Autor: Teobaldo Coronado Hurtado
La gran enseñanza que la ilustración dejó a los hombres fue el de que podían confiar en su propia razón como guía para establecer sus criterios de valor ético y que no necesitaban de ninguna revelación, de ninguna otra normatividad de orden religioso que los llevara a una heteronomía moral para saber lo que es bueno y lo que es malo. El mundo secular es tal vez el producto más importante de la modernidad.
El problema sin resolver de los que consideran la actitud hacia lo sagrado como una trivialidad o una actitud infantil es que históricamente no la han hecho sucumbir tras las intensas campañas realizadas, con tal fin, por ideólogos, políticos, filósofos y científicos. Empeñados en desaparecer la necesidad de vivir dentro de una cosmovisión religiosa.
En medio de la fuerte desacralización de las instituciones y de la sociedad, del desprestigio de las religiones, de la apatía hacia lo sagrado en los medios cultos e intelectualizados, del predominio del imperio de la razón sobre el de la fe, del avasallador empuje de la tecnología y de la ciencia que juega a hacer el papel de Dios, de haber sido declarada la muerte de Dios; la religión subsiste.
“Hay algo eterno en la religión que está destinada a sobrevivir a todos los símbolos particulares con que sucesivamente se ha recubierto el pensamiento religioso." (1)
La beligerante campaña antirreligiosa contra todo aquello impregnado de lo sagrado apoyada en el desprestigio mismo de los hombres religiosos y sus instituciones; ha traído como consecuencia, eso no se puede ocultar, que en la sociedad moderna al contrario de lo que sucedía en la sociedad tradicional la religión haya perdido presencia, más aun, poder de influencia; el poder legitimador que daba a todo cuanto sucedía a nivel público y en el ámbito privado.
La preocupación por lo religioso ha pasado a un segundo lugar ante la motivación, en crecimiento, por preocupaciones más ambiciosas donde el alcance de la eficiencia y el éxito medidos por altos niveles de producción y lucro llenan las aspiraciones de la gente.
El poder económico y político legitima el poder burocrático de los que manejan y participan de la cosa pública; y, el personal del ciudadano corriente para quien el hacer y el tener son más importantes que el ser o el saber.
“El hombre ha hecho de sí un instrumento no de la voluntad de Dios sino de la maquina económica o del Estado. Ha aceptado desempeñar el papel de una herramienta no de Dios, sino del progreso industrial." (2)
El ritual y la liturgia sagrada se han convertido en fiesta pagana donde lo auténticamente religioso ocupa una importancia secundaria. La semana santa, por ejemplo, ya no es tiempo de recogimiento y reflexión; ahora, es rumba y turismo santos. Los símbolos más que hierofanías son adornos.
El párroco, el sacerdote, el obispo se miran como a un civil sin la veneración y consideración de antes. Hablar de Dios, expresar convicciones religiosas, simpatizar con lo sagrado son manifestaciones vistas como ridículas y obsoletas.
A los elementos religiosos se les da, muchas veces, en forma despectiva y burlona y en otras por ignorancia uso profano, sacrílego y así: un sicario en nombre de la virgen del Carmen o del divino niño invoca puntería para matar; o, un negociante de la coca celebra sus grandes éxitos económicos con procesiones, misas y limosnas a nombre de la fe cristiana.
Este comportamiento, poco respetuoso, de lo sagrado en el plano personal se refleja en la sociedad y en las instituciones por una falta de reconocimiento al establecimiento religioso que pasa a ser utilizado, mejor aún, manipulado según conveniencias particulares; mas por tradición y búsqueda de solemnidad que por sinceras convicciones.
Lo que ha sucedido, en definitiva, es que la religión ha perdido amplia injerencia en los diferentes aspectos de la organización social y le ha tocado enclaustrarse en su misión religiosa, como tal. Al ejercicio de ceremonias y ritos parroquiales; circunscrita, al recinto sagrado de sus templos y claustros docentes.
La situación ha llegado a un extremo tal, de intolerancia, que cuando los hombres religiosos tratan de intervenir más allá de su círculo de influencia se producen voces, reacciones públicas de protesta de los sectores más secularizados, señalándolos en ocasiones, con saña, por los medios de comunicación a su alcance de intromisión indebida en asuntos que no les corresponde.
La perversión de las costumbres religiosas, es el resultado de un largo proceso que se ha dado en llamar de <<secularización de la sociedad>> con su correspondiente influencia perturbadora de la moral pública. La religión históricamente ha contribuido, poco o mucho, a ser moderadora de las costumbres sociales. Berger, citado por José María Mardones, caracteriza el proceso de secularización como:
“Fenómeno sociocultural por el cual algunos sectores de la sociedad y de la cultura son sustraídos de la dominación de las instituciones y de los símbolos religiosos." (3)
El secularismo se sustenta en el concepto progresista del interés propio que afitrma:
“El hombre tiene el derecho y la obligación de hacer de la búsqueda de su interés propio la norma suprema de la vida." (4)
Si observamos bien, en el secularismo la virtud ha sido reemplazada por el amor propio, por el egoísmo; el interés: por los bienes materiales, por la eficiencia y el éxito. El interés propio suprime toda vocación comunitaria cuando el único interés verdadero es el mío.
Así es imposible que haya comunión de creencias, de afectos, de sentimientos, no existe sentido de solidaridad. Soy un yo que no se incorpora con la conciencia colectiva en lo social mucho menos en lo religioso. Yo soy yo en la medida que poseo, en la medida que tengo.
El secularismo se da la mano con un individualismo a ultranza. Una mentalidad, secular, alimentada en este esquema no está en condiciones de liderar una política generosa por la vida humana y el florecimiento social. Si no participamos de la comunidad con la aceptación tolerante de unos mínimos valores morales de beneficio colectivo nos convertimos como lo afirma Engelhardt en: Extraños morales.
Consecuencia negativa, evidente, de la secularización la encontramos en la disminución de la disciplina social y consiguiente corrupción institucional. El uso desbordado de la autonomía, cuya secuela funesta es un exorbitante individualismo, como represalia a la severa coyunda religiosa, ha traído la tan llevada y traída crisis moral de la mayoría de los estamentos sociales.
La sanción o condena divina preconizada por la religión, que indudable, reforzaba la acción ordenadora de la autoridad civil, era un freno moderador de las costumbres ciudadanas. Y se ha perdido así, un medio de control social eficaz, a la par que el sentimiento religioso no tiene significación y se desprecia.
Se puede observar, sin embargo, que la desvinculación de los organismos religiosos, del establecimiento político, ha traído una mayor independencia critica en defensa, precisamente, de grupos humanos que a través del tiempo han estado bajo su tutela: los pobres, los indígenas, los más oprimidos, etc.; asumiendo una actitud beligerante y activa contra los que atentan contra la vida y derechos humanos fundamentales.
El establecimiento religioso, en particular la iglesia católica, al perder su liderazgo, resultado del obvio proceso de secularización, se ha contagiado de lo mismo y asume por igual actitud secularizante en lo social y lo politico, contrariando su misión sagrada para no perder así su papel protagónico y seguir haciendo presencia activa y efectiva en la comunidad. A la postre, su injerencia en la política habrá de producirles sus frutos en su objetivo primordial que es lo religioso.
La vida dentro del contexto filosófico de lo sagrado aglutina alrededor de sí un conjunto de pensamientos o creencias en las cuales se cree; se tiene una fe en ellas, toda una simbología maravillosa compartida por muchos, que contagia y que aglutina; constituyéndose en un hecho social, de comunidad. Al mismo tiempo que hay una fe profunda en la vida, hay una fe indeclinable en la humanidad sobre cualquier otra consideración.
Para Teilhard de Chardin los que aplican a una religión antropológica:
“Representan a mí alrededor una forma totalmente joven de Religión poco o nada codificada. Religión sin Dios aparente y sin revelación. Pero religión en el verdadero sentido si por esta palabra se designa la fe contagiosa en un ideal al que entregar la propia vida". (5)
El desprecio por la vida como síntoma absurdo de la sociedad y del mundo actual se debe en gran parte, a nuestro modo de ver, a la excesiva sacralización de cosas y objetos accesorios (sociedad de consumo) que nada tienen que ver con los eternos valores que han dignificado la existencia humana; sin lugar a dudas el amor, el amor a la vida, como el primero de todos es el gran ausente en las comunidades humanas donde la vida en vez de símbolo sagrado es un fetiche.