Autor: Daniel Pineda - Fotos: Jaime Moreno - Revista Semana
Desconocido para muchos, este pueblo santandereano es célebre por su clima ideal y por la serenidad que se siente en sus calles, cualidades que lo han convertido en un perfecto destino de descanso.
Llegué a Zapatoca una mañana de junio, inquieto por los comentarios que había recolectado sobre el pueblo que insinuaban, sin cautela, que allí vivía la gente más tacaña del mundo. Mi primer acto fue preguntar por esta condición.
- ¡Qué va! ¡Puro cuento! ¡Mala fama!- respondieron unos hombres que tomaban café en el parque.
- Aunque, bueno -apuntó uno de ellos- imagínese que hace poco se reunieron en el río cinco muchachos y apostaron plata al que durara más debajo del agua. ¿Y sabe qué pasó? Los cinco se ahogaron.
La gente rió en coro.
- Hay quienes dicen -comenzó otro- que el cañón del Chicamocha lo hizo un zapatoca, buscando una moneda de 100 pesos.
No tuve ocasión de replicar. Comprendí de golpe que allí se ahorraban hasta el gentilicio, pero que la atmósfera de serenidad y la cortesía sin ínfulas ni ventoleras tenían el efecto de seducir más allá de las suspicacias. Zapatoca, situado en una loma de la cordillera Oriental, a 65 kilómetros de Bucaramanga, se complace de tener lo que allí llaman el 'clima de seda', y la tranquilidad propia de las aldeas donde no hay apuros de nada.
Contrario a los pueblos turísticos de Santander, que han apostado por una oferta intensiva, de locura y aventura, Zapatoca se ha mantenido fiel a su estilo."¿Qué más podemos ofrecer? Clima y tranquilidad", responden unos y otros cuando se indaga por los atractivos del lugar. Pero todos saben, aunque no lo expresen, que en sus laderas de tierra amarilla se ocultan secretos.
Zapatoca, por ejemplo, es el corazón de los caminos reales construidos por el alemán Geo von Lengerke en el siglo XIX para sacar la quina, allí cosechada. Desde su cabecera, donde está la tumba del legendario comerciante, se desprenden senderos que llevan a Los Santos, Betulia, Galán, Guane y Barichara. Es, además, la cuna de una extraña tradición: el remoquete familiar. Ninguna estirpe se salva y aún hoy la gente se refiere, sin reserva, a los Moscoverde, los Apretapeos, los Miaos, las Chochagrande, los Caldofrío.
LA MAGIA MONTAÑERA
Mi propósito era quedarme un día para llevarme una impresión. Sin embargo, salí de Zapatoca después de cuatro noches. Despojado del frenesí urbano y contagiado por la inercia del tiempo muerto y la buena conversación, descubrí cierto embrujo repartido en sus rincones, como los cultivos de uva que surten las bodegas de los vinos San Alejo y Perú de la Croix, originales de Zapatoca. O la cueva del Nitro, donde el mundo pierde su brillo y las estalactitas y los murciélagos son anfitriones.
De los sitios que me impresionaron por su solemnidad está el Mirador de los Guanes. Es un balcón sin arabescos, natural, que regala el paisaje extenso de la cordillera: los cañones del Suárez y el Chicamocha—su atropellado encuentro—, los pueblitos allá lejos —de Piedecuesta a El Socorro— las nubes que navegan desde el horizonte y el cielo que se viene encima.
Pero si algún recuerdo es claro, nítido, es el de las calles mudas, casi sospechosas, decoradas por macetas de flores que se descuelgan hacia los zócalos. Detrás de las fachadas de tapia pisada se encuentran fábricas de dulces típicos y panes deliciosos que son célebres en la región. Una noche de esas entré al Museo Cosmos, oculto en el rincón de un hospedaje. Allí, entre obras hechas de fósiles locales, había un salón del Quijote Moderno, digna de cualquier salón internacional.
El caballero de la triste figura aparece esculpido en diferentes escenas. En una, escucha a Gandhi; en otra, enfrenta un tanque de guerra (como en la célebre foto de la plaza Ti ananmen en 1989), en otra le ataja un penalti a Maradona. Y así.
Después de aquellos encuentros no quería dejar Zapatoca. Sin embargo, la partida se hizo forzosa, y cuando el bus bajó en serpenteo interminable hacia el río Sogamoso, sentí que dejaba atrás el olimpo de la calma. Volvería a medir el tiempo, consultar el clima y bregar en la ciudad. Mientras allá arriba, abrigados por esa temperatura sedosa, el mayor afán de los zapatocas seguiría siendo alcanzar el mediodía para cerrar puertas y ventanas y echarse a dormir una siesta.
Datos básicos
Distancia de Bucaramanga: 65 kilómetros.
Temperatura promedio: 19° C.
Sitios para visitar: Capilla Santa Bárbara, parque principal, cascada de la quebrada la Lajita, el Campo Santo, la iglesia de San Joaquín, Hacienda de las Puentes, laguna del Sapo.