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COMPAE CHARLES EN CUMBIALANDA

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Autor: Teobaldo Coronado Hurtado

El compa Charles es un man bacanísimo que se pavonea, jactancioso, con su figura corporal atlética -connatural a su abolengo antillano- y apariencia cincuentona por todo la ciudad. No representa los almanaques que arrastra encima; ya pasa los 80.

Porteño, de la vieja guardia se crio cercano al vetusto muelle construido por el cubano Francisco Javier Cisneros. Conserva característica pinta de camaján buena gente, de los años 50. Vestimenta de colorines hawaianos en la camisa que lleva por fuera, pantalón de lino blanco bota ancha, zapatos a doble tono blanco y negro con su respectivo lazo encima y señorial sombrero cubano en concordancia con el color de sus mocasines.

Así se prepara, fastuoso, para saludar cada día a la gente del vecindario en donde ahora vive. Algunos lo ven como un vejete charlatán y petulante; otros como un tipo guapachoso y simpático. Tomador de Ron Gordolobo en las cantinas que aun merodean el decrepito muelle de hoy, y fumador de Plumaroja hasta hace 10 años, ya no bebe ni fuma.

Al caer la tarde, con la fresca, debajo de un tupido árbol cargado de mangos, ubicado al costado de la ancha fachada de su inmenso caserón de dos pisos, en donde ha construido un apartamento para cada uno de sus cuatro hijos, cercano a una de las callejuelas que conducen al estadio de beisbol; se regodea tranquilo en una mecedora de las llamadas momposinas. Fabricadas con admirable arte en la Ciudad de Dios: “en donde, dicen, se acuesta uno y amanecen dos”.

No tiene ésta nada que envidiarles, confeccionada artesanalmente, tan parecida, en uno de los talleres de carpintería que pululan en el sabrosón Barrio Lucero espiritual de Barlovento, capital de Tierra Adentro; llamada, también, Curramba la Bella por sus jacarandosos pobladores –los más felices del mundo- en razón de que su agitada actividad social gira alrededor de una perenne rumba tras el frenesí caribe de la autóctona cumbia. Curramba es cuasi gentilicio que asocia tres palabras: cumbia, rumba y Barlovento

Sobrevive, el señor Charles, con cómoda solvencia económica gracias a jugosa pensión ganada tras 30 años de trabajo como maquinista de Bocas de Ceniza. De los pilotos que entraba y sacaba los barcos del difícil puerto de la arenosa Capital. Se ufana repetitivo, cada vez tiene oportunidad, que nunca se le atolló un trasatlántico de la Grace Line, en la dársena del río.

Charlie, cariñosamente lo llaman sus amigos más cercanos, es una leyenda viva del Barrio Abajo del Rio a donde se acercan, a gozar de su verbo encantador, cuanto parroquiano regresa, en horas vespertinas, de su jornada laboral cotidiana. A manera de última estación antes de adentrarse en los entresijos conyugales de sus viviendas.

Fiel devoto de la Santísima Virgen de los Viajeros le caigo, como es costumbre para esta festividad, la víspera, el 15 de julio; para acompañarlo en la tradicional celebración hogareña que inicia religiosamente con la novena en su nombre desde el día siete; al pie del bello Monumento consagrado a la patrona de los marineros, ubicado en todo el centro de su patio; que sirve además de parqueadero para los cuatro automóviles último modelo de cada uno de sus hijos y la flamante camioneta Lodge modelo 55 de su propiedad.

He llegado bien temprano, en la tarde, antes que los hijos del compae Charles aparezcan con la “chupacobre” que todos los años anima el nocturno festejo, donde comparten vecinos y familiares hasta el día siguiente en medio de vistosos juegos artificiales traídos directamente de la Ciudad Sol.

— Viejo Teo, me dice: esta es una costumbre que yo conservo desde cuando trabajaba en Bocas de Cenizas. Ahora mi prole la ha continuado con más devoción y entusiasmo. Aprovechemos que todavía no se ha formado el zaperoco para recuperar el tiempo perdido. ¡Es que usted se me pierde!—me increpa en tono criticón—, y tenemos buena tela que cortar. Vamos a ver cómo arreglamos este mundo chiflado y putrefacto que nos ha tocado en suerte para vivir, añade.

Fiesta de CarnavalesHacía reminiscencia en estos días, anota con mucha parsimonia, para comenzar, oyendo noticias por la radio, sobre lo que afirman de una distinguida dama, una mona de las Pampas Gauchas que tienen por ahí empapelada en las altas cortes. De los tiempos aquellos, de excitante pasión juvenil, en que pernoctaba lujurioso donde la madame Eufemíe Noir allá por los recovecos del Barrio Olaya Herrera, ¿te acuerdas?

Imagínate que los sábados por la tarde con mi compadre el teniente MacArthur y el Capi Correa, después que salíamos del trabajo bajábamos, desde las Flores en la vía cuarenta, hasta donde Chambacú Adán, dos calles detrás de la Iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá.

Chambacú era un chabacano grandote y embustero gracioso; había sido en sus tiempos juveniles boxeador sparring. Fritaba tremendos chicharrones con pelo, deleite de la gente In de Cumbialanda linda, -vocablo que con su real significado de tierra de la cumbia, en mi parecer, es más saleroso y apropiado que Curramba -con las cuales uno se codeaba, sin agüero, al calor de unos amarillitos sello ébano-. Era tan ramplón el señor Adán que no tenía escrúpulos en acoger su distinguida clientela -¡papi! Llamaba zalamero, sin distingos, a sus habituales contertulios -con unas chancletas mugrientas, sin camisa y calzón recortado: un mocho que llegaba debajo de las rodillas, pero, que no alcanzaba a ocultar su sucio ombligo por el abultado vientre que se mandaba. Un tipo sin modales, el típico corroncho. Se ufanaba, con placentera sorna, de ser el hombre más feo de la ciudad.

En medio de su estruendosa voz y chocante risa, contando impúdicos chistes, pude compartir, de lejitos, con reconocidos políticos que en plena campaña electoral armaban y desarmaban listas para corporaciones y quitaban y ponían cabezas en la administración pública. Allí, también, se daba cita la fauna más florida del periodismo, la farándula y la radio local, igual profesionales de todas las especies sobretodo medicos y abogados de gran prestigio social.

Cuando eran las 7 de la noche Chambacú Adán, que no gustaba trasnochar, echaba la gente sin contemplaciones; no respetaba pinta, prestigio ni autoridad alguna. Entonces, a esa hora, salía yo, con mis dos compañeros de farra en “tres quince”, embalado, para donde la Madame Eufemie, cercana a donde tu vivías cuando niño. ¡Seguro Dr. Teo! que todavía recuerdas la casona de la 27 con 70.

¡Claro!, le digo con énfasis, que yo pasaba por ahí camino hacia el colegio. Aun retengo en mi memoria el alboroto de larguchos flamencos, vistosas guacamayas y gran variedad de pájaros que alcanzaba a ver en su terraza jardín, decorada además con una luminosa fuente. Ni idea tenía, en aquellos tiempos pueriles, que semejante mansión con colores bien chillones: amarillo y azul, fuera tan acreditado prostíbulo.

Fíjate que ahí, donde la Madame, sigue comentando Charles, entrecruzaba a la ligera, con otro personal de la rancia bohemia de Barlovento; unos manes que se las daban de muy finos, pero, informales en su pinta, con apariencia unos de intelectuales y otros de cazadores. Mientras yo y mis obsecuentes amigos proveníamos de Chambacu ellos prorrumpían de un tertuliadero que decían se llamaba “El Vaivén”, ahora le llaman La Cueva, en el Barrio Insignares (Recreo). Mínimo el encuentro con estos señores. Cada uno iba directo a la jugada libidinosa. De este combo rememoro al mono Álvarin: escritor, a Juancho: editor, German: periodista. Alejo: pintor, Plinio: escritor periodista y el líder del grupo, apodado la jirafa, se llamaba Gabriel.

Todo fantoche, mi amigo Charlie casi a gritos me impreca diciendo: ¡pa que veas! que yo también he sido… soy de la farándula, mejor dicho, del Jet set….nojoda.

¿Aja y qué? Y es que ahora me vas a salir con el cuento de que tú, también, no perteneces a la clase full de Cumbialanda con todo y el cipote galeno que eres.

Con la tripa ronera alborotá le increpo: ¡eche compa Charles! y hasta cuándo me va tener aquí con el galillo reseco. Yo sé que usted dejó el trago, pero, nojoda, no sea barro, destape una de las sello añil que sus hijos tienen por ahí encajoná para la recocha de esta noche. Pa ile dando viaje.

¡Indi! ¡Indirita! ¡ mija ! grito desesperado, sírvele un traguito doble, a la roca, al doctor Teo, que se nos va. Arréglale, además, una picada de huevas de pescado. De esas que traje esta mañana de Puerto. Con su bollito de yuca.

Con las pilas recargadas sigo en disposición, con buen ánimo, para escucharlo.

Me cuenta Charlie que fue testigo, todavía joven, del matrimonio de Juan Parranda y Beatriz Derroche, embelequera pareja del Barrio Abajo del Rio en plenos carnavales de 1953 durante el reinado de su majestad Carolina Primera. El mismo año, 13 de junio, que el general Gurropín asumió la presidencia de la Nación tras golpe de Estado dado al republicano Laurentino Godón.

Esta pareja, refiere, para comenzar su perorata, desde muy niños mostraron afectos recíprocos. Se encaramaban desde la respectiva cerca, de palos de matarratón, que separaba los frutales patios de sus casas, sobre unos taburetes de cuero para jugar, muy cándidos, a los novios. Hacían tan bien el papelón de infantiles amantes que nunca nadie sospechó entre sus amigos o entre sus propios familiares el tierno romance que cariñosamente los unía. Sin embargo, el destino les tenía escriturado amor eterno en el momento oportuno, cuando estuvieran en edad de himeneo.

Juan y Beatriz, ya jovencitos, reiniciaron los escarceos románticos que los apuraba desde muy pequeños en las verbenas pre carnaval del baile “Al son que me toquen bailo”; uno de los tantos bailoteos que se realizaban, en la polvorosa topografía de la ciudad, con variados nombres cada año. Este tenía lugar en un encerramiento con hojas de zinc, en la ancha y larga cuadra de sus casas, tradicionalmente, el sábado de carnaval; amenizado por la Banda de Repelón, del maestro Joaquín Cueto. Padre de un famoso médico nefrólogo, con su misma rubrica, el primero que hubo en la ciudad.

Para la época no existían casetas populares como se estila ahora. Tampoco palcos, silleteros, espuma, ni tanta chabacanería. Los grandes bailaderos se ubicaban en el Hotel del Prado y los clubes sociales: Country Club, Club Barlovento, Club Italiano, Deustch Club, Club Angloamericano, Unión Española y Adeco. Teatros de cine, en la periferia de la ciudad, como el Mogador (Calle Las Vacas), Rex (Centro), Amazonas (Nueva Granada), Teatro Nuevo (San Félipe), Granada, (En Murillo, frente al Cementerio Universal) eran habilitados como salones de baile sectoriales.

La muchachada de los barrios, además, organizaba movidas con Picó en las terrazas y patios de su residencia que adornaban o disfrazaban en correspondencia con el nombre que le ponían al baile, como: “Una noche bajo palmeras”, Bailando hasta al amanecer”, “Bajo la luz de la luna”, Embrujo carnavalero, etc.

En las rondas de cumbia, ensayos nocturnales martes y jueves, antes de los cuatro días oficiales de las carnestolendas, que se llevaban a cabo en alrededores del Estadio de beisbol Tomás Arrieta , avenida del Río, Juan Parranda y Beatriz Derroche lograron consolidar y disfrutar un trato más íntimo.

Una noche de viernes precarnaval - ahora le llaman viernes de reina - se escaparon de sus padres, amigos, vecinos y terminaron enrumbados en el Salón Mi Quiosquito, Barrio El Valle, en donde la orquesta del Rufo Garrido acompañado de la voz guapachosa de Nuncira Manchado y el conjunto de Aníbal Velásquez y sus muchachos animaban la fiesta.

Allí formalizaron su relación amorosa, en firme, prometiéndose amor mutuo para toda la vida. Beatriz dio el sí a Juancho, que le tenía la perseguidora puesta desde que eran unos pequeñuelos sin arrebatos en medio de cheverísima lluvia de confetis, serpentinas y polvo perfumado que se esparcían juguetones, entre danzarines, por la inclemente brisa que azotaba un salón Mi Quiosquito sin techo.

El sitio propiedad del señor Víctor Reyes se convirtió, tiempo después, en el desaparecido Teatro Virrey. Ahí, en esa esquina, calle sesenta y ocho con carrera veinte y uno, inició su negocio de fritanga el famoso “Peñita”, que luego traslado su negocio a lo alto del barrio Ciudad Jardín.

Hasta que llegó el día y, preciso, en tiempos de Pepito carnaval se casaron en pleno relajo de una batalla de Flores. En el atrio estrecho de la iglesia del Perpetuo Socorro en el Barrio Boston. Este desfile hacia su recorrido arrancando del Estadio Municipal (Juana de Arco), bajando por el Callejón del Rosario (Carrera 46) hasta el Paseo Colon( Paseo Bolívar). Después lo pasaron para la Carrera Cuartel, luego para la carrera 20 de Julio y finalmente la vía 40, que en un formato asambado llaman cumbiódromo.

Monseñor Pedro María Revollo, llave poderosa del Vicario de Roma: Eugenio Pacelli (Pío XII), nacido en San Juan de Ciénega, sabio, humanista, gran intelectual, pero, tal vez, por lo mismo muy sinvergonzón, de bastante arraigo en la ciudad y con más poder que el Obispo Jesús Castro Becerra, se prestó, sin reparos, para impartirles la bendición nupcial; en medio de la ronda que montaron integrantes de la cumbiamba “Guepa je”, de la que ellos eran capitán y capitana respectivamente.

En vez de arroz sobre los novios e invitados cayeron inclementes cintas, papelitos multicolores y maíz blanco en polvo. El consabido vals Danubio azul, típico para bailar, en esta ceremonia, sucumbió ante el quejido bullicioso de la flauta y el retumbar de tambores que entonaban una jacarandosa cumbia al grito de upa, upa, guepa, guepa, guepa je.

El Padre Revollo, mientras tanto, concluida la función religiosa, por debajero, se colaba uno que otro gordolobo con limón y levantaba los brazos, eufórico y complaciente, confundido entre los ebrios danzarines. Costeño tenía que ser.

La Guepa Je con la “Aguardiente Pa Mi” eran cumbias que pugnaban en aquellos tiempos, las finales, para elegir la mejor. Así como el Congo Grande y el Torito contendían entre el grupo de danzas grandes, donde además emulaban: El Congo Reformado, La Burra Mocha y El Garabato. Danzas menores se consideraban: el paloteo, los gallinazos, los diablos arlequines etc.

En las danzas grandes el rol femenino lo protagonizaban maricas disfrazados de mujer, emparapetados entre los tambores del conjunto musical que las avivaba.

Charlie recuerda cómo uno de los estribillos que entonaban decía:

“El marica se conoce por el modo e` camina…el marica se conoce por el modo e` camina… ! Que viva la Burra Mocha! ¡Que viva el pantalón amarillo! ¡Que viva la camisa morá! ¡Que viva el carnaval! ”.

Eran simplemente maricas. Todavía los homosexuales no habían alcanzado el estatus gay que libérrimos ostentan hoy en día y que les ha permitido constituir un grupo humano valioso por su vistosa y activa participación en las carnestolendas.

Otro desfile que se realizaba, además de la Batalla de las Flores, era el de La Conquista, martes de carnaval, a lo largo del Paseo Colón, dedicado al entierro de Pepito Carnaval. No había más.

Fiesta de Carnaval en BarranquillaEn el hogar que constituyeron Beatriz Derroche y Juan Parranda había celebración casi todos los días, por cualquier motivo. La enfermedad, el sufrimiento y el dolor no tenían cabida. “La madre el que se enferme” era consigna familiar.

Si no había un motivo especial, en casa, para la rumba, se buscaba cualquier pretexto entre los parientes y amigos circunvecinos. Para celebrar los agasajos en su acogedora y alcahueta casona todo estaba dispuesto.

Tenía gigantesco palo de níspero en el fresco centro del patio, por la pachanguera sombra que este dispensaba, alrededor del cual se montaba nutritivo sancocho, ya fuere de guandú con carne saláa o de mondongo con pata de vaca indispensable para el aguante del cuerpo y mantener el temple sabrosón.

En tiempos en que la ley Emiliani todavía no había establecido los lunes festivos compensatorios, las francachelas se prolongaban hasta este día con el rebuscado subterfugio de: “En lunes de zapatero el jolgorio es lo primero”.

Definitivamente mi amigo Charlie es la biblia y cuando toma el uso de la palabra no hay poder ni en la tierra ni en el cielo que lo pare.

Se toma un tinto bien “cargao” que le trae la niña Ingri su amantísima esposa con otro guacharacaso para mí y continúa:

Esta representativa dupla Currambera tuvo dos hijos. María Piedad primero, luego nació Juan Marcial, más conocido como Juan Junior

María Piedad se hizo monja de la Presentación y no obstante su condición religiosa, en el Hospital de Barlovento donde vino a trabajar culminado su noviciado en la ciudad de la eterna primavera - contra viento y marea de sus superioras - armaba enorme parrandón, cada vez tenía ocasión, en reminiscencia dichosa de los que organizaban sus progenitores queridos.

El día del médico, 3 de diciembre, por ejemplo, una vez cumplidos los eventos protocolarios en la Capilla del Hospital, la recepción corría por cuenta de ella. Tenía dispuesta en el parqueadero, debajo frondosos palos de mangos que, todavía, ahí están, deliciosa rumba con papayera, conjunto de millo y suculenta chicharronada.

No había médico, hábito en mano, al que no galanteara con su baile “arrebatao”. La estirpe Kamach brotaba de su alma, le corría por la sangre y le llegaba hasta los tuétanos muy por encima del rigoroso porte monástico.

Tronco seriedad se mandaba, la monja, terminado el jaleo. La sala de Ortopedia del Hospital de Caridad, como se llamaba en esos tiempos el Hospital de Barlovento, era epicentro de su diligente y compasiva actividad asistencial.

Juan Marcial se fue para la capital a la Escuela de Policía. De regreso a su tierra natal, ostentando grado de teniente, comandaba operativos de control contra la blanca harina y el coge...coge propio, de los desfiles carnestólendicos. Imperturbable, contra su espíritu festivo, tenía que soportar oleada blanquecina de polvo Duryea que caía sobre sus charreteras, proveniente del más organizado de los desórdenes en paz, y mayor jolgorio que ninguna urbe en nuestra nación pueda consentir.

De la misma maizada, encubridora de sus padres enamorados, que le dieron la venturosa oportunidad de nacer en esta tierra de la alegría donde imperaba y todavía prevalece, no la ley de los generales, sino el mandato inexequible del Divino Momo: “Quien lo vive es quien lo goza”.

¡Paradojas tiene la vida! Doctor Teo, me dice para concluir: Mi Cumbialanda linda que históricamente ha sido territorio estéril para parir hijos con vocación de curas, monjas y militares se dio el lujo de dar a luz dos de estos especímenes y justo, en el cobijo menos indicado de la comarca: en la morada de Juan parranda y su mujer Beatriz Derroche

Aquí, en esta villa, “Puerta dorada de Locolombia”, fantasiosa y sandunguera, la más feliz del orbe, todo lo relacionado con el goce y la sabrosura está permitido -“En carnaval todo pasa”- con el único fin de vencer a la insidiosa muerte, salga triunfante la vida y el bien predomine sobre el mal; tras la jubilosa alegoría de la Danza del Garabato ícono grandioso de esta fiesta sin igual. Insuperable. Espectacular.

Alcanzo a oír las notas de: Compañero sirva el trago….compañero sirva el trago que me voy a emborrachar. ¡Y sirva un trago de ron!. Y digo pa mis adentros… este se va.

El del arranque compae… a lo carromulero, antes que llegue el vacilón.

¡Que vaina buena Viejo Charlie! ¡ Guepa je ¡ Adiós! ¡Adiós!

¡Que viva el carnaval de Barlovento! Doctor Teo

 

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