Autor: Aníbal Tobón Bermúdez
A veces no existen palabras, ni versos nerudianos, para describir la tristeza. Hay, a veces, una especie de vacío mental que desciende tortuosamente hasta los silentes socavones del espíritu. Es como una nada futura. Un saber que, físicamente, no verás más a alguien. No sentirás la humildad de su risa, ni la palabra precisa en sus labios. Nada más te quedará que el recuerdo de lo que eso fue.
Denise Lagares Mass, una de esas amigas que uno ni siquiera se merece, se acaba de ir en su “callado viaje” como le decía Meira a la muerte. Un deceso presentido por las garras de un cáncer que la agobiaba y que soportó con una entereza digna de admiración. Fue una periodista de esas que ejercen el oficio sin protagonismos pero también, y quizás sobre todo, concretó a una mujer íntegra con un código de valores sociales, de esos que están en peligro de extinción.
Uno nunca de deja de asombrarse ante la muerte, a pesar de esa “anestesia emocional” que padecemos los colombianos de los últimos tiempos. Menos aún si la muerte toca la puerta de los amigos. No me repongo de la desaparición de La Mella y ya estoy en la tristeza de la partida de Denise. Cómo decía Vallejo, el peruano, “Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡Yo no sé!”, que ponen mis barbas en remojo.
No volveré a paladear un vino con el cascabeleo de la risa de Denise. El mar seguirá aquí en Salgar, pero ya no bajo la belleza de los ojos de ella. Matías, su hijo, seguirá creciendo en todos los sentidos pero sin la sombra amigable de la rama materna. Guillermo, su hermano, seguro dejará en el medio ambiente alguna de las huellas de su paso por la vida.
Y qué decir de sus amigas y amigos, entre ellos Zoila Zotomayor, Patricia Ruíz, Carmen Peña, Yadira Ferrer, Inés del Real, Sigifredo Eusse, Gilberto Marenco, colegas y cómplices de algunas reuniones para arreglar lo habido y por haber, matizado todo con la sinceridad de sus ideales, y alrededor de una copa de vino.
Nadie termina de nacer hasta que muere, por eso este momento de tristeza lo disfrazo con unas palabras heridas, que no abarcan, y ni siquiera aprietan, lo que siento ante el anunciado y callado viaje de Denisse. Suena una campana en la lejanía y la muerte hace un coro grave.