quien encontraremos oficiando como contraparte mambisa en la suscripción del Pacto del Zanjón, siete años después, en marzo de 1878?
¿Qué fue de ellos, de los unos y de los otros, en las cárceles españolas y en los mares, en los campos y en las montañas de Cuba?
¿Qué fue de los colombianos que participaron en la batalla del Camino de Sabanita a Cacaotal el 16 de enero de 1871 al Mando del referido General Vicente García?
Cavilo en todas estas cosas mientras camino por entre más de un centenar de bóvedas y losas, unas de mármol, otras de granito y no pocas de tosco ladrillo. Todas añuquías, descuidadas; comunes y corrientes.
Voy guiado por la fecha en la que falleció el General José Rogelio Castillo Zuñiga en la Habana: 21 de Septiembre de 1925.
Y, como si fuese una brújula inservible, o como un sextante averiado, me ayudo en un papelillo en el que un burócrata de la oficina de estadísticas del Cementerio me ha anotado las generalidades de la ubicación de la fosa en la que enterraron al General José Rogelio Castillo Zúñiga en la Soberbia Necrópolis de Colón, en la Habana: ‘NO13CC, propietaria Blanca Téllez’. Nada más.
Desisto de la tarea luego de un par de horas de búsqueda infructuosa bajo la mirada alerta de uno de los que parece ser empleado del lugar.
Poco o nada hace por ayudarme…
Tal vez, la próxima vez, un billete de 10 Euros hará la magia de llevarme rápida, oportuna y certeramente al lugar en donde reposa este héroe de la Independencia Cubana que, con un contingente de 60 colombianos, se comprometieron a acompañar a Francisco Javier Cisneros en su abnegada empresa, ‘sin estipular condiciones, olvidando familia, hogar, intereses, posición, todo cuánto es más caro al Hombre en la vida; sin reflexionar siquiera en el compromiso en el que pudiéramos colocar a nuestro gobierno, entonces en buenas relaciones amistad con España, nada nos detuvo en nuestro ardoroso empeño libertador’ (CASTILLO. 1910)
Mucho hace falta por investigar para concluir en el propósito de levantar un monumento, un memorial, en honor de los expedicionarios colombianos que vinieron en “El Hornet” a luchar por la Independencia Cubana. Acerca de ellos, existe la esperanza de que los textos de Milagros Gálvez sobre las campañas navales, nos ayuden a rescatar sus nombres para el mundo (GÁLVEZ 2006).