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BARICHARA, SANTANDER, COLOMBIA

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El camino más directo del Socorro a Barichara es el que toma para el norte, atraviesa el río San Gil en el paso llamado Sardinas y mide cinco leguas de longitud de pueblo a pueblo.

A orillas del río y en un lugar donde estrechan su cauce poderosas rocas en tierra cliente (28· centígrados) se encuentra un puente de madera sobre el río San Gil, llamado “Puente Galán”. La obra descansa en dos altos muros o estribos de cal y canto y un grueso pilar levantado cerca de la ribera izquierda, fuera de la acción de la corriente principal.

Tiene el puente 45 varas de longitud y el piso lo constituye una trabazón de maderos cuyo largo no pasa de tres varas, afirmados en tirantes que bajan de dos grandes semiexágonos con un techo de zinc que cubre el puente; delante del puente Galán se alza un cerro tallado en escalones que dejan al descubierto, en anchas fajas los estratos calizos de que está formado.

Como hay que subir este cerro para llegar a la explanada de Barichara, naturalmente se pregunta uno por donde va el camino porque lo único que se ve son cinchos, no podemos pintar el cuadro que representa el contraste del hermoso puente con el rastro de cabras que continúa la ruta.

Salvados los precipicios llegamos a la extensa meseta en la que se encuentra Barichara, 1.320 metros sobre el nivel del mar, situada al borde occidental de la meseta impregnadas en parte de óxido de hierro abiertas por las aguas y contenidas por la base de estratos calizos que las sostienen y levantan sobre las ruinas del resto de la meseta, que constituye hacia el O, un pequeño y profundo valle ribereño del Saravita.

Barichara es de reciente fundación, y debe su origen a un pedazo de piedra y a la superstición de un labriego. A principios del siglo pasado, fundado en santos aparecidos, un campesino se empeñó en ver en una piedra una imagen de la Virgen María, y no sólo se persuadió de que en realidad la veía sino que convenció a otros de lo mismo, de modo que para 1705 se promovieron diligencias sobre el caso, se comprobó el hecho con el testimonio de los interesados, mandose colocar la piedra por el cura de San Gil en una ermita que, tomando el nombre de la comarca, llamaron de Barichara; claro que no faltaron “milagros” a la fama de los cuales corrió gente, edificaron casas y quedó establecido un sitio y capilla decente, según refiere el libro de Cofradías abierto por los devotos, en 1733, y conservado en el pueblo como monumento de familia.

Diez años después fue un visitador especial a examinar la piedra milagrosa, declaró que no tenía imagen alguna, sino una sombra imperfecta de idolatría pura, pero a fin de contentar a los fanáticos erigió el sitio en viceparroquia. Para 1751 se obtuvo el título de Parroquia independiente de San Gil y entusiasmados por el cura Martín Pradilla determinaron levantar un costoso templo donde colocar su ídolo, trabajo que concluyó al cabo de veinte años con una iglesia que hoy es ornamento de la plaza principal.

Orden de arquitectura no hay que buscar en el edificio, más sí la expresión del espíritu paciente de aquellos tiempos, inscrita en las minuciosas labores que cubren cada piedra y en la profusión de columnitas sin capitel ni base que recargan la fachada en medio de arabescos regados por el constructor con mano generosa.

Disfrutó la piedra de los honores y pompa del culto hasta el año de 1838, en que el arzobispo de la época, con escándalo y horror de las beatas hizo romper la piedra a martillazos, donde supuestamente se encontraba la imagen, dando punto final a las glorias del ídolo, al cual no puede negarse el mérito de haber originado la fundación y fomento de una villa bien trazada y alegre.

Las calles de Barichara son amplias, limpias y hacia el centro de la población empedradas. Las casas bien construidas, algunas con cierto lujo de amplitud y de ventanas rasgadas que recuerdan el estilo de las tierras calientes, adecuado al clima del lugar, donde el termómetro centígrado marca 23· por término medio; cuatro fuentes públicas, de las cuales la de la plaza mayor, curiosamente labrada surten al vecindario de limpia y abundante agua.

La explanada de Barichara concluye al O, con una cortadura repentina y vertical de 300 metros de profundidad, a la cual sigue el valle onduloso en que se encuentran los pueblos de Cabrera y Guane, el primero al sur y el segundo al norte del valle, limitado en lo más bajo por el Saravita.

Frente a frente de Barichara, del otro lado del río queda el último distrito del cantón, siendo su cabeza el pueblo de la Robada, situado en lo alto de otra meseta que en realidad es un fragmento de la gran mesa destrozada por la irrupción de las aguas del Fúquene, y dividida en dos zonas patentes en una extensión de 13 leguas, desde la confluencia del Oiba y el Saravita hasta el límite sur con el cantón de Zapatoca; en tiempos no muy remotos no existía la cortadura colosal que divide el terreno y en parte impide la comunicación directa entre varios pueblos.

El país perdió en continuidad, pero ganó en lo pintoresco, pues la vigorosa vegetación vistió aquellas ruinas con el lujo inagotable de sus flores y follaje y las corrientes de agua se encargaron de dar vida con numerosas cascadas, bellas como la Paramosa, cerca de Barichara que tiene 250 metros de caída libre dividida en dos saltos y protegida por una cavidad semicircular que se prolonga hasta el fondo del estanque labrado por las aguas al pie del terrible precipicio.

Para llegar al pueblo de Guane hay que bajar al valle inferior por un camino en extremo pendiente y rodeado de barrancos profundos; es uno de esos caminos rectilíneos capaces de desensillar las bestias por la cabeza y de ningún modo adecuado al tráfico activo que el aumento de población e industria van estableciendo en la provincia.

Es Guane un pueblo antiguo de indígenas que el transcurso del tiempo lo ha mejorado mucho; los pocos indios puros que existen son de regular estatura, cuadrados de espaldas y muy fornidos de piernas, efecto de su continuo subir y bajar los cerros cargando pesadas maletas; la fisonomía maliciosa y los rodeos que emplean para responder cualquier pregunta indica la desconfianza con que miran a los blancos, escarmentados como están de salir mal librados en sus tratos y relaciones.

 


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