Autor: Moisés Pineda Salazar
A los ochentones que quieren poner orden en la jarana, les cae muy bien aquello de lo que es “no acordarse el cura de cuando fue sacristán”, por no seguir el ejemplo de aquellos viejos y viejas que en los animados y concurridos bailes que se dan, en las casas por el día y por la noche en los salones, saltan y bailan.
Sin embargo, la vieja edad les reporta algunas ventajas como la de no aparecer involucrados en hechos vergonzosos como el que se dio en el baile de La Primera en el año 1874 cuando la guachafita, originada por el cambio en el programa musical que se dio por las exigencias de varios concurrentes, obligó a que se diera por terminada la fiesta en medio de un desorden en el cual se oían palabras descompuestas, amenazas y recíprocos insultos que convirtieron aquel salón en un lugar de desacato.
Las señoras y señoritas que allí había, al verse tan indignamente tratadas y comprendiendo el peligro que corrían en un lugar en que ni el sexo, ni las consideraciones sociales, ni nada de lo que prescriben las reglas de la cultura eran tenidos en cuenta, corrieron precipitadas como una banda de canarios sorprendidos por un milano, dejando a los aristocráticos gamberros, horas antes finos, comedidos y delicados caballeros, dueños absolutos del salón de baile convertido en circo romano o patio de gladiadores.
En cambio, contrario a lo que ocurrió en el salón de la sociedad escogida, en los salones de La Segunda y la Cuarta clases, a pesar de lo numeroso de la concurrencia y de la alegría y entusiasmo de que estaba poseída la generalidad de los asistentes en todas las tres noches del baile, reinó la mayor compostura lo que sin duda alguna hace honor a esta población.
Si nada tengo que decir del baile de los de La Tercera es porque no hubo banda de músicos que tocara en él.
Cosa distinta a la ocurrida en 1889 cuando en todos los tres días del carnaval reinó en los diversos grupos en que está dividida nuestra sociedad, el mayor orden y el entusiasmo más grande.
Pocas veces se había visto reunidas, como en esa ocasión, seis bandas de música tocando en los seis salones que se hicieron para los bailes de máscaras.
Una de tales bandas fue “La Filarmónica de Baranoa”, fundada por el Doctor Felipe Santiago Acosta- cura párroco de aquel distrito- que deleitó a los concurrentes con un selecto repertorio de Valses, Pasillos, Danzas, Romanzas y Dobles Militares instrumentados para bandas cuyas partituras están de venta donde Alejandro Cáceres; todo bajo la dirección del inteligente músico y compositor Don V. Villa.
Igualmente brillante, estuvo nuestra banda militar cuya fama es conocida.
Su repertorio es bueno y la componen 24 músicos entre los cuales se encuentran Maldonado, Galofre, Altamar, Álvarez, Calderón y otros más que son prácticos y que arrancan a sus instrumentos notas dulcísimas y sabrosas melodías.
Y qué decir de la Banda “Fraternidad” que se distinguió por el buen gusto que desplegaron en toda la temporada del carnaval, dejando oír el sinnúmero de piezas con que cuenta su repertorio. Nosotros que saboreamos esas dulces notas que inspiran los corazones, y que lo transportan a uno a regiones desconocidas, no podemos menos que dar un apretón de manos a sus Directores que han sabido colocarla a la altura de la fama, recibiendo como premio, los aplausos de congratulación por parte de quienes siendo amantes del progreso de nuestra Barranquilla, les decimos hoy como ayer:
“Filarmónica de Baranoa”, “Banda Militar”, ”Banda Fraternidad”, hijos de Rossini, Verdi y Paganini, ¡adelante!