Autor: Héctor Abad Faciolince
El expresidente Uribe, con esa increíble agilidad que tiene para volver mala cualquier buena noticia, trinó el otro día casi en el mismo instante en que se supo que había un acuerdo con las Farc sobre participación política.
Antes de leer el contenido, él ya sabía que el acuerdo era una estafa. Lo suyo no era una reflexión sino un reflejo. Como a él no le gusta el mango, ni siquiera lo prueba, por principio. Ocurra lo que ocurra en Cuba, es nefasto. Y diga lo que diga Santos, se equivoca.
Uno de sus trinos fue este:
“Santos está creando caminos para que el país desemboque en el castro-chavismo”.
Trinar esto en Colombia, por parte de un ex-presidente con prestigio, es como gritar que viene el lobo feroz, de modo que se asusten todas las ovejas, palomas y halcones del país.
Y sin embargo, hasta cierto punto, creo que el ex-presidente Uribe no grita como el pastorcito mentiroso, sino que tiene algo de razón. Él es un político curtido y astuto, y si uno lo piensa bien, no le faltan motivos para afirmar que la izquierda al estilo bolivariano del continente ganaría un espacio en Colombia si se llegara a firmar la paz con la guerrilla de las Farc.
No hay que ser Nostradamus para ver que ese efecto se dará.
Pero analicemos si ese efecto es necesariamente nocivo para la democracia. Para el ex-presidente y muchas personas de extrema derecha es preferible tener un movimiento bolivariano armado, sanguinario y desprestigiado, que secuestra y dispara en las zonas más alejadas de Colombia, en vez de tener un movimiento más moderado o al menos no violento en las ciudades.
Para ellos es preferible enfrentar a lobos disfrazados de lobos, en las selvas, que enfrentar a lobos vestidos de corderos en las ciudades. Para decirlo con nombres, prefieren poder matar, en ejercicio de legítima defensa, a un Iván Márquez o a un Timochenko, que tenerse que aguantar la perorata de un Petro o una Piedad Córdoba zumbando en los oídos de la capital.
Pues bien, intentaré sostener la tesis contraria. Creo que es mil veces preferible enfrentar con palabras y argumentos el discurso populista, engañoso y en últimas conducente a la quiebra y desgracia del país de los castro-chavistas, que enfrentar ese mismo discurso con tiros de fusil, bombardeos y granadas.
Es menos caro en tiros, en sangre, en muertos y en presupuesto, enfrentar al castro-chavismo (que existe, y no se puede tapar con un dedo) con argumentos sólidos, con discursos, con evidencias de los malos efectos prácticos de sus políticas públicas, que con balazos.
El liberalismo, en el sentido filosófico del término, no debe temer a enfrentarse con razones a los discursos populistas y dañinos de los que creen que la democracia liberal es una opción peor que su opción extremista. Lo que conduce a la desgracia de los países es precisamente la puesta en práctica del marxismo anquilosado y de su versión edulcorada, el chavismo, que es incluso más ineficiente y más portador de infelicidad.
A los nefastos Maduro, Ortega, Evo, y al mismo Fidel Castro, no se los enfrenta matándolos sino demostrando a los ciudadanos que su discurso y su práctica sólo han conducido a la quiebra y al autoritarismo en sus propios países. Y que lo mismo ocurriría aquí.
En este mismo periódico escriben personas de claras simpatías por el movimiento de izquierda latinoamericano que se inspira en las ideas de Chávez. A colegas como ellos —que sostienen tonterías como que Venezuela está desabastecida por culpa de los colombianos, que vamos allá a comprar baratos sus productos, o que si no fuera por el bloqueo norteamericano Cuba sería un paraíso, o que la luz se va en el país vecino no porque el país esté gobernado por unos ineptos, sino porque la oposición los sabotea y el Imperio los persigue—, no se los silencia, sino que se los desmiente.
No hay que temer la entrada abierta del castro-chavismo a la política sin armas. No hay que derrotarlos a bala, sino con argumentos, que es el arma de la democracia.